DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 28: CAOS EN LOS BALCONES

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 28: CAOS EN LOS BALCONES

Por fin tengo una mascarilla. Durante estos 28 días de cautiverio he estado paseándome por los supermercados cual suicida. La gente giraba la cabeza cuando pasaba cerca y yo pensaba que era porque tengo buen culo. Nada más lejos de la realidad. Mi ego se ha venido abajo cuando al salir de casa con mascarilla, nadie me ha mirado. Ni siquiera sutilmente.

Ha habido situaciones en las que he llegado a sentirme fuera de lugar. Casi desnuda. Por ejemplo, cuando estábamos en el súper veinte personas haciendo cola para pagar, todos llevaban mascarilla, casco, escudo y rodilleras, excepto yo. Esa tarde les grité enfurecida, mientras les señalaba las rodilleras: “Señores que aquí hemos venido a hacer la compra, no a pedir un aumento al jefe.” Pero todos continuaron inmutables en su procesión hasta la cajera.

Eso sí, para gritar por las ventanas a los demás, parecer ser que hay mucha gente que sí tiene voz, ¿eh? He visto hasta un vídeo de una mujer vociferando barbaridades a un hombre que estaba sentado en un banco. ¿Y qué quieres que te diga? Me parece lamentable. Vecinos denunciando a vecinos, un hombre gritándole a una madre que ha salido a pasear con su hija autista que se vayan a casa... Vergonzoso.

Todo esto me recuerda al libro de “En busca del sentido” de Viktor Frankl. - Si no lo has leído, deja mi diario aparte y ponte a ello, te aseguro que vas a aprender bastante más que por aquí -. En él, Viktor cuenta las vivencias que sufrió en un campo de concentración en la época nazi. Algo que me llamó mucho la atención fue que dentro de los campos, los propios judíos eran los que denunciaban y torturaban a sus compatriotas para así obtener favores de los nazis. Evidentemente, no puedo juzgar absolutamente nada de lo que pasó en aquella época, porque vete tú a saber lo que yo hubiera hecho. Pero sí que me parece curioso que, ese mismo comportamiento, se esté llevando a cabo desde algunos balcones.

No me entiendas mal, me parece aún más lamentable la gente egoísta y payasa que no atiende a razones y hace lo que le da la gana sin civismo ni moral. Pero aún así, no creo que sea nuestro trabajo andar insultando desde el reino de nuestras ventanas. Para eso están los cuerpos de fuerza y seguridad del estado.

Aunque también hay otros a los que les molesta mucho que los militares se paseen por su barrio. En Pamplona, existen habitantes a los que no les apetece mucho que el ejército ayude a evitar que esta pandemia siga matando a familiares y amigos. Así que cuando pasan por sus calles les hacen, si están lo suficientemente aburridos, caceroladas para que se vayan. Algunos defenderán que es por principios, yo creo que es justamente por ausencia de los mismos.

Ya lo dijo Otto von Bismarck: “España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a si misma y todavía no lo ha conseguido". Una bonita manera de describir nuestra ineptitud humana.

En fin, a estas alturas ya sólo te pido un favor: no grites por el balcón, a no ser que seas rico y quieras compartir con todos tu número de cuenta.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 27: TODO POR UN POCO DE RÍMEL

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 27. TODO POR UN POCO DE RÍMEL

¿No te pasa que estos días te vienen a la cabeza recuerdos extraños y no sabes por qué? Ahora mismo tengo en la memoria uno bien marcado de cuando mi padre me pilló por primera vez dando tumbos después de haberme bebido unos cinco tequilas de golpe. Aquel drama, fue “intensito” por definirlo de manera suave. Imagínate a mi yo adolescente aprendiendo a fumar, a beber y a todas esas cosas en las que comienzas a bucear ingenuamente. Ahora súmale que para mi padre, era su protegida y no había día en el que no le escuchásemos decir en conversaciones cotidianas: “claro, a sus hermanos los tengo repetidos, pero ella es única. Es mi única niña.”

Con esa fórmula, daba igual que mis hermanos se hubiesen emborrachado antes, que hubiesen estrellado su coche al cogerlo sin permiso o que incluso hubiesen pasado la noche en el calabozo. NADA se le acercaba a la tremenda tragedia de ver a su propia hija oliendo a tequila barato y balbuceando.

La historia en realidad fue divertida, ahora que han pasado más de diez años, claro. Salí con mis amigas un sábado y yo jamás me había maquillado. Nunca he sido excesivamente coqueta, pero mis amigas sí. Así que les hizo ilusión echarme rímel, colorete y pintarme los labios. Yo me dejé hacer porque quería ser como ellas y aparentar ser más madura (o inmadura, según la edad desde la que se juzgue). Siempre iba un paso por detrás de ellas en todos estos asuntos que a día de hoy, me parecen tan absurdos.

Por aquel entonces, yo tenía hora de vuelta a casa, y ellas no. O la tenían pero se la saltaban y asunto resuelto. La Remy joven era tan buena que jamás llegó un minuto tarde de la hora establecida en casa. No fui nada rebelde en mi juventud, a decir verdad. Excepto aquella noche.

Con el rímel aleteando en mis pestañas y unos zapatos de tacón que jamás volvería a usar, me sentía guapa y además, me estaba adentrando en un mundo desconocido, ¿qué más se podía pedir a esa edad? A las ocho de la tarde fuimos a un bar, luego a otro y a otro. Eran tascas de la vieja iruña donde nos servían kalimotxo y bailábamos canciones que nada tenían que ver con el reggaeton. Más vale. Ya lo que le faltaba a mi pobre padre, morir de un ataque al corazón al verme haciendo twerking.

No sé quién pidió chupitos de tequila pero yo me bebí unos cinco porque quería ser una más y poder comentar el lunes en el instituto lo malotas que habíamos sido y lo bien que nos lo pasamos abriéndonos camino en el mundo adulto. Me estoy poniendo colorada de la vergüenza ajena que me da recordar aquellos capítulos.

Así que después del tequila, mi memoria se vio dañada y sólo guardo cachitos inconexos de una amiga diciéndome que me comportara, que me iba a acompañar a donde había quedado con mi padre para recogerme en coche. Era la una de la mañana y yo llegué puntual y me dije: “Remy, tú ahora calladita que no te va a notar nada ya verás.” Claro, a mí jamás se me había pasado por la cabeza que mi padre también había sido joven, y que el camino que yo estaba haciendo a tumbos desde la salida de los bares hasta donde él me estaba esperando, él lo había recorrido unas cuantas veces más. Figuradamente hablando, por si no ha quedado claro.

Nada más verme, se bajó del coche, me agarró del brazo y me dijo: “anda ya te ayudo a subir que tú sola no vas a poder”. Esas palabras sonaron tan gélidas que ni en el Polo Norte hablan con tan poco sentimiento los pingüinos. Así que durante el trayecto me dediqué a intentar calentar el ambiente y le empecé a decir con tono contento y embriagado: “Papá que yo te quiero un montón ¿eh? Que eres el mejor, papá. Lo siento mucho, he bebido sin querer...” Mi hermano mayor, que iba sentado de copiloto porque mi padre lo acababa de recoger de un bar en el que trabajaba, no podía contenerse la risa.

Al llegar a casa yo ya fui recuperando algo de consciencia y me di cuenta de que mi borrachera iba a traerme consecuencias nefastas, así que continué abrazándole y diciéndole lo mucho que le quería. Fue un tanto cómico barra patético, pero pretendía que, en el sermón que me esperaba al día siguiente, a mi padre no se le olvidase que continuaba siendo la niña de sus ojos. Vamos, que pedía clemencia.

Él me dijo de nuevo en tono helador: “Ahora cuando abra la puerta de casa tú no hables con mamá. Sólo vete a tu cuarto directa.”

Acaté la orden como si fuera un soldado en plena guerra, pero no sirvió de nada. Mi madre me fusiló nada más entrar. Se echó las manos a la cabeza y dijo: ¡Ay madre que estás borracha y te has maquillado!

Aquello fue el comienzo de mi juventud rebelde y el fin de la misma. Todo en una noche. No hubo clemencia y me castigaron sin trasnochar hasta los veinte años.

Estoy convencida de que todo fue culpa del rímel. Siempre supe que no era buena idea. Si no me hubiesen maquillado, nadie se hubiera dado cuenta de la tajada que llevaba.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 26: CASI GORDORUEDINES

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DÍA 26. CASI GORDORUEDINES

Gordo casi se me queda paralítico esta mañana. Mientras paseábamos hemos encontrado una pelota de tenis. Mi animal se ha puesto a menear la cola frenéticamente porque cualquier objeto redondo le vuelve loco. Vete a saber lo que tiene en la cabeza. Inteligencia no, por supuesto.

Nos hemos puesto a jugar como en las películas de antena 3 de los domingos por la tarde: Dueña tira la pelota lejos y le grita a su mascota: “corre, tú puedes amigo” con música emotiva de fondo. Pero al segundo lance, la banda sonora ha pasado a ser melodramática y en consecuencia, mi perro subnormal se ha comido con sus piernas traseras la valla que siempre suele saltar ágilmente. Quizás te parece feo que insulte a mi perro pero vas a entenderme después de que te cuente que, en vez de quedarse quieto adoleciendo, ha continuado recorriendo el tramo que le faltaba para alcanzar la pelota, arrastrando sus piernas traseras.

En un segundo he visto pasar ante mis ojos, como en una película de Almodóvar, todo el drama de tener que fabricarle a mi perrijo, en plena cuarentena, una silla de ruedas para sus patas traseras.

He ido a socorrerle y al segundo, ha vuelto a corretear como si no supiera lo que significa el dolor. Va a ser que a uno de los dos sí que le marcó los sermones que mi padre solía darnos en tiempos jóvenes, que empezaban con un “los hombres no sienten dolor, ni frío”. Eso sí, en pleno invierno no le veías sin su abrigo de lana bien tapadito ¿eh?

Este incidente me ha llevado a preocuparme por el estado mental de mi mascota. Mi amiga Patri, que tiene un perro que parece que se ha escapado de un comic porque le dice “¡PUM!” y se tira al suelo como si lo hubiesen matado, me ha contado estrategias para que aprenda a hacer cosas y quizás así, deje de ser tan salvaje y torpe. Te mantendré informada si hay avances.

Luego, por la tarde, le he contado a una amiga que en Tinder puedes poner la localización que tú quieras porque el amor, en tiempos de cuarentena, no conoce de fronteras. Así que se ha dedicado, durante unas horas, a viajar a Australia, Nueva Zelanda, Noruega, Hawai y algún otro país donde hayan vestigios de genes vikingos.

¿Os he dicho que ha sido una amiga la que lo ha buscado? Mentira. He sido yo. No lo hagáis. Ya no me quedan esperanzas en la humanidad. Tan sólo vestigios.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 25: DRAGON KHAN, ALLÁ VOY

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DÍA 25. DRAGÓN KHAN, ALLÁ VOY

Hoy tengo el día de que no. Lo sé porque el universo me ha mandado dos señales bien claras. La primera: estoy ovulando y cuando eso ocurre, subo al dragon khan emocional y me tiro desde el pico más alto. La segunda: se me ha roto el botón del pantalón y voy por la casa paseándome como si tuviese la barriga de Homer Simpson y me hubiera bebido todas las cervezas que quedan en el súper de la esquina. Pero tengo excusa: estos pantalones son de mi amiga Miren que le flipa la moda y tiene un armario tan grande como mi casa. Sé que no he engordado ni un gramo porque estoy haciendo deporte para terminar la cuarentena pareciéndome a alguna modelo resultona sin tetas pero con buen culo.

Miren tiene la solidaridad de regalarme, unas dos veces al año, un montón de modelitos que no ha usado nunca o que se ha aburrido de ponérselos. Siempre que la visito en Pamplona me voy feliz de su casa con un par de bolsones cargados de conjuntos para lucir en todas las estaciones. A su lado, la primavera del Corte Inglés está sobrevalorada.

El único fallo es que ella tiene cintura de avispa y la mía es más de vikinga, así que a veces conforme estoy comprobando cómo me quedan los vaqueros, contengo la respiración y le digo con un hilillo de voz: “me quedan perfectos”. Porque a mí todo lo que me regalen me viene bien aunque, en este caso, no me venga.

Pero tú y yo sabemos que la naturaleza es sabia y que se abre camino por doquier. Así que mis caderas han dicho: Remy no te engañes más, que aquí dentro vamos a explotar y... ¡Boom! El botón ha salido volando.

Culpo a la sociedad por hacerme ser una víctima del sistema diciéndome que si me esforzaba podía ser lo que yo quisiera. Mentira, mentira, mentira. He querido ser delfín muchas veces para comprobar si son realmente asesinos y no he podido, he querido ser una surfer molona de esas que les crece el pelo con mechas rubias naturales y que ni si quiera se les moja mientras pillan olas y tampoco he podido, he querido ser famosa y convertirme en la mejor amiga de Broncano y no ha surtido efecto.. Sigo siendo un ser humano mediocre sin aletas. Además llevo tantos años intentando surfear que ya veo hasta un logro importante, haber pasado del nivel lavadora evitando así que las olas me centrifuguen. Y a Broncano le mandé una pulsera con las insignias BFF pero nunca la lleva puesta.

Un desastre todo. Y para colmo, no sé coser el botón al pantalón. Así que, en vez de darme a la bebida, me he instalado un videojuego muy molón de un esqueleto que se llama Grim Fandango. Si lo conoces, avísame que nadie en mi mundo real ha escuchado hablar de él y me haría mucha ilusión compartir gustos patéticos con alguien más.

Eso ha mejorado mi tarde bastante, y para sumar, un amigo me ha mandado la noticia de una turista en Islandia que colaboró en la búsqueda por su propia desaparición en la isla y me muero de la risa. La mujer tardó un día en darse cuenta de que la supuesta desaparecida era ella misma.

Me la imagino a la vuelta del viaje tomando cerves con sus colegas y comentándoles: “el viaje a Islandia me sirvió para encontrarme a mí misma.” ¡Booom! Magia.

Broncano, devuélveme la pulsera, ahora le pertenece a mi nueva mejor amiga: la turista filósofa-fumada.

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Remys Door

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 24. LOS RECUERDOS NO PESAN

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 24. LOS RECUERDOS NO PESAN

Hace unos años hice el Camino de Santiago. No fue algo que hubiese planificado durante mucho tiempo, la verdad. De hecho, nunca me ha apasionado andar, para qué engañarnos. Las botas me las compré un día antes. Todo fue culpa de una película de la que ni siquiera recuerdo el título. Era julio y estaba recuperándome de la resaca post sanferminera y me esperaba todo un mes de agosto ocioso y libre de cargas laborales. Mis amigas habían planeado escaparse ese mes a Ibiza de party loca y yo aún estaba indecisa. La idea de compartir fiesta con tíos que se depilan las cejas mejor que yo y que lucen escotes casi hasta el ombligo, no me atraía en absoluto.

Con la cabeza indecisa y un calor tan pesado que no me dejaba dormir ligera, elegí una película de una chica con una mochila, para entretener al insomnio un rato. La protagonista recorría un montón de lugares molones de EE.UU a pie y me dio envidia. Dos horas más tarde ya estaba buceando en google buscando posibles rutas hasta Santiago.

Elegí el Camino del Norte porque recorría toda la costa cantábrica y saber que, aún en los malos momentos, iba a tener el mar a un lado y el monte en otro, me convenció. A eso le sumé que ese camino no era tan transitado como el francés, y me dio cierta paz saber que no iba a juntarme con una romería hasta llegar a Santiago. Nunca he entendido ese afán de reunirse en grupos enormes para ir a la naturaleza. ¡Si más de cinco personas juntas estropeamos cualquier paisaje!

Cinco días más tarde estaba estrenando mis botas en la primera etapa. Fue mi primer viaje sola y siempre que recuerdo aquella aventura, se me remueven por dentro hormiguitas cargadas de nostalgia y orgullo. Desde el primer día fui publicando un diario en mis redes sociales. Lo empecé sin darle muchas vueltas, simplemente quería dejar constancia de dónde estaba, porque mi madre se enteró de que iba a recorrerlo sola y verme en fotos sonriendo, la hacía feliz y le daba cierta calma.

Al tercer día tenía que cruzar Zarautz y al llegar a esa playa de olas movidas y tiranas, tenía la espalda destrozada. Los “por si acasos” de la mochila pesaban en exceso y decidí que tenía que ir a correos a mandar a casa varias cosas que no iba a necesitar. Allí, mientras revolvía mi mochila priorizando entre qué era esencial y qué no, aprendí una valiosa lección: las bragas se secan muy rápido y no necesitas tener tantas. Bueno, eso fue más bien un aprendizaje práctico. La lección que sigo aplicando hoy en día es que cuanto más ligero se vive más feliz se es.

Estuve a punto de dejar también mi cámara de fotos que por aquel entonces era muy básica porque aún no me dedicaba a la fotografía. Pero no sé por qué, cuando se la entregué al mensajero me miró y me dijo: “¿seguro que quieres mandarla a casa?” A lo que le contesté dubitativa: “es que pesa bastante.”

Él me observó en silencio como si alguien le estuviese chivando qué decirme y me contestó: “Pero los recuerdos no.”

Asentí, me la devolvió y ahora tengo fotos de todos los rincones que distanciaban San Sebastián de Santiago de Compostela. Son una mierda de fotos porque apenas sabía enfocar, pero vaya recuerdos guardan.

Espera, que me he puesto intensita y no quería irme por estos derroteros. Lo que venía a contarte es que en medio de aquel camino estuve a punto de coger un tren y volverme a casa dos veces. Una fue porque me habían picado chinches por todo el cuerpo, una rata se había comido un trozo de queso que guardé bajo la cama de un albergue y me pasé toda la noche vomitando. Ningún hecho era consecuencia de otro pero todo ocurrió en cuestión de 24 horas. La otra ocasión en la que estuve frente a la estación de autobuses de Llanes mirando ticket para volver a Pamplona fue porque me hice amiga de un grupo de chicos a los que amaba con toda mi alma -en el camino como en gran hermano, las emociones se intensifican- y todos volvieron a sus casas semanas antes de que yo lo hiciera. Me sentí sola y no le encontré sentido a continuar con una hazaña que ya no me divertía. Pero de repente pensé: “Remy, es sólo un día malo. Mañana será bueno y pasado también.” Además, tenía que llegar porque en Pamplona estaban apostando a favor de que no lo iba a conseguir y a mí no hay nada que me guste más en el mundo que quitarle la razón a quien se cree con derecho de ondearla como verdad absoluta.

Llegué a Santiago en volandas porque hice nuevos amigos que me auparon a la entrada de la catedral. Fue mágico. Había recorrido 753 km en un mes. Estaba tan orgullosa que me acerqué a un desconocido y le enseñé el mapa de España y le dije: Mira, todo esto lo he recorrido caminando. El hombre me miró con cara de: ¿y a mí qué coño me estás contando? Y yo me fui danzando ágil a buscar bares para brindar.

Nunca entré a besar al Santo, había demasiada cola y ya sabéis, allá donde hay más de cinco personas juntas se estropea el paisaje.

La moraleja para hoy es que, hay días malos, pero luego se multiplican los buenos y de repente estás en en el monte, o abrazando a tu persona favorita, o bailoteando feliz en cualquier lugar y ya no hay cuarentena. Así que aguanta un poco más, que ya casi entras en volandas a la Catedral de Santiago.

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Remys Door

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 23: CUIDADO, LO QUE DESEAS SE CUMPLE

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DÍA 23: CUIDADO, LO QUE DESEAS SE CUMPLE

Me he pensado mucho lo de escribir sobre este tema o no. Soy un tanto cagada y si menciono la palabra droga en un whatsapp, las manos comienzan a sudarme mucho y me imagino a un comando SWAT echando la puerta de mi casa abajo y tirándome al suelo por posesión de estupefacientes. Pero bueno, todo sea por el entretenimiento en cuarentena.

Resulta que ayer me entraron ganas de fumar tabaco y en vez de hacerme un pitillo de liar, cogí uno que estaba empezado de un botecito que tengo en la terraza. Sí, así de cutre soy. Yo apenas fumo y de vez en cuando le doy un par de caladas para sentirme guay como cuando tenía quince años. Así que cogí uno al azar, y mientras aspiraba el humo, espiaba a mis vecinos en sus quehaceres habituales. A la segunda calada pensé: joder, qué rico está este pitillo. A la cuarta, se me dibujó una sonrisa en la cara y el cerebro comenzó a flotar suavemente entre las nubes que navegaban sobre la calle.

Fue ahí cuando me dije: “Joder Remy, vas fumada”. Miré al pitillo que no era pitillo y me dio un ataque de risa. Luego devoré la mitad del brownie que había hecho y me zampé compulsivamente una bolsa de patatas con limón mientras mi amiga Poe que estaba medio pedo en su casa, se moría de la risa al verme fumada. Benditas videollamadas, de verdad.

Después de llenar mi tripa de una cantidad ingente de azúcar, todo me supuso un esfuerzo enorme, y no pude hacer otra cosa que quedarme tirada en el sofá viendo Vikings y preguntándome cosas extrañas sobre la vida.

A estas alturas creo que no hace falta que os diga que yo no fumo porros (pero lo aclaro no vaya a ser que la Poli me esté leyendo) y de ahí que, con cuatro caladas, llevara un colocón que me olvidé hasta de que tenía perro. He de reconocer que tengo una extraña admiración hacia esas personas que van fumadas todo el día. ¿Cómo hacen para parecer normales? Si yo me fumase un porro nada más levantarme, no sé qué sería de mí. Me perdería en mi propio barrio y terminaría pasando el día con las abuelitas que frecuentan la panadería de la esquina. Les escucharía durante horas -que para mí pasarían como minutos- hablar sobre las mejores recetas para hacer cocido, sobre sus nietos, sobre su última visita al médico... Y asentiría mientras intentaría tragarme todos los bollos, palmeras y galletas que suele tener a la venta Paqui la panadera.

Lo más curioso de todo esto es que hace unos días le comentaba a una amiga que me encantaría fumarme un porro para fliparme como los escritores que tienen que colocarse para escribir. Más que por la sensación, quería aparentar ser más profunda gracias a las drogas. Como si para ser una auténtica artista tuviese que pasar por el aro del humo del cannabis.

Y mira tú por dónde, ayer me ocurrió. Tenía razón Paulo Coehlo con su frase: Cuando deseas algo de corazón, el universo conspira para que lo consigas. Eso sí, ni escribí nada coherente ni pinté una obra maestra. A lo mucho engordé un par de kilos y perdí un par de neuronas.

¿Tu fin de semana bien?

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 22: Y A TI, ¿QUÉ TE APETECE?

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 22: Y A TI, ¿QUÉ TE APETECE?

Me acaban de decir que se alarga el confinamiento hasta el 26 de abril. Gordo se ha puesto un tanto nervioso mientras movía sus ojos como si fuesen un par de péndulos: primero observaba a la cámara de fotos y luego a mí. Tras un rato conteniendo su profunda desesperación, se ha ido al balcón a tomar el sol o a pensar cómo atravesar los barrotes para sentirse libre de nuevo y no tener que posturear para las fotos nunca más.

Una ambulancia está cruzando veloz por mi barrio. Nunca me ha gustado su sonido.Todos nos sabemos el refrán de que no hay que matar al mensajero pero joder, cuando va anunciando cosas feas pues al final un poco de tirria se le coge ¿eh?

Se me hace tan extraño asomarme un sábado a mi calle y no ver ni un alma. Me encantaría poder escaparme por las noches a hacer fotos de las grandes avenidas desiertas con tan sólo la luz de las farolas y los semáforos. Igual podría si me disfrazara de perro como aquel hombre, que iba por la calle tan campante con una peluca y a cuatro patas. O como el ex legionario que le quitó el polvo a su antiguo uniforme y se puso a hacer controles en plena ciudad. Ya ves, el estado de alarma saca lo mejor de algunos y el ingenio de otros.

La envidia también sale a relucir. Os lo digo yo, que mi padre me ha llamado tan sólo para decirme que iban a hacer barbacoa y que debería estar allí con ellos. Yo en cambio, he cocinado un brownie que me ha salido más negro que la situación económica en España cuando termine esta guerra vírica. Maldito horno. Recuérdame que cuando pase esto, le diga a la casera que se esmere un poco más con la compra de electrodomésticos.

La buena noticia del día es que he empezado a ver la última temporada de Vikingos y ¡ou mamma!, me quiero casar con Björn. Él también conmigo, pero aún no lo sabe. Cuando acabe todo esto, saldré a navegar de casualidad por el mar báltico y nos cruzaremos, le guiñaré un ojo y comeremos perdices hasta que se terminen y tengamos que aprender a hacer brownies. Sí, ya sé que suena demasiado ilusorio. Mejor borro lo de los brownies, nunca voy a ser capaz de cocinarlos decentemente.

A este sábado no sé si le faltan cervezas frías o más café en vena. No te pasa que, con tanto tiempo en soledad, ¿hablas mucho contigo mismo? Yo me paso los días preguntándome: Remy, ¿y ahora qué te apetece hacer?

Imagino que si existe un paraíso, al menos tendrá eso en común con la cuarentena ¿no?

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 21: SACÚDETE LAS MALAS ENERGÍAS

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 21: SACÚDETE LAS MALAS ENERGÍAS

Al lado de mi casa, donde paseo al Gordo, hay un hombre que vive en la calle. Tiene un colchón en la acera y una bolsa de plástico grande, como las que yo uso cuando hago mudanzas. Sólo que él no está trasladando sus cosas a ningún lugar. Tan sólo está viviendo en esa calle peatonal desde vete tú a saber cuándo. Anoche mientras llovía, pensé en él. ¿Se habrá resguardado de la lluvia?, ¿tendrá familia?, ¿comerá todos los días?, ¿será un drogadicto que cambió su cómoda residencia por un par de bártulos y unos gramos de heroína?, ¿o la vida le castigó sin excusa ni sentido?

A veces insulta al aire y tira cosas a la basura. Está enfadado con el mundo y no me extraña. En ocasiones, yo también lo estoy. Rozará los 45 años y siempre que paso junto a él, me pregunto por su historia mientras una punzada de culpabilidad me pellizca el alma.

Yo tanto, él tan poco. Pero ni con esas hago nada. Es más fácil echar balones fuera, excusarme con que hay casas de acogida donde podría estar atendido, que meter gol en mi propia portería y dedicar mi tiempo a buscarle ayuda.

Para cuando llego a casa ya se me he olvidado del asunto. Como si al desinfectarme las manos al entrar al baño, toda la solidaridad se me hubiese limpiado también. Pero justo antes de subir al piso, un hombre que venía caminando frente a mí, se ha acercado a Gordo, le ha tendido la mano para que lo oliese y éste le ha gruñido. Yo le he agarrado de la correa y lo he arrastrado para alejarnos al tiempo que me he disculpado sorprendida de que Gordo hubiese tenido esa reacción. Nunca antes la ha tenido con nadie. Mi Gordo ama a las personas, y les salta encima siempre que puede para lamerlas y quererlas apasionadamente. En serio, es el animal más empalagoso que he conocido en mi vida.

Aún así el hombre ha vuelto a acercarse y le ha llamado. Gordo le ha respondido con un ladrido seco y tajante, no como los que emite cuando quiere jugar con otros perros. Él me ha mirado y yo he fruncido el ceño, examinando algo que parecía que Gordo veía pero yo no era capaz. Me ha inundado una sensación de que algo en la situación no estaba bien y he mirado nerviosa hacia los lados, buscando algún motivo que me explicara por qué me sentía amenazada. Me he alejado cuidadosamente mientras él me comentaba que además es adiestrador de perros y que no entendía la reacción de mi perro. Es la segunda persona en una semana que me dice, sin venir a cuento, que se dedica a esa profesión, y la segunda que tampoco me creo. Me he marchado, he entrado al portal y en el ascensor, me he sacudido las malas energías.

¿Seré yo o es que hay personas que son como malos presagios? Desde que empecé a viajar sola, sobre todo en furgoneta, aprendí a escuchar muy bien lo que los espacios o las personas me transmitían. Ha habido lugares maravillosos de los que he huido porque mi instinto me susurraba: “aquí no estás segura.” Y nunca he podido tener argumentos válidos para corroborar tales ideas, pero tampoco los he necesitado. Hay cosas que se sienten y no necesitas más para saber que son verdad. Que es mejor irse. O en este caso, quedarse en casa.

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 20: EL SEMÁFORO ESTÁ EN AMBAR

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 20: EL SEMÁFORO ESTÁ EN AMBAR

¡Hola!

En otras circunstancias nos saludaríamos con un par de besos, yo sonreiría y mientras, te examinaría disimuladamente. En unos diez segundos ya me habría hecho un esquema mental de cómo eres. Un minuto más tarde ya tendríamos un montón de prejuicios sentando los cimientos de nuestra relación. Porque así de tontos somos los humanos, preferimos hacer un escáner de la personalidad de quien tenemos en frente que pararnos a conocerle en profundidad. El vivir atropellados es lo que tiene, que nunca nos paramos en los semáforos adecuados.

Pero esta vez, todo ha cambiado. Ya no hay tráfico y las luces están en ámbar. Tú estás entre tus cuatro paredes de un hospital y yo estoy entre las cuatro de mi casa. Ambos tenemos miedo: yo porque deseoo que toda persona a quien quiero se mantenga a salvo y no sufra; y tú, porque no estás a salvo y temes que aquellos a quienes amas, tampoco lo estén. Fíjate, la capa de apariencia con la que nos vestimos para salir a la calle y distinguirnos de los demás, se ha caído y ahora, cuando más desnudos estamos, nos damos cuenta de que nos preocupa y también nos mueve hacia delante la única cosa que, en toda esta situación tan surrealista, tiene sentido: el amor.

Con esta carta no vengo a decirte que te vas a curar, porque sinceramente, no lo sé. No soy médica, ni enfermera, ni estoy trabajando para encontrar la vacuna que permita que este maldito bicho deje de matar. Tampoco tengo la autoridad de un policía o de un militar para ayudar a poner orden en todo este caos. No soy camionera. Ni repongo papel higiénico en un supermercado. No pertenezco al sector de actividades esenciales que se está partiendo la espalda y el corazón para mantenernos vivos al resto.

Pero sí que te traigo un mensaje muy importante que debes escuchar y repetirte tantas veces como necesites a lo largo de estas arduas jornadas. Vengo a decirte que eres querido. Que hay un puñado de personas ahí fuera mandándote toda su energía, ya sea escribiéndote cartas, rezando, haciendo mascarillas, dibujando para ti, creando nuevos respiradores, componiendo una canción o frotando una lamparilla mágica para pedir tres deseos:

  • Recupérate.

  • Recupérate.

  • Recupérate.

Queremos que vuelvas a abrazar, a mirar a los ojos, a dejar de vivir rápido para amar lenta y concienzudamente, a salir a pasear y a admirar la brisa que cosquillea tu cuerpo. A sentir cómo el sol besa todos tus lunares. A saborear un buen vino mientras escuchas cómo tu persona favorita juega a arreglar el mundo mientras se le sonrojan las mejillas. A bailar. A reír. A bañarte en el mar o a subir un monte que llevas demasiado tiempo mirando desde abajo. A decir te quiero tantas veces como necesites para entender que cuanto más amamos más se ensancha el corazón.

Todos merecemos tener una segunda fábrica de recuerdos para cuando la primera se estropea. Aquí acabo de construir la tuya, así que empieza a trabajar para llenarla de memorias.

Te espero al otro lado, entre estas cuatro paredes, con un abrazo impaciente por rodearte y una sonrisa de las que no esconden prejuicios.

PD: Esta carta la he escrito para la iniciativa de las cartas de acompañamiento para personas ingresadas en el hospital por COVID19. Yo la he mandado a animocovidnavarra@gmail.com. ¡Escribe la tuya y alégrales el día!

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Remys Door

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 19: NUNCA FUIMOS SUPERHÉROES

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 19: NUNCA FUIMOS SUPERHÉROES

Hace un tiempo estuve deambulando por México tres meses. Una de las cosas que más me llamó la atención fue que, además de lo ricas que estaban las tortas con ceviche, nos creemos que somos inmortales. Los europeos al menos. Durante mi estancia, me fue inevitable comparar cómo allí vivían al día tan intensamente y cómo aquí lo hacemos con vista a cinco, a diez años e incluso programando a través de planes de pensiones, cómo va a ser nuestra vejez.

Hasta mi madre me aconsejó hace poco que debería hacerme un seguro de defunción porque -palabras suyas- si te mueres, el funeral vale bastante dinero ¿eh? ¡NI QUE QUISIERA MORIRME BAÑADA EN ORO!

Esto no es una crítica a nuestro sistema, porque por supuesto que valoro todo lo que me ha dado y soy consciente de que siempre deberíamos tener una rueda de repuesto para evitar quedarnos tirados a medio camino. Pero la línea que distingue la frontera entre tener sentido común y creernos que por poseer una casa, un trabajo fijo o un plan de pensiones desde los doce años, vamos a vivir eternamente, es muy fina. Casi imperceptible.

Nos lanzamos a opositar porque eso nos garantiza que vamos a tener trabajo hasta el fin de nuestros días, no porque nos apasione lo que hacemos. Preferimos la ilusión de seguridad a sentirnos vivos de verdad. Creemos que cuanto más cómoda sea nuestra existencia menos vamos a sufrir. ¿Cómo nos hemos creído semejante falacia? Para crecer y apreciar esta existencia tan fugaz, debemos sentir dolor. Es el acuerdo que firmamos con nuestro primer llanto al llegar al mundo.

Nos da tanto miedo la muerte que la evitamos a toda costa, como cuando el profe de matemáticas preguntaba en clase: “¿quién quiere salir a la pizarra a resolver el problema?” Y bajabas la cabeza casi hasta desnucarte con tal de pasar tan desapercibido que no te eligiese a ti.

Ahora, todo ha cambiado. Nos morimos y no hay culpables a los que señalar. Nos morimos por la simple y llana razón de que no somos inmortales. Para crecer como sociedad y como individuos, debemos aceptarlo y mirar al futuro con ganas de comérnoslo mientras tenemos los pies bien pegados al presente. Porque lo único que nos pertenece, es este instante en el que yo te escribo, y tú me lees.

Creo que estos días se estudiarán en los libros de historia como un antes y un después de nuestras sociedades. El mundo entero está cambiando justamente por lo que más tememos: porque estamos sufriendo. Y eso, por más que duela y nos corte la respiración, nos obliga a movernos. A avanzar juntos hacia un nuevo paradigma menos cómodo pero más real.

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Remys Door

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Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 18: EL LÍMITE ES EL CIELO. O LAS ESCALERAS DE TU PORTAL.

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 18: EL LÍMITE ES EL CIELO. O LAS ESCALERAS DE TU PORTAL.

Perdona mis ojeras, pero ayer trasnoché. No tengo resaca pero sí cierta sensación placentera que me envuelve por haberme saltado mis propias normas. Desde que comenzó la cuarentena he cumplido religiosamente con todos mis horarios. A las once de la noche a la cama a leer, a las 7.30h arriba y durante el día tenía programada hasta la hora de hacer deporte. Sólo me faltaba apuntar a qué hora iba al baño.

Justamente porque soy un alma volátil y no me fio mucho de mí misma, me propuse ser mi propia sargento. Es un mecanismo que he probado que funciona para que la fiesta no se me vaya de madre y provoque que, en pleno pico de pandemia, alguien tenga que venir a rescatarme por inanición, sobre ingesta de alcohol o insomnio. No hay nada como conocerse a fondo para saber con qué armas defenderse en caso de guerra.

No estaba planeado que a las tres de la mañana aún me resistiese a bostezar y quisiera aguantar despierta hasta el amanecer o hasta terminar el libro, más bien. Sí, todo esto fue culpa de un libro que me hizo reír, llorar, sorprenderme y empatizar profundamente en plena madrugada. El libro se titula La magia de ser Sofía de Elisabet Benavent. Pero no vengo a contarte la historia, ya lo que me faltaba, ser una spoiler de libros. Quita, quita.

Lo que quiero es confesarte que, de vez en cuando, es necesario saltarse las propias reglas, dejarse llevar y disfrutar de ese instante que tanto te está revolcando por dentro. Como cuando conoces a alguien y sabes que va a ser uno de tus grandes errores pero no puedes mirar hacia otro lugar. Como esos caballos a los que les ponen topes en los laterales para que no se distraigan y miren siempre hacia delante. O como cuando te entra hambre a deshoras y no puedes evitar llenar el vacío estomacal con un par de donuts de chocolate. Si algún día de estos me muero, que alguien se encargue de tachar lo de: “Fue muy querida por blablabla” y que en su lugar escriba: “Mereció la pena”. Porque justamente son los peores errores, los que más la merecen.

Seguro que te estás riendo porque me las doy de rebelde por haber trasnochado por leer un libro. Y claro, no te quito la razón, pero mi época de “salir, beber, el rollo de siempre”, se convirtió en eso: el rollo de siempre, y terminé aburriéndome. Pero dame tregua y sé paciente, que cuando esta cuarentena termine van a ser los libros los que hablen de mí.

Joder, ahí me he venido demasiado arriba. Como cuando Rocky llega al final de las escaleras del museo del arte de Filadelfia y se da cuenta de que tan sólo eran 72 escalones y que menos mal que hay música de fondo para hacer emotivo el momento, porque en realidad no fue para tanto. Aquí no hay banda sonora molona, empiezo a necesitar una ducha y Gordo me está mirando con cara de “a ver humana, me das de comer o me tiro un pedo”.

En fin, me voy a subir las escaleras del edificio para sentirme un poco Rocky.

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 17: Y HOY, ¿A QUÉ JUGAMOS?

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 17: Y HOY, ¿A QUÉ JUGAMOS?

Al sacar a pasear a Gordo hoy, me he juntado con una amiga. Tranquila mamá, hemos mantenido la distancia de seguridad y por si acaso el virus se contagia por los ojos, ni nos hemos mirado directamente a la cara. Como si estuviésemos en un confesionario mirando al frente.

Entre sus pecados, me ha confesado que por la mañana se ha ido a vivir a Canarias y ha estado muy feliz surfeando cada vez que tenía un rato. Mentalmente hablando, claro.

Qué necesario es saber escapar, de nuestra “casa prisión”, a través de la imaginación. Y qué poca importancia le damos a semejante vía de escape y supervivencia. La de veces que he escuchado: “es que vives en los mundos de Yupi”, “baja un rato de las nubes anda”, pero... “¿cómo has sobrevivido durante tanto tiempo en el mundo real?”.

Todo eso me ha llevado, en multitud de ocasiones, a preguntarme por qué hay personas que se dedican a cuestionar cómo viven, trabajan, comen, o se divierten los demás. Como si sólo hubiese un camino (el de ellos) y el resto fuesen aguas movedizas. Supongo que, inconscientemente, todos buscamos el control sobre las cosas que ocurren y cuando vemos a alguien que es feliz, de una manera desconocida que se escapa de nuestros límites, nos da miedo y por tanto, intentamos rebajarla a través de comentarios ofensivos.

He estado en discusiones donde a una mujer se la ha tachado de histérica y loca por simplemente defender su visión de las cosas, en comidas en las que si acudía un vegano se le menospreciaba diciéndole que si quería comer tenía que salir a la terraza y recoger algo de hierba, en fiestas dónde a alguien que no bebía alcohol se le tachaba de aguafiestas. Somos seres increíblemente cansinos a la hora de criticar a los demás pero cuando nos toca mirarnos dentro, aseguramos con el pecho henchido de orgullo: “si yo estoy muy bien así y no necesito cambiar en nada”.

No soy de dar muchos consejos, a no ser que me los pidan, pero...Ay madre, si estás en una primera cita y la otra persona, a la luz de las velas, te suelta un comentario así: HUYE.

Al mundo le faltan seres que se atrevan a descubrir y desatar los nudos emocionales que llevan dentro y le sobran cobardes que atacan por detrás y se excusan con comentarios tipo: “es una broma, no te enfades”.

Vaya, parece que estoy más irascible que normalmente, supongo que los lunes de cielos grises me gustan poco. Y las incoherencias de las personas, aún menos. Es como quien tiene un pájaro encerrado en una jaula y lo llama Libertad.

En fin, no venía con la intención de criticar a nadie, más bien quería homenajear a quien se dedica a desarrollar la creatividad, la imaginación y el arte como ámbitos muy necesarios en el mundo. Porque a mi padre le debo el sentido común, pero gracias a que mi madre me leía cuentos, me ponía a dibujar, a hacer muñecos con arcilla, a pintar figuras, a escuchar música y bailar... Tengo ahora a mi niña interior tan activa que cada día al despertar me dice: Y hoy, ¿a qué jugamos?

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 16: AGUANTA UN POQUITO MÁS GORDO

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 16: AGUANTA UN POQUITO MÁS GORDO

Cuando comencé a hacer fotos no fue porque me fijase en la composición de las cosas ni en la perspectiva, ni tuve un padre fotógrafo que me regalase una cámara a los siete años y me educase el ojo. Fue algo intuitivo. Una conexión. El sonido del chasquido de una cámara marcando el antes y el después en tiempo.

Como cuando de repente ves a alguien, le miras, te sonríe y sabes que una parte de tu hogar ya es suyo. Así de simple.

Cuando por fin tuve una cámara escuché en algún lugar que lo más importante en la fotografía eran las luces y las sombras. Yo no entendía nada, a lo sumo comprendía que por el día podía hacer fotos a cualquier hora y que por la noche también, pero que iban a salir fatal. “Las doce de la mañana es la peor hora para hacer retratos”, me dijeron. Y mientras asentía a algún maestro de la fotografía pensaba: “pues a esa hora mi cámara saca las fotos súper bien, no entiendo nada de lo que dice esta gente”. Claro, así hacía las fotos que hacía, que ahora las veo y me pongo roja de la vergüenza que me dan.

Me costó bastante más de diez mil fotos asumir los conceptos básicos que hacen que una imagen sea buena. Tuve que obsesionarme con cada parámetro durante un tiempo y experimentar muchísimo. A día de hoy, lo sigo haciendo.

Además lo bonito del arte es que es como una gran familia, cuyos miembros van siempre agarrados de la mano. Por eso, últimamente me estoy obsesionando con el color. Desde que empezó la cuarentena me está encantando hacer acuarela porque estoy aprendiendo mucho sobre los colores, cómo mezclarnos y cómo conseguir a través de ellos, emocionar.

Llevaba tiempo queriendo fotografiar el baño de mi casa. Cuando entré por primera vez, los azulejos me recordaron a “Cuéntame cómo pasó” y por un momento me fui a vivir (o a cagar en realidad) a los años 60.

Lo que sí que nunca se me había ocurrido era meter a mi Gordo en la bañera para congelar un día menos de la cuarentena. Él tampoco se lo esperaba. Su cara lo refleja muy bien. Todos sabemos que cuando esto termine y Gordo sea libre de nuevo, va a correr tanto y tan lejos de mí que seguro que por el camino se encuentra a Forrest Gump y comparten su caja de bombones y son felices para siempre.

PD: Por fin he visto la cara de mi vecino el que me gustaba porque como han cambiado la hora, a las ocho era aún de día. Me confundí. Era una chica.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 15: NO BASTA SÓLO CON REGAR LAS PLANTAS

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 15: NO BASTA SÓLO CON REGAR LAS PLANTAS

Todos tenemos un amigo que con la cuarentena ha perdido la cabeza. Apenas contesta a las llamadas, pero cuando lo hace y le ves en un cuadrito pequeño de una videollamada grupal, te asustas aún más que cuando estaba ausente. De pronto tiene el pelo largo y enmarañado, como si llevase desde el estado de alarma sin lavárselo, la barba le ha crecido de tal manera que suponemos que dentro guarda reservas de comidas para cuando le entre el hambre y le dé pereza levantarse del sofá, y tiene una panza que cuando intenta mear ni siquiera se la ve.

Es curioso cómo afronta cada uno este aislamiento. Unos se rapan el pelo, algunas se lo tiñen de rosa o se cortan el flequillo haciendo honor a mis paisanas vascas, y otros, como este amigo mío, dejan que la naturaleza fluya sin decoro ni belleza sobre su cuerpo. He de reconocer que hasta yo me he planteado cogerme la coleta y meterle un tijeretazo. Aún quedan días, así que si me atrevo prometo enseñártelo en vídeo.

Pero hoy venía a hablarte de mis plantas. Que en realidad no son mías, si no de mi compi de piso que me ha asignado la ardua tarea de cuidarlas. Yo le prometí que por ellas, daba mi vida y ahora me estoy arrepintiendo porque una empieza a marchitarse y otra ha cambiado de color y no sé si eso es bueno. El resto siguen intactas. Por el momento. Menos mal que a ellas no les afecta la cuarentena, porque son tan vagas como mi amigo y no se mueven de su tiesto. A veces las pongo al sol y los viernes las riego todas.

Cuando era joven y lozana, mis padres se iban siempre un mes de vacaciones y yo me quedaba responsable de la casa y de la selva que teníamos por jardín. No os imaginéis que teníamos un terreno grande pero el poco que teníamos, mi padre se había encargado de llenarlo todo de arbolitos y plantas que cuando crecieron conquistaron salvajemente toda la parcela. Ahí enterramos a algunos animales que se nos fueron muriendo: un gato negro que un día apareció en nuestra casa y le dábamos de comer pero no le tocábamos mucho porque no era muy amigable. Me lo encontré inmóvil rodeado de moscas una tarde en el garaje y llamé a mi hermano a gritos diciéndole: “David, creo que a Balú (creo recordar que ese era su nombre) le pasa algo, ven a ver.” Evidentemente, sabía que estaba muerto pero tenía miedo de que si lo cogía reviviese de repente y me atacara. Luego le tocó a un mini conejito que mi madre trajo a casa el día que mi hermano mayor se independizó. Así fue como la mujer gestionó el síndrome del nido vacío. Ese era muy majo, si le ponías boca arriba y le acariciabas la panza se dormía. También lo encontré yo muerto y mi madre aún me culpa de la desgracia porque dice que ese verano no le di de beber lo suficiente y se murió de insolación. Pero el bicho vivía en un jardín salvaje, tenía sombras por doquier y su cuenco repleto de agua fresca. La última que enterré fue a mi perrita Chispa, una pequeña golfilla que en plena pubertad se escapaba de casa y se iba a recorrer el pueblo entero en busca de rock ´n roll y drogas. La vejez no le sentó muy bien, si la intentabas coger te mordía y se quedó ciega. Esto último es triste pero era bastante gracioso verla chocarse contra los postes cuando íbamos de paseo.

No me había parado a pensarlo pero he sido la única testigo de todas esas muertes, no sé qué sentido puede tener pero algún día lo descubriré.

Aunque estoy bastante tranquila porque he desarrollado un método para que las plantas continúen todas vivas hasta que su dueña vuelva. El método lo descubrí en un programa de Cuarto Milenio donde Iker Jiménez hablaba del poder de las palabras. Hacía un experimento con dos botes de arroz blanco. Cocía el arroz como se hace normalmente. Luego lo separaba en dos botes de cristal iguales y los cerraba. A un bote le ponía la palabra “amor” y al otro, la palabra “odio”. Los dejaba en la cocina en una misma estantería y cada vez que entraba, al del amor lo cogía y le decía cosas bonitas: te quiero, qué bonito eres... Blablabla. Con el del odio hacía justo lo contrario. Cada vez que entraba a la cocina lo hacía. Al cabo de un mes, el del amor continuaba intacto y el del odio estaba amarillento putrefacto.

Sé que si eres escéptico estás poniendo cara de: “vete a timar a Paulo Coelho con esa historia”. Pero resulta que yo lo hice en casa cuando vivía con mis padres y funcionó. Al principio me sentía bastante ridícula, pero mi madre me presionaba para que lo hiciese y... ¡BOOOM! Al cabo de un mes el bote del odio comenzó a pudrirse.

Si no te lo crees, hazlo. Y encima ahora en cuarentena, que vamos al frigorífico cada cinco minutos, igual hasta surte efecto antes.

A partir de entonces, eso lo aplico a todo en mi vida y siempre voy diciendo las cosas bonitas que pienso a la gente. Las feas me las guardo porque no quiero que se pudran.

Así que eso mismo estoy haciendo con las plantas: les hablo y les digo lo hermosas que están. En un mes quizás mi piso se convierte en una selva amazónica, quién sabe.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 14: LAS VENTAJAS DE LA SOLEDAD

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 14: LAS VENTAJAS DE LA SOLEDAD

Llevo dos semanas encerrada. Todas las noches firmo los días que van pasando con una navaja sobre el gotelé de mi cuarto, como si estuviese en prisión. Si algún día la casera no me quiere devolver la fianza por ese desastre le diré: “SEÑORA, QUE SON PAREDES DE GOTELÉ. DEBERÍA USTED PAGARME POR HABERLA DECORADO”.

El caso es que se me han pasado rápido. Ahora sé que muchos me estáis odiando y con razón. Pero parto con ventaja. Para empezar, no tengo hijos y estoy sola en el piso. Mis compis huyeron con sus padres por motivos variados. Yo me lo planteé pero dije: Remy, ¿y si vas y les contagias? O peor aún: ¿y si vas, no les contagias pero tienes que aguantar ahí durante un mes sin poder escapar? Quizás no te lo crees, pero yo a mis padres les quiero muchísimo. Una de las razones por las que vivo en Murcia es por ellos. Pero les quiero... Lejos. A una distancia prudente. La última vez que viví con ellos durante varios meses fue el año pasado. Para ellos aquella experiencia fue como si volviese a tener quince años. Me cuidaban y me mimaban tanto que por momentos me hacían olvidarme de que tenía casi la edad de Jesucristo cuando murió. Hasta me intentaron chantajear diciéndome que si me quedaba a vivir en Murcia y no me iba a viajar lejos nunca más, me construían una cuadra en el jardín y me compraban un caballo.

Una noche cuando iba a salir, mi madre se acercó con un billete de veinte euros y me dijo: “Toma hija, tu paga. Pero no bebas muchas cervezas y a ver si ves a algún mozo que merezca la pena”. Mi cerebro hizo click. Quizás hasta me causó un pequeño ictus. Llevaba sin tener paga desde los 16 años. Reconozco que el dinero te cambia la vida, pero a veces no de la manera que esperamos. Rechacé los veinte euros y me bajé la app de idealista para ponerme a buscar piso rápidamente.

Otra de las ventajas por las que esta cuarentena está corriendo veloz es porque tengo perro y claro, eso me permite salir a que me dé la brisa al menos dos veces al día. Aunque en ciertas ocasiones me gustaría irme de paseo sin él porque se tira unos pedos tan putrefactos que hasta pesan. Para colmo, cuando lo hace se me queda mirando fijamente como si estuviese comprobando si soy capaz de aguantarlos sin desmayarme.

La tercera es que casi toda mi vida profesional he trabajado en casa, por lo que estoy más que acostumbrada a meterme en una cueva y teclear durante horas. Por no hablar del bendito invento de los cursos online. Al ritmo que voy, me voy a sacar un doctorado en plena cuarentena. Además, aunque esté feo decirlo, estoy muy concentrada porque nadie me da envidia. Dónde están ahora los reyes y las reinas del postureo, ¿eh?

Y la última es que estoy rodeada de personas bonitas por doquier y todos los días aparece alguien que me saca una sonrisa, una carcajada o un abrazo (aunque sea virtual) a través de videollamadas, whatsapps o comentarios como los que me dejáis en redes sociales que me motivan para seguir escribiendo este diario.

Te animo a que, a modo de terapia, empieces a rajar algún mueble o pared descontando los días que quedan. Sentirse presidiaria tiene su aquel, ¿no crees?

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 13: ACABO DE VOLVER DE LA PLAYA

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 13: ACABO DE VOLVER DE LA PLAYA

Un amigo me ha mandado un vídeo que hablaba de un experimento que habían llevado a cabo un grupo de neurocientíficos y que se basaba en que antes de dormir debías escribir en un papel cinco cosas positivas que te habían ocurrido durante el día. Si lo hacías durante un tiempo prolongado, pronto comenzabas a notar que tenías más energía y eras más alegre.

No sé cuánto dinero se habrán gastado en semejante descubrimiento pero vamos, que eso lo sé hasta yo sin haber hecho pruebas, y mira que de inteligencia no es que ande muy sobrada. Aunque pensándolo bien, sí que creo que alguna vez he llevado a cabo un experimento similar.

De pequeña, cuando mi padre nos echaba la bronca era todo un espectáculo. No uno de los que vas a ver payasos y te ríes, o vas a Disneyland y te haces fotos con Mickey. No, de esos no. Era de miedo. Terror más bien. Para que veas que no exagero tengo de testigos a mis hermanos. Cuando volvíamos los cinco del cole a comer a casa, mi madre colocaba la cámara de vídeo de los viajes encima del frigorífico y nos grababa hasta que nos habíamos comido las lentejas, el puré o las judías. Sobre todo nos grababa con las judías porque no nos gustaban nada y claro, montábamos en la cocina una mini guerra civil. La pobre mujer, desesperada al no saber cómo domesticarnos, nos amenazaba: “esto empieza a grabar ya, como no os portéis bien y comáis, se lo enseño a Papá luego.” Te juro que en cuanto le daba al botón rec comíamos como si fuésemos niños de posguerra hambrientos. Ni una mísera judía quedaba en los platos. Mientras masticaba pensaba: “imagina que son conguitos de chocolate, a que están ricos, ¿a que sí?” Tanta neurociencia para qué, un padre como el mío es lo que les hacía falta a los investigadores del positivismo.

Otras veces, imagino que cuando la cámara se quedaba sin batería, como sabíamos que éramos libres y ya no había autoridad que nos castigase, volvíamos a nuestra batalla campal. Mi pobre madre escapaba de la cocina y aunque nunca lo ha admitido, estoy segura de que en medio de la desesperación estuvo tentada a coger una maleta y huir, o a prenderle fuego a la casa con sus vástagos dentro. Ambas acciones hubiesen estado legitimadas, te lo aseguro. Pero mi madre es una mujer que con la presión se crece, y un día que volaban albóndigas como granadas por la cocina ella gritó: ¡Se acabó! ¡Voy a llamar a papá y vais a hablar con él!

Uno a uno en fila y manchados de salsa de tomate y trozos de albóndiga, fuimos pasando en orden por el teléfono. Parecía que estábamos en una marcha fúnebre y que al otro lado del receptor, nos esperaba la muerte. Ninguno de los hermanos recordamos qué nos decía con su voz grave y tosca pero cada uno volvíamos a nuestro plato, nos lo comíamos en silencio y hasta lo dejábamos bien colocado en el lavavajillas.

Pero la vez que más recuerdo haber conseguido evadirme de la realidad e irme a algún paraíso tropical fue una tarde que mi padre nos colocó frente a él y comenzó a gritarnos. Quizás fue porque mi hermano Juanma meó en los zapatos que había dejado mi tia abuela en el cuarto de invitados o por los sustos que le pegábamos al abuelo cuando dormía la siesta. No sé cuál sería la razón, pero siempre nos echaba la bronca a todos. Supongo que dio por sentado que era muy complicado saber quién había hecho qué y decidió que una bronca en común era más efectiva que ir uno a uno.

Así que ahí estaba yo, tiesa como el ciprés más alto del mundo, esperando a que se dirigiese a mí. El suelo temblaba al ritmo que mi padre vociferaba. Yo miraba hacia abajo pensando: “No te muevas que así igual no te ve ni te dice nada. Estate quieta, muy quieta. Mira, al menos puedes mover los dedos de los pies que eso él no lo ve”. Mientras agitaba sus brazos sermoneándome yo no escuchaba, simplemente me concentraba en mover ágilmente los dedos de los pies y llevármelos de paseo a alguna playa donde merendaba gustosamente mis conguitos de chocolate.

Supongo que por eso estoy llevando tan bien esta cuarentena, porque sé que haya donde esté, mi mente continúa siendo tan libre como cuando me escapo en la Blackie con Gordo.

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 12: POR FIN, BRAGAS LIMPIAS

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 12: POR FIN, BRAGAS LIMPIAS

Casi empiezo el día sin bragas. Limpias al menos. Ahora que economizo todo para tener que salir a la calle lo mínimo, sólo faltaría que hiciese lo mismo con mi ropa interior. Pero no, voy a braga por día. Aún mantengo mi dignidad.

Llevaba sin poner la lavadora desde antes de Covi y justo hoy me quedaba la última limpia. Menos mal que ha salido el sol y he podido tender con éxito mi ejército de bragas. Algún listillo me comentará: “pues no lleves, total si no sales de casa”. Pero resulta que poseo el bien más codiciado en estos tiempos: un perro. Cada cierto tiempo se me queda mirando fijamente y me empieza a dar con su patita en la pierna para que salgamos a pasear.

Cuando la gente me pregunta por qué adopté un perro suelo soltar el típico discurso de mi amor por los animales (excepto por los monos y los delfines) pero en realidad, la razón es mucho más sencilla y vergonzosa: necesitaba algo que me obligase a quitarme el pijama por las mañanas. No estaba depresiva ni nada por el estilo pero si aún no os habéis dado cuenta, soy un tanto desastre. Cuando Gordo no estaba en mi vida, podía comenzar a trabajar en casa a las ocho de la mañana y seguir en pijama hasta las cinco de la tarde. Y a esa hora, me miraba al espejo y me decía: “ya siendo tan tarde, no tiene mucho sentido que me vista, ¿no?”. Lo mismo ocurría con mi cama: ¿para qué hacerla si luego la voy a deshacer de nuevo? En aquella época no le di ninguna importancia, pero con el tiempo comprobé que había entrado en un bucle de dejadez máxima. Fuera de casa, seguía siendo la misma persona, pero cuando entraba en mi hogar me olvidaba de cuidarlo y por tanto, de cuidarme. Me excusaba diciéndome que era una mujer práctica y que no precisaba de decoros para mejorar mi vida. Pero lo que de alguna manera me faltaba era amor.

No puedo decir que Gordo lo cambiase todo pero sí que justo apareció en el momento clave. Supongo que mi inconsciente lo fue buscando por estas razones, sin que yo siquiera me lo planteara.

Cuando llegó sentí que tenía que cuidar de alguien. Siempre había huido de las grandes responsabilidades y de repente tenía 24 horas pegado a mí a un perro inquieto de manchas negras que engullía hasta el aire. Toda mi perspectiva cambió y comencé a ser más responsable y coherente conmigo misma. El pijama se quedaba bajo la almohada de la cama que hacía todas las mañanas, empecé a decorar mi casa con alguna que otra planta, a colgar fotos por las paredes, a vestirme bonita, a cocinarme algo rico porque sí... Cambié la manera de quererme porque un perro me ladraba por las mañanas para que lo paseara.

Es curioso cómo la vida te trae en el instante preciso lo que necesitas cuando ni siquiera sabes que lo necesitas. Como mis bragas limpias: justo a tiempo.

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Remys Door

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 11: MI POLLITO YELLOW

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 11: MI POLLITO YELLOW

Ayer terminé de leerme “De repente en lo profundo del bosque” de Amos Oz. Me llamó la atención por su título y su contenido cumplió con las altas expectativas que tenía. El libro va de un pueblo del que, por un motivo que no puedo desvelaros, desaparecen de la noche a la mañana todos los animales y sus habitantes viven tristes sin ellos. Nunca me había planteado algo así pero ahora, como ya he visto que es posible todo, empiezo a pensar en cosas horribles que podrían pasarnos. Me imagino una vida sin Gordo o sin escuchar pajaritos en el bosque o sin poder ver los documentales de National Geographic de tiburones y me pongo triste. Una parte de mí moriría, porque todos esos latidos acelerados que alguna vez me ha provocado ver algún animal salvaje libre, ya jamás volverían a ocurrir y claro, el corazón se me haría viejo al no necesitar latir tanto.

Ahora me vienen a la cabeza un montón de anécdotas relacionadas con animales. Cuando éramos pequeños, a mis hermanos mayores les dieron a cada uno en el colegio un pollito para que aprendiesen a cuidarlo y cada uno se hiciese responsable del suyo. Yo, que les imitaba en todo, exigí mi pollito amarillo. Lo llamé Yellow y por un breve corto período fuimos felices juntos. Luego ya no fuimos porque yo viví y él murió. Pero ojo, yo no lo maté. Por aquel entonces, vivíamos en una casa enorme y en el jardín, parte del suelo estaba cubierto de madera y debajo había huecos por los que paseaban guasalos, ratas e incluso serpientes. No es que viviésemos en la inmundicia si no que residíamos en Honduras y allí la vida salvaje se mezclaba con la urbana. Una tarde, salimos fuera a ver correr a los pollitos y de repente el mío se coló debajo del suelo de madera. Entre los tableros había huecos vacíos por los que podía observar a Yellow mientras le llamaba ansiosa para que saliese de ahí. Escuché su “pío, pío” varias veces hasta que de pronto apareció otro cuerpo que no era “Yellow” si no blanco y supe que era el final. Una rata de ojos rojos devoró a mi pollo en mi presencia. Nunca me había parado a pensar mucho en aquello hasta hoy y tampoco recuerdo si le hicimos un funeral o qué pasó con el resto de pollitos de mis hermanos. Lo que sí aprendí de aquella experiencia es que quien se inventó lo de que da mala suerte cruzarse con un gato negro es porque nunca ha visto a una rata blanca cruzarse en su camino. Eso sí que es escalofriante.

Quizás otro día os cuente cómo una vez en un restaurante donde había monillos danzando libres y robando comida, uno de ellos se encariñó de mi madre. El animal no paraba de abrazarla intensamente y ella estaba encantada porque es tan buena que si pudiese cuidaría y mimaría a todos los seres vivos del planeta. Le hicimos muchas fotos con su monijo. Pero al rato nos teníamos que ir y mi madre se lo quiso quitar de encima. Grave error. El mono no la soltaba y cuando mi padre se acercaba a intentar quitárselo éste nos enseñaba los dientes amenazante. ¿Cómo puede ser que tengan una cabeza tan pequeña y unos dientes tan gigantes? Qué desproporción más grotesca. Al final, lo engañamos dándole un plátano y huimos rápido de aquel lugar gobernado por monos posesivos.

Ahí también aprendí que nunca hay que fiarse de los monos: cuanto más tiernos, peores son. Y de los delfines tampoco. Éstos últimos nunca me han hecho nada, pero a mí no me engañan con su apariencia dócil.

Ahora que lo pienso, sólo te he contado experiencias traumáticas con animales cuando lo que pretendía era justo lo contrario. Es que es martes y en Murcia está lloviendo como si fuera domingo y aún viviese en Pamplona, y claro mi cabeza está hecha un lio.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 10: AQUÍ HUELE A HUMO

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 10: AQUÍ HUELE A HUMO

Hoy casi le prendo fuego a mi casa. Bueno a ver, no ha sido tan exagerado. Aunque en realidad sí. A mediodía he puesto la sartén con aceite en el fuego y mientras se calentaba me he entretenido eligiendo qué serie ver. Estaba quejándome para mis adentros de la cantidad de series malas que hay en Netflix cuando he escuchado un sonido un tanto alarmante. Giro la cabeza, y de la sartén salía fuego. He actuado rápidamente y lo he apagado mientras casi sollozando decía: “¡Joder joder joder¡ ¡Voy a ser la única inútil que muera por algo tan estúpido en pleno azote del Coronavirus!”. No he querido mirar, pero seguro que algún vecino ha asomado la cabeza por el patio interior para ver de dónde salía el humo.

El lado bueno -porque todo siempre tiene uno- es que creo que al menos así mi cocina entera se ha desinfectado de bacterias. En algún artículo he leído que el humo era un buen aliado para matarlas. Pero no me hagas mucho caso que igual era otro bulo. A ver si ahora te vas a poner a quemar tu casa y luego sales en los medios diciendo que una idiota a la que creíste porque sí, te dijo que así te ibas a librar de Covi.

La cocina nunca ha sido mi gran aliada. Aunque he de decir a mi favor, que hago una ensalada de pasta riquísima y para nada saludable. Por eso este año me he propuesto ir mejorando en ello y dedicarle más cariño y atención. Lo de hoy ha sido una excepción. Normalmente me quedo mirando fijamente a la sartén y a veces incluso contengo la respiración hasta que empieza a calentarse y puedo poner en ella las pechugas de pollo o lo que ese día me toque. Es un proceso de supervivencia que aplico porque si me distraigo un momento, puedo encontrar hasta interesante el manual de instrucciones de mi lavadora.

Este verano pasado mi cuñada casi me asesina. Y con razón. Estábamos en la terraza de la casa de la playa que justamente da a unas rocas y al mar. Mi sobridemonio Héctor que llevaba poquito tiempo andando, se dedicaba a investigar la zona exhaustivamente. En un momento dado, Ainhoa me dijo: “Pulga (por si aún no lo sabes, así me llama mi familia. Sí, la misma que me quiere.) vigílame a Héctor un momento, que voy al baño”, y yo, pensando que era mi momento estelar para enseñarle lo responsable que podía ser con su hijo, le dije: “Claro, claro, no te preocupes. Vete tranquila.” Me quedé mirando al sobridemonio fijamente, como a la sartén. Pero de repente, apareció un viejo conocido por la playa al que hacía mucho tiempo que no veía y nos pusimos a hablar con alegría de cómo nos había ido la vida en estos años.

El grito de mi cuñada, que es vasca -dato importante-, aún resuena en mi cabeza y me eriza los pelos de la nuca. Claro, me había olvidado completamente de que tenía un sobridemonio llamado Héctor que en ese momento estaba a punto de saltar a las rocas del mar. Volé tan rápido a su rescate que si Usain Bolt me hubiese visto, se hubiese retirado de las olimpiadas.

No hubo daños físicos. Ni de Héctor porque lo salvé a tiempo, ni de mi cuñada hacía mí que tuvo la cortesía de asesinarme únicamente con la mirada.

Aquel día recuerdo que pensé: bueno, otro más que sobrevivo sin incidentes mayores.

Así que hoy, sumo victoriosa otra jornada más.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 9: GORDO ME SUSURRA COSAS

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 9: GORDO ME SUSURRA COSAS

Mierda, el gremlin se ha tomado el domingo libre y llevo un rato mirando el folio en blanco. A mi Gordo le importa una mierda mi problema: está roncando y emitiendo gruñidos gustosamente. Claro, él en su minúsculo cerebro sabe que todo esto nos lo hemos buscado los humanos. Cada vez que gruñe en sueños creo que está emitiendo una protesta:

Gruñido 1: Esto va por las veces que me has llevado atado como si fuese de tu propiedad y no me dejabas mear en las llantas de mis coches favoritos.

Gruñido 2: Este porque por fin somos los animales los que os traemos un virus que además no afecta en nada a ningún compi animal del globo terráqueo.

Gruñido 3: La cagamos con el ébola, pero de los fracasos aprendemos rápido y ya no más monos muertos.

Gruñido 4: ¿Os creíais poderosos prohibiéndonos el acceso a las playas, cercando montañas que no son propiedad de nadie y dándoselas a algún gordo ricachón que ni si quiera sabe lo que es un olmo o cuándo florece un almendro?

Gruñido 5: Pues ahora sois vosotros los que estáis recluidos en jaulas y mientras, nosotros paseamos libres por primera vez después de mucho tiempo. La pachamama ha hablado y por fin estáis aprendiendo a escuchar.

Menudo discurso me acaba de soltar. Yo, que después de ver tanto al encantador de perros, estaba convencida de que los perros no tenían conciencia y mira, resulta que tengo al Dalai Lama perruno.

El caso es que creo que tiene razón en todo. Ayer mismo me llegó un vídeo de un corzo correteando feliz por un polígono de Navarra y pensé: es la imagen perfecta del apocalipsis. Hasta merecería la pena que nos pasáramos encerrados un año, si así un nuevo ciclo de la naturaleza comenzase. El aire se limpiaría, la contaminación descendería en picado, los animales volverían a ser libres y a no temer a esta raza asesina de humanos... Todo volvería a su cauce natural.

¿Has pensado alguna vez que somos el único ser vivo con conciencia (exceptuando a mi Gordo Dalai Lama) que actúa en muchísimos casos de la manera más cruel e inconsciente? En otras palabras, que tenemos cerebro y decidimos no usarlo. O peor aún, le sacamos partido de la manera más rastrera, egoísta y estúpida.

Sólo espero que por fin aprendamos que el mundo no nos pertenece, que hasta el dinero proviene de los árboles y que sin madre naturaleza feliz y protegida por todos, el fin del mundo viene de la mano del amigo Covi.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!