DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 23: CUIDADO, LO QUE DESEAS SE CUMPLE
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DÍA 23: CUIDADO, LO QUE DESEAS SE CUMPLE
Me he pensado mucho lo de escribir sobre este tema o no. Soy un tanto cagada y si menciono la palabra droga en un whatsapp, las manos comienzan a sudarme mucho y me imagino a un comando SWAT echando la puerta de mi casa abajo y tirándome al suelo por posesión de estupefacientes. Pero bueno, todo sea por el entretenimiento en cuarentena.
Resulta que ayer me entraron ganas de fumar tabaco y en vez de hacerme un pitillo de liar, cogí uno que estaba empezado de un botecito que tengo en la terraza. Sí, así de cutre soy. Yo apenas fumo y de vez en cuando le doy un par de caladas para sentirme guay como cuando tenía quince años. Así que cogí uno al azar, y mientras aspiraba el humo, espiaba a mis vecinos en sus quehaceres habituales. A la segunda calada pensé: joder, qué rico está este pitillo. A la cuarta, se me dibujó una sonrisa en la cara y el cerebro comenzó a flotar suavemente entre las nubes que navegaban sobre la calle.
Fue ahí cuando me dije: “Joder Remy, vas fumada”. Miré al pitillo que no era pitillo y me dio un ataque de risa. Luego devoré la mitad del brownie que había hecho y me zampé compulsivamente una bolsa de patatas con limón mientras mi amiga Poe que estaba medio pedo en su casa, se moría de la risa al verme fumada. Benditas videollamadas, de verdad.
Después de llenar mi tripa de una cantidad ingente de azúcar, todo me supuso un esfuerzo enorme, y no pude hacer otra cosa que quedarme tirada en el sofá viendo Vikings y preguntándome cosas extrañas sobre la vida.
A estas alturas creo que no hace falta que os diga que yo no fumo porros (pero lo aclaro no vaya a ser que la Poli me esté leyendo) y de ahí que, con cuatro caladas, llevara un colocón que me olvidé hasta de que tenía perro. He de reconocer que tengo una extraña admiración hacia esas personas que van fumadas todo el día. ¿Cómo hacen para parecer normales? Si yo me fumase un porro nada más levantarme, no sé qué sería de mí. Me perdería en mi propio barrio y terminaría pasando el día con las abuelitas que frecuentan la panadería de la esquina. Les escucharía durante horas -que para mí pasarían como minutos- hablar sobre las mejores recetas para hacer cocido, sobre sus nietos, sobre su última visita al médico... Y asentiría mientras intentaría tragarme todos los bollos, palmeras y galletas que suele tener a la venta Paqui la panadera.
Lo más curioso de todo esto es que hace unos días le comentaba a una amiga que me encantaría fumarme un porro para fliparme como los escritores que tienen que colocarse para escribir. Más que por la sensación, quería aparentar ser más profunda gracias a las drogas. Como si para ser una auténtica artista tuviese que pasar por el aro del humo del cannabis.
Y mira tú por dónde, ayer me ocurrió. Tenía razón Paulo Coehlo con su frase: Cuando deseas algo de corazón, el universo conspira para que lo consigas. Eso sí, ni escribí nada coherente ni pinté una obra maestra. A lo mucho engordé un par de kilos y perdí un par de neuronas.
¿Tu fin de semana bien?