DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 58. TE ESPERO DONDE HUELA A SALITRE
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DÍA 58. TE ESPERO DONDE HUELA A SALITRE
Una vez leí que los acontecimientos más estresantes de la vida suelen ser, en primer lugar, la muerte de alguien cercano a ti y pocos puestos más abajo, están las mudanzas. He pensado que quizás no es el hecho en sí lo que nos estresa, sino el miedo a cambiar algo que dábamos por hecho que iba a ser así siempre.
Por eso, las experiencias más dolorosas de mi existencia siempre han sido despedidas. Algunas llevaban mucho tiempo planificadas y me fue más sencillo aceptarlas. Otras, fueron repentinas.
Nunca he sido buena lidiando con unas, ni con otras. Para qué engañarnos, huyo del drama tanto que cuando me pilla de sorpresa, intento ponerle mi mejor cara y actuar como una buena anfitriona. Porque creo que si no permito que note cuánto me perturba su presencia, el dolor se marchará de golpe, tal y como ha llegado. Evidentemente, nada de eso sirve.
Una de las despedidas más duras que he vivido fue cuando mi madre se fue a vivir a Senegal. Mi padre se había ido unos cuantos meses antes, y ella estaba terminando de cerrar asuntos para poder irse libremente y crear de nuevo un hogar en África. La acompañamos todos los hermanos al aeropuerto y en el coche, recuerdo que suspiraba mientras veía pasar frente al cristal, toda la vida que había fabricado con sus hijos en Pamplona. Nunca había visto a mi madre tan triste. No es que no deseara irse, si no que no quería abandonarnos a nosotros. Ella sentía que dejaba desprotegida a su pequeña tribu y era indiferente a lo mucho que le insistiéramos de que íbamos a estar bien. No hay órgano más terco que el corazón. La abrazamos cientos de veces y cuando cruzó a la zona de embarque miró hacia atrás, y mi niña interior quiso saltarse todas las barreras de seguridad para alcanzarla, cogerle de la mano y decirle: “Mami yo contigo voy al fin del mundo, ¿vale?”. Menudo drama montamos en aquella terminal.
Supongo que si alguien me hubiese chivado que mi madre iba a ser muy feliz allí y que iba a terminar volviendo con una hermanita para nuestra tribu, ni ella hubiese estado tan inmensamente triste, ni yo tan desconsolada.
Pero también creo que sufrir no es más que una manera de demostrar cuánto somos capaces de amar. Por eso imagino que si alguien inventase una vacuna para curar el sufrimiento, a ninguno nos preocuparía en absoluto encontrar la fórmula para terminar con el Covid19. Nos daría absolutamente igual vivir. Porque no hay bien sin mal, ni felicidad sin sufrimiento.
Por eso, mientras escribo estas líneas y me siento triste por terminar este diario que tantas emociones me ha provocado, respiro aliviada y acepto que si no me entristeciera cerrar esta etapa, significaría que tampoco la he vivido intensamente. Así que en el fondo, no es pena esta lluvia que dibuja surcos en mis mejillas.
No me entiendas mal, no quiero que nos vuelvan a encerrar; pero si ocurriese de nuevo, intentaría pensar que todo lo bueno está por llegar, incluso cuando todo apunta justamente hacia la otra dirección. Eso no es una teoría que me haya inventado, es un experimento que he comprobado en estos 58 días.
Feliz vida y gracias por estar entre las paredes de tu casa leyéndome. Le has dado sentido a cada una de estas palabras que nacieron, en un principio, sin cometido alguno.
Nos vemos en cualquier lugar que huela a salitre o a pinos silvestres.