DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 58. TE ESPERO DONDE HUELA A SALITRE

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DÍA 58. TE ESPERO DONDE HUELA A SALITRE

Una vez leí que los acontecimientos más estresantes de la vida suelen ser, en primer lugar, la muerte de alguien cercano a ti y pocos puestos más abajo, están las mudanzas. He pensado que quizás no es el hecho en sí lo que nos estresa, sino el miedo a cambiar algo que dábamos por hecho que iba a ser así siempre.

Por eso, las experiencias más dolorosas de mi existencia siempre han sido despedidas. Algunas llevaban mucho tiempo planificadas y me fue más sencillo aceptarlas. Otras, fueron repentinas.

Nunca he sido buena lidiando con unas, ni con otras. Para qué engañarnos, huyo del drama tanto que cuando me pilla de sorpresa, intento ponerle mi mejor cara y actuar como una buena anfitriona. Porque creo que si no permito que note cuánto me perturba su presencia, el dolor se marchará de golpe, tal y como ha llegado. Evidentemente, nada de eso sirve.

Una de las despedidas más duras que he vivido fue cuando mi madre se fue a vivir a Senegal. Mi padre se había ido unos cuantos meses antes, y ella estaba terminando de cerrar asuntos para poder irse libremente y crear de nuevo un hogar en África. La acompañamos todos los hermanos al aeropuerto y en el coche, recuerdo que suspiraba mientras veía pasar frente al cristal, toda la vida que había fabricado con sus hijos en Pamplona. Nunca había visto a mi madre tan triste. No es que no deseara irse, si no que no quería abandonarnos a nosotros. Ella sentía que dejaba desprotegida a su pequeña tribu y era indiferente a lo mucho que le insistiéramos de que íbamos a estar bien. No hay órgano más terco que el corazón. La abrazamos cientos de veces y cuando cruzó a la zona de embarque miró hacia atrás, y mi niña interior quiso saltarse todas las barreras de seguridad para alcanzarla, cogerle de la mano y decirle: “Mami yo contigo voy al fin del mundo, ¿vale?”. Menudo drama montamos en aquella terminal.

Supongo que si alguien me hubiese chivado que mi madre iba a ser muy feliz allí y que iba a terminar volviendo con una hermanita para nuestra tribu, ni ella hubiese estado tan inmensamente triste, ni yo tan desconsolada.

Pero también creo que sufrir no es más que una manera de demostrar cuánto somos capaces de amar. Por eso imagino que si alguien inventase una vacuna para curar el sufrimiento, a ninguno nos preocuparía en absoluto encontrar la fórmula para terminar con el Covid19. Nos daría absolutamente igual vivir. Porque no hay bien sin mal, ni felicidad sin sufrimiento.

Por eso, mientras escribo estas líneas y me siento triste por terminar este diario que tantas emociones me ha provocado, respiro aliviada y acepto que si no me entristeciera cerrar esta etapa, significaría que tampoco la he vivido intensamente. Así que en el fondo, no es pena esta lluvia que dibuja surcos en mis mejillas.

No me entiendas mal, no quiero que nos vuelvan a encerrar; pero si ocurriese de nuevo, intentaría pensar que todo lo bueno está por llegar, incluso cuando todo apunta justamente hacia la otra dirección. Eso no es una teoría que me haya inventado, es un experimento que he comprobado en estos 58 días.

Feliz vida y gracias por estar entre las paredes de tu casa leyéndome. Le has dado sentido a cada una de estas palabras que nacieron, en un principio, sin cometido alguno.

Nos vemos en cualquier lugar que huela a salitre o a pinos silvestres.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 57. LOS TRUCOS DE LA MEMORIA

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DÍA 57. LOS TRUCOS DE LA MEMORIA

Comentando con una amiga los días que llevamos confinados, me ha dicho alegremente: “Pues a mí se me ha pasado rápido”. Yo le he contestado: “Claro, a toro pasao no le mires el diente”. Ella se ha empezado a reír y me ha corregido: “Remy, el refrán no es así”. “Ya sé que no es así, pero tu afirmación sobre la velocidad del tiempo en esta cueva, se aleja aún más de la realidad.”, le he contestado.

Por fin nos han dado el pase a la fase 1, y no me extraña que nos pongamos a recordar todo lo que hemos vivido en estos dos meses. Como si de pronto, nos hubiésemos aliviado de haber sobrevivido a una terrible enfermedad, de la que hemos evitado hablar para no darle aún más importancia.

Sé que no viene a cuento, pero te quería comentar que en plena pre adolescencia, cuando aún vivíamos en Honduras, yo tenía una dentadura que cuando me reía por la calle, los desconocidos me echaban monedas por compasión. Como los funambulistas que se ponen en los semáforos a hacer malabares, y a cambio recogen dinero por su arte. Lo mismo me ocurría a mí, pero en vez de arte, tenía unos dientes mareaos bailando por mi boca. Con el dinero recaudado, mis padres me llevaron al lugar que más odio de toda el planeta: una clínica dental.

Allí pasé parte de mi juventud. Entraba a consulta, el dentista me ponía anestesia y al lío. A veces incluso se confundía de la zona bucal que me dormía y cuando me estaba intentando arrancar algún diente y yo casi me desmayaba del dolor, él me decía: “uy, creo que me he confundido y no te he dormido bien la zona”. Sacaba otra jeringuilla, y vuelta al ruedo. Recuerdo vivamente que, cuando me metía los alicates y acercaba su cara a la mía, le temblaba muchísimo la barbilla. Si en algún momento de mi existencia, aprendí a odiar, fue justamente en aquel instante. Yo no sé la cantidad de dientes y muelas que me sacaron. “Es que hay que hacer hueco a los nuevos dientes”, decía el psicópata de barbilla hiperactiva. A día de hoy intento no darle muchas vueltas al tema, porque no sé qué me hicieron exactamente cada vez que iba a consulta. Al volver a España, la dentista que me volvió a mirar la boca, le comentó a mi madre, mientras observaba detenidamente mis colmillos: “Y dice usted, que lleva acudiendo a que le mejoren la dentadura un par de años, ¿no? Pues siento decirle que nada de lo que le han hecho ha servido para mucho.”

Imagínate, dos años de dientes arrancados con su posterior recuperación de varias jornadas sin poder comer normal y demás molestias. A mi madre, en aquel entonces le daba tanta pena que, cada vez que salía de allí con la boca llena de gasas, me llevaba a alguna juguetería y me decía: “elige tu regalo”.

Hace poco le recordé un día que salimos del dentista y cuando llegamos a casa, mis hermanos estaban comiendo conguitos de chocolate y claro, yo no podía porque tenía la boca encharcada en sangre. Estallé en ira y monté un buen espectáculo.

Ella intentó hacer memoria y me contestó: “Ay Pulgui, mi cerebro es bastante sabio y se ha encargado de borrarme todos los malos recuerdos”. Aquella frase me dejó un poco tocada, porque la mujer no se acuerda de la mitad de nuestra infancia.

Yo sólo espero que aunque hayamos acumulado recuerdos feos durante esta cuarentena, no los olvidemos rápido; para aprender a valorar que, ni ir al dentista frecuentemente es tan sano, ni la vida es algo que nos vaya a durar para siempre.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 56. DE LUNA LLENA Y DEMÁS EXCUSAS

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DÍA 56. DE LUNA LLENA Y DEMÁS EXCUSAS

Hay mañanas en las que me levanto y digo: “uyyyy, hoy preveo mucha niebla”. Pero no me entiendas mal. No me refiero a la niebla originada por un fenómeno meteorológico, si no a esa que se genera en tu cerebro y se queda ahí estancada, provocando que pensar se convierta en una acción excesivamente complicada. Llevo unos cuantos días así y para qué engañarnos, ha habido ratos en los que me he rendido y en vez de trabajar, me he puesto a ver Ozark. Que por cierto, me tiene enganchadísima.

Supongo que sentir que ya estoy a punto de abandonar esta cueva y dejar de lado todas las costumbres que he ido adoptando durante casi dos meses, ha hecho que mi actitud cambie. La luna llena también me ha afectado, por supuesto. Si no, vete y pregúntaselo a mis amigas, que han estado esta semana locas con el tema. De repente una me apareció ayer con el pelo recién cortado porque decía que si te metes unos cuantos tijeretazos, cuando este satélite hincha el pecho y se muestra pleno, pues te crece más fuerte. Esa misma, apareció el otro día con el pelo untado en vinagre, leche y no sé qué otro ingrediente, pero si hubiera sido azúcar moreno tampoco me hubiese sorprendido. Y claro, cuando se pone a defender las teorías que hay sobre el comportamiento de las mujeres en luna llena, se aparece en mi cabeza la imagen de su pelo lleno de una especie de mayonesa y pierde toda la credibilidad. Otra ya va por el tercer tinte que se echa a la melena, temo que el día que vuelva a verla luzca el pelo afro y yo tenga que actuar normal. Como cuando alguien tiene un moco asomándosele y tú estás todo el rato pensando: “no le mires el moco, no le mires el moco...”.

Esto último se me da fatal. Vamos, que como jugadora de póker no serviría ni para repartir las cartas porque lo de ocultar mis emociones se me da fatal. Ya he llegado al punto de que ni lo intento porque sé que no funciona, y para ser sincera, tampoco me interesa conseguirlo. La vida es demasiado corta como para andar fingiendo orgasmos... Ah, ¿que no hablábamos de sexo? Perdona, ya sabes que la súper luna llena alborota las hormonas y me disperso.

A lo que iba, con super luna o sin ella, ¿por qué no intentamos ser un poco más directos? Dejarnos de dramas absurdos o de buscar problemas donde no los hay. Tengo una teoría que se basa en que cuanto más ego tienes, más importancia le das a la opinión de los demás. Y por tanto, menos auténtica eres. Qué triste, ¿verdad? Permitir que la imagen que tenemos de nosotros mismos actúe de capa invisible y tape quien realmente somos.

Pero bueno, no te vayas a pensar que yo soy el Dalai Lama. Todo lo contrario, tengo un ego gigantesco, lo que pasa que he aprendido a domarlo y cada vez que me da vergüenza hacer algo por el que dirán, me digo a mí misma: “Remy, esta gente está demasiado ocupada preocupándose de vestir bonito a su propio ego como para fijarse en el tuyo”.

No sé qué tenía todo esto que ver con la luna llena, las mareas y que somos todo H2O, pero si le doy un trago al vaso de agua de mi mesilla de noche y te lo cuento, igual lo reconduzco todo a un buen final ¿no?

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 55. MOVIDAS RARAS

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DÍA 55. MOVIDAS RARAS

Estas máscaras me las compré hace bastante tiempo por Amazon. Me hicieron gracia y pensé que podría sacarles partido haciendo fotos con ellas. Hasta ahora apenas las había usado, pero hay cosas que se deciden mucho antes de que sepas lo importantes que van a ser en el futuro. La vida es un camino repleto de hoyos de incertidumbre y nosotros, vamos saltando de uno a otro esperando que el siguiente sea tan bueno como el anterior, o no tan malo, según cómo caigas. A veces intentamos taparlos con mayas o echando tierra sobre ellos, pero rara vez funcionan como nos gustaría. Solo que quizás, en vez de matarnos, nos rompemos un tobillo. Que no está mal, oye.

Lo mismo pasa con las personas. Hay algunas que te sirven un café en un bar, te pones a charlar con ellas distendidamente del tiempo y acabas amándoles para siempre. Otras que ni siquiera te has parado a valorar lo suficiente porque nunca te han faltado. Y varias con las que has compartido media vida y de la noche a la mañana te das cuenta de que no tenéis nada en común, pero el conformismo os ha llevado a mantener una amistad superficial. A veces las costumbres son como esos jerseys de lana que, tras muchos lavados, comienzan a afearse y los terminas por tirar. Ya no te sientes bonita con ellos.

En esta cuarentena todos hemos caído en hablar con algún que otro ex o con antiguos amores que solo cosecharon frutos prohibidos. E incluso hemos hablado con amigos con los que hacía años que no te sentabas a echar una cerveza. Es curioso el comportamiento humano cuando vemos que la soledad comienza a abrazarnos hasta asfixiarnos.

Yo he soñado cosas extrañísimas con personas a las que hace mucho tiempo que no veo. Movidas tan surrealistas que me da por pensar que mi subconsciente está bailoteando dentro del ataúd de los africanos de Ghana. Te las contaría pero me está llevando demasiado esfuerzo crearme una reputación digna.

Hablando de reputación, ayer la policía me llamó la atención. Me había pasado el límite del kilómetro de mi casa paseando con Gordo. Me sentí como si estuviese en el instituto y la directora me hubiese pillado escapándome en el recreo para ir a comprar chuches a la tienda de enfrente. Me quedé callada, mirando al suelo porque a mí las autoridades me generan mucho respeto. Si algo me pesa en esta vida, es que me llamen la atención por haber hecho algo mal. Luego pensé en las pobres autoridades y en el trabajo sucio que les está tocando vivir en estos momentos. Supongo que cuando comenzaron a opositar motivados, jamás pensaron que llegaría un día en el que tendrían que amonestar a los civiles por abrazarse, salir de casa a horas prohibidas, caminar más lejos de los 1000 metros de radio de tu casa y demás normas pandémicas que nos toca cumplir.

Como diría Ignatius en la Vida Moderna: “What a time to be alive!” Porque sí, en estos momentos la vida real es incluso más surrealista que algunos de mis sueños.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 54. ENTRA A TODOS LOS LUGARES COMO SI FUERAN TU PROPIA CASA

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DÍA 54. ENTRA A TODOS LOS LUGARES COMO SI FUERAN TU PROPIA CASA

Cuando empecé a correr con mi amiga María el año pasado, ella me animaba diciéndome que se me daba muy bien sufrir. Ya ves tú, menuda motivación ¿eh? Las primeras veces, casi terminaba vomitando o con los pies en alto a punto de desmayarme. Claro, yo acababa de volver de México donde, si en algún momento me dio por correr, fue exclusivamente para conseguir cerveza antes de que cerraran el súper. Ella en cambio, estaba en plena forma física y yo me arrastraba detrás rezando para que aquella tortura terminara. A veces, cuando no miraba me echaba a andar un poco, para calmar el flato y la agonía. Pero la tía, además de estar tan fuerte como Tomb Raider, tenía ojos en la nuca, porque cada vez que lo hacía me chillaba: “¡¿Qué haces?! Ya descansarás cuando esto termine.” Y del susto, me ponía a trotar de nuevo. Yo pensaba que me iba a correr con mi amiga molona, y resulta que en realidad hacía deporte con una sargento. Pero no todo van a ser quejas. De ella aprendí el valor del esfuerzo y la constancia. Pero sobre todo que, las cervezas de después de quemar calorías, son un regalo de los dioses.

Luego cambié las carreras por la escalada y fui olvidándome de lo bien que se me daba sufrir. Hasta hoy. No sé qué efecto raruno ha tenido en mí la cuarentena, pero me he puesto a correr tan feliz a las siete de la mañana. Voy a esa hora no porque me guste madrugar, que también, si no porque así me garantizo que nadie me va a molestar en mis galopes.

Digamos que si cada uno de nosotros tuviese que ser un personaje de Friends, a mí me tocaría ser Phoebe, por mucho que deseara estar tan buena como Rachel. Si me vieses correr, te acordarías de aquel capítulo en el que ésta mujer tan maravillosa se echa a trotar por Central Park.

Lo bueno de ser yo es que no me entero de cuando hago cosas vergonzosas y sin embargo, eres tú quien tiene que sufrirlo. Y créeme, cuando te digo que eso pasa bastante a menudo.

Hace años me dio por leerme el primer libro de Juego de Tronos, luego salió la serie y dejé que el resto de tomos cogiesen polvo. Pero en ese primero, el enano Tyrion ya dejaba alto el listón, y me acuerdo de que subrayé una frase, que espero que permanezca viva muchos más cientos de años de los que a mí me quedan en el planeta tierra:

“Nunca olvides qué eres, porque desde luego el mundo no lo va a olvidar. Conviértelo en tu mejor arma, así nunca será tu punto débil. Úsalo como armadura y nadie podrá utilizarlo para herirte”.

Por eso ahora me siento libre, porque todo lo malo que alguien puede criticarme, ya me lo he dicho el triple de veces. Luego lo he aceptado y he vuelto a ser feliz. No te imaginas el placer que me da ser primero la jueza más cruel conmigo misma, y terminar siendo la mejor amante que tengo.

Todo esto viene a que mi madre me va a regalar una guitarra por mi cumple y estoy deseando estrenarla tocando: “Smelly cat, smelly cat. What are they feeding you?...”

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Remys Door

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 53. A DOS METROS DEL VERANO

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DÍA 53. A DOS METROS DEL VERANO

Mayo es mi mes favorito porque está a un paso de la época de mejillas quemadas, de aperitivos con cerveza y mar, de vivir más fuera que dentro, de las canciones de Estrella Damm, de amores que duran un poco más que el pellizco que te das para ver si son de verdad. De escapadas en furgo a la montaña en busca de fresco y sombra, de noches de guitarra y caricias, de bikinis coloridos y pieles doradas, de grillos afónicos de tanto cantar, de helados que se derriten antes de que los puedas terminar, de chancletas y uñas pintadas, de cenar a medianoche, de engañarnos y sentir que seremos jóvenes eternamente. De cine y palomitas bajo las estrellas, de tiovivos estresados, de voleibol en la arena, de bailar hasta que amanezca, de resacas que se curan zambulléndose en el mar, de planes que nunca salen bien, pero que terminan siendo aún mejor. De karaoke, tinto de verano y pulseras de la amistad, de decir que sí a todo para tener luego de qué arrepentirte, de libros que empiezas y terminas un mismo día, de estar más tumbado que de pie, de abrazar a amigos que hace mucho que no ves, de brindar por todo lo malo que ha terminado y por todo lo bueno que vamos a bebernos. De promesas eternas que no logran llegar al final del verano, de juergas que comienzan en tu cama y terminan en otra cama, de partidas al parchís, de conciertos en directo, de sed que sólo curan los mojitos, de dormir destapada, de soñar despierta, de mariposas enloqueciendo, de “no me toques que me asfixio”, de siestas en hamacas, de perder el reloj a propósito, de guiñarte a ti misma los ojos al observarte en un reflejo. De sonrisas perennes y gazpacho bien fresquito, de comprarte un vestido blanco y ensuciarlo nada más estrenarlo, de aprender a tocar la armónica, de barbacoas en las que lo que menos importa es que no se quemen las chuletas, de churros con chocolate para desayunar, de pescadores pacientes, de viajes improvisados, de escalar antes de que el sol abrase la roca, de “qué guapos estamos todos en verano”, de sombrillas problemáticas que nunca se clavan bien en la arena, de tormentas que traen mejores recuerdos que la colonia de tu ex pareja, de llevar moño para evitar los golpes de calor, de fabricar recuerdos constantemente, de “la dieta ya no tiene ningún sentido”, de bostezos perezosos, de no querer volver nunca a la rutina, de olvidarte de que es domingo y mañana te tocaría trabajar, de gente loca que que se reúne en un altar para afirmar que su amor es para siempre, de bañarse desnudos en el océano, de boquerones frescos y mariscadas de sabores celestiales, de ojalás para siempre, de lucir tatuajes, de sentirnos salvajes, de hormonas traviesas, de sorpresas que provocan lluvias en los párpados, de no querer volver la vista atrás. De buscar conchas en el agua y erigir castillos en la arena, de posar para las fotos, de querer dar envidia postureando, de cafés con hielo, por favor, de “este septiembre me apunto al gimnasio”, de hacer lo que te apetece a cada minuto, sin sentirte irresponsable... De ser libre a fin de cuentas.

No hago más que escuchar que este verano va a ser diferente y yo pienso que si has vivido dos veranos iguales, es que te has perdido muchas cosas. Con dos metros de distancia aún se sigue oliendo el mar, ¿verdad?

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

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DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 52. AQUÍ AÚN QUEDA UN POCO DE LUZ

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DÍA 52. AQUÍ AÚN QUEDA UN POCO DE LUZ

Hay libros con los que te cruzas y te llaman. No sé si es por la portada, el título o que tiene vida propia y se obsesiona con aparecer en cualquier biblioteca para que lo leas. Eso me ocurrió con “El camino del artista”. Antes de que fuese mío, se me aparecía en todas las estanterías. Incluso en casas de conocidos. Tanta fue su persistencia que me rendí, lo compré y comencé a tragarme sus palabras.

No es una novela. Podríamos catalogarlo, por mucho que odie ese término, como un libro de autoayuda para artistas. En él, su autora, que también es artista, cuenta cómo sufrió una crisis muy grande y dejó de crear obras. Para salir de ahí, comenzó a realizar distintos ejercicios que va comentando en el libro.

Nada más empezarlo, Julia Cameron (la escritora) te promete que si llevas a cabo todos los ejercicios a raja tabla, vas a conseguir tener éxito como artista. Lo prometía con tanto descaro que pensé: “A ver, Remy, si tú te crees todo lo que cuenta Iker Jiménez en Cuarto Milenio, no vas a dártelas ahora de incrédula”. Además, me sorprendió mucho que varias personas de mi alrededor lo tenían y se lo habían leído. Pero ninguna de ellas había llevado a cabo los ejercicios.

Así que pensé que, hasta que no hubiese hecho los ejercicios, no podría criticarlo porque no hay cosa que más odie que a los jueces ignorantes. Recuerdo que fue en agosto del año pasado cuando comencé a leerlo. El primer ejercicio se basa en que todas las mañanas hasta que te mueras, tienes que escribir tres folios nada más despertarte. Ella lo llama “las hojas matutinas” y explica que no tienes que poner nada coherente en ellas, ni escribir un libro, simplemente se basa en vaciar los pensamientos de tu mente en ese momento. Según su experiencia, muchos de nuestros bloqueos creativos están en nuestro subconsciente y gracias a las hojas matutinas, vas a poder ir desanudándolos y fluyendo más creativamente.

Yo me prometí que hasta que no consiguiese escribir 21 días seguidos sin fallar ni uno, no pasaría a la siguiente tarea. Fue a principios de marzo, justo antes de que nos confinaran, cuando conseguí escribirlos. Ser dispersa es algo que siempre está en guerra con la constancia. Pero por fin, cumplí mi objetivo. A día de hoy, he escrito de seguido durante 82 días y alrededor de 246 folios. Y lo más fuerte de todo, es que no pienso dejar de hacerlo nunca. Evidentemente, seguro que de cuando en cuando, algún día fallo pero no quiero desprenderme de una actividad tan cargada de cosas buenas.

Si os soy sincera, hasta que llegó el confinamiento no había notado absolutamente ninguna mejoría aplastante en mi creatividad. Quizás, es que tampoco había sido muy consciente. Pero en esta cuarentena, mi creatividad ha explotado de una manera que jamás me hubiese imaginado. Me siento súper enérgica, positiva y con unas ganas imparables de estar creando cosas todo el rato. Veo mi futuro con más claridad y me siento capaz de dejar de soñar para empezar a hacer.

Las hojas matutinas son como mi rato de meditación. Pongo el despertador a las 6.30 de la mañana. Nada más sonar, sin salir de la cama y con los párpados perezosos, agarro el boli y el cuaderno a tientas y comienzo a escribir. Nada de lo que pongo es interesante. Suelo escribir frases como: “joder qué sueño tengo.”, “Ay, que me hago pis.” o “qué ganas tengo de pisar la playa”. Todo inconexo y sin ninguna pretensión poética. Al cabo de media hora, he terminado la última hoja y no hay día que me despierte malhumorada o estresada.

Te cuento esto porque creo que todos nosotros llevamos dentro un niño interior cargado de una creatividad brutal. El problema está en que no nos lo creemos y nos puede el miedo al fracaso. Está claro que no todos tenemos los mismos dones, pero si ni siquiera nos damos la posibilidad de intentar aquello que nos motiva, ¿qué clase de amor te estás brindando a ti mismo? ¿Acaso no te quieres tanto como para demostrarte que eres tan enorme como desees serlo? Confía en ti un poco, anda. Que ya tenemos suficiente mediocridad en el mundo y necesitamos a personas que brillen para darle guerra a la oscuridad.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 51. LOS PRISMÁTICOS DE LA PLAYA

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DÍA 51. LOS PRISMÁTICOS DE LA PLAYA

Desde pequeños, los veranos los hemos pasado en la casa de la playa. Frente a ella hay una isla, que hace muchos años compró una mujer pero luego la abandonó porque – imagino yo – se dio cuenta de que las gaviotas, con las que convivía, no le daban mucha conversación y eran unas vecinas demasiado estridentes al amanecer.

Al lado de la isla hay un peñón del que saltamos desde que mis padres no nos lo permitían. Evidentemente, lo hacíamos sin su consentimiento porque a esa edad uno cree ingenuamente, que puede ser más listo que sus progenitores. Mi madre se compró unos prismáticos exclusivamente para vigilarnos desde casa cuando nos íbamos nadando hacia la roca gigante. Me la imagino rezando o gritando, en el momento en el que veía los cuerpos de sus hijos saltar al vacío.

Cuando volvíamos a la orilla, sintiéndonos rebeldes y poderosos, ella nos decía: “Anda que sí me hacéis caso ¿eh? Ya os he visto saltando. Pero bueno, lo habéis hecho muy bien. Sois unos valientes”.

Ya ves, en vez de castigarnos o gritarnos, siempre elegía el lado bueno del asunto. Y nosotros nunca supimos valorarlo, porque el ego de un niño ocupa todo su hemisferio.

Un agosto de hace un par de años, mi padre convenció a mi madre para ir nadando hasta el peñón. Ella, que ama el sol, no es una apasionada del mar, pero aquel día, se había bebido un par de cañas en el aperitivo y estaba motivada. Allá que se fueron los dos como un par de buenos mozos en época de noviazgo. Mi madre no pretendía tirarse del peñón. Ni yo lo hubiera imaginado jamás. En eso, ambos son la noche y el día. Mi padre peca de temerario y mi madre, de precavida.

Pero ya te digo que, aquella mañana de verano, algo raro le pasaba a mi madre. Quizás iba a haber luna llena, los astros se habían chocado o los signos del zodiaco estaban alineados con algún planeta estrambótico. Vete tú a saber.

Todo surgió con la típica frase española que tanto aviva el orgullo de algunos. “¿A que no tienes huevos a tirarte?” le debió decir mi padre.

Mi madre le contestó: “Huevos no tengo. Pero ovarios sí.” Acto seguido se subió a lo alto del peñón y le miró con superioridad -literal y figuradamente-. Se santiguó, contó hasta tres y allá que fue.

Imagino que ahora estás pensando que su salto fue majestuoso y se zambulló en el agua con el arte que tiene una gaviota cuando se lanza con precisión a pescar al mar. Nada más lejos de la realidad.

Su brinco lo apodamos como el “salto de la gamba”, porque al caer lo hizo como si se creyese un crustáceo. Quizás en su subconsciente pensó que si no quería hacerse daño al chocar contra el agua, lo mejor era pillar la postura de algún animal marino. Menos mal que no le dio por parecerse a un pulpo.

Mi pobre madre sacó la cabeza del agua y casi antes de volver a respirar le gritó a su compañero de vida: “¡¡¡Ayyyy que me acabo de romper una costilla!!! ¡¡¡Y todo por tu culpa!!!”. Mi padre casi se ahoga de la risa.

Cuando salieron del agua, me llamaron y me lo contaron entre risas. Mientras les escuchaba e imaginaba la escena, deseé haber podido estar allí vigilándola con los mismos prismáticos que ella utilizaba con nosotros cuando éramos pequeños. Porque ahora soy yo la que vigilo, rezo y deseo que ella sea inmensamente feliz y que no sufra por absolutamente nada.

Feliz día mamá.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 50. FELIZ WARM UP

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DÍA 50. FELIZ WARM UP

La suerte es un pajarillo libre que, a veces, juega a tocarte y otras, se va a rozar a otras personas. Por eso, cuando escucho a alguien decir: “es que claro, él tuvo suerte y yo no”, creo que es totalmente cierto. Pero también creo, que para que te toque a ti tienes que dejarte ver y eso conlleva esfuerzo, constancia y sacrificio.

Madre mía, parezco mi padre hablando. Me bajo de la vida YA. Bueno, aún no que hoy estoy tremendamente feliz porque hace día de verano y he podido estrenar un vestido de lunares que me pone cara de guapa. Además, si el coronavirus no hubiese hecho acto de presencia, estaría ahora mismo en el festival de música Warm Up, quedándome afónica mientras aparento con mis gritos, que me sé la letra de algún grupo que no conozco de nada. Porque en eso consisten los festivales, ¿no? Bueno y en beber cerveza hasta el amanecer.

Hace justo un año me hice amiga de un montón de murcianos bonicos que me gustan aún más que las patatas con limón. La historia fue muy graciosa. Yo llevaba en esta provincia sureña poquitos meses y estaba un tanto desorientada. Así que me apunté al rocódromo porque era un deporte que podía hacer sola ya que apenas contaba con amigos por la zona. Además, cada uno ya tenía su vida, y a mí me tocaba buscarme la mía.

Descubrí que la gente murciana es tremendamente simpática. En cuestión de una semana ya sentía que mi segunda casa era el roco y me pasaba todo el día esperando para ir allí y llenarme de magnesio y buenas vibras. Mi amiga Viki, que en aquel momento apenas conocía, me invitó a ir al monte a escalar con sus amigos. No sabéis la ilusión que me hizo. Me comporté como una persona madura y le contesté sin darle mucha importancia: “sí claro, me parece un buen plan”. Pero mi niña interior estaba loquísima de alegría dando vueltas sobre sí misma y gritando “¡Yihaaaa!”.

Poco después, cuando ya me iba conociendo las jergas murcianicas como pico esquina, ancá mis padres y otras que aún no logro insertar bien en las conversaciones como “luegaluego”, me enteré de que en el Warm Up de ese año, iba a tocar La MODA. Loca de alegría me puse a preguntar entre mis conocidos y amigos, a ver si alguien iba al festival. No encontré a nadie. Pero de repente, estaba mirando una vía que no me salía en el roco, cuando escuché a unos chicos, con los que apenas había coincidido un par de veces, hablar sobre a qué hora iban a quedar para ir al festival. Así que me dije: “Remy, hazte su amiga ahora mismo”. Me acerqué a ellos y les dije con descaro: “Oye, he escuchado que vais ir al Warm.” Ellos asintieron afirmativamente. A lo que les contesté poniéndoles los ojitos del gatito de Shrek: “Pues es que yo estoy deseando ir porque toca LA MODA, pero como no soy de aquí no tengo amigos y quería saber si puedo ir con vosotros”. BOOM. Silencio incómodo.

Se miraron cómplices como diciendo: “¿Quién coño es esta norteña pirada?” Pero supongo que la vergüenza y la pena jugaron a mi favor y me aceptaron como animal de compañía.

Aquel fin de semana, pasaron de ser unos simples conocidos a que los considerase como parte de la familia que uno elige. Porque joder, los festivales de música son para cantar canciones que no te sabes y para aprender que tus amigos son esos que cuando ven tu vaso vacío te lo rellenan de cerveza.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 49. LA NOSTALGIA ES MI HOGAR

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DÍA 49. LA NOSTALGIA ES MI HOGAR

Haciendo cuentas, creo que a lo largo de mis 32 años he vivido en más de diez casas distintas. A mi madre siempre le ha gustado lo de mudarse, recolocar muebles, abrir cajas y renovar las rutinas. Me acuerdo de todas mis casas, excepto de la de San Sebastián porque era una renacuaja que sólo abría los ojos para mamar.

He soñado a menudo con volver a algunas de ellas. No sé dónde vi un documental que trataba sobre una familia de un montón de hermanos que volvían a la casa donde se habían criado treinta años después. Qué manera de llorar, ellos por volver a pasear nostálgicamente por su infancia y yo porque si veo a alguien hacerlo, le imito. Soy así de envidiosa.

Me sentí muy identificada y me imaginé que volvíamos a nuestra casa de Honduras. Allí vivimos casi un lustro. De los ocho a los doce años estuve allí. Tengo tantos recuerdos de aquella experiencia que creo que cuando sea viejecita y mi memoria comience a ausentarse, repetiré una y otra vez las historias que acontecieron en Tegucigalpa. Como los veteranos de guerra que, al llegar a la vejez, te cuentan cómo vivían atrincherados esperando a que los rusos muriesen congelados antes que ellos.

Me gustaría saber qué es lo que provoca que determinados recuerdos se queden anclados para siempre y, otros, vuelen ágiles al olvido.

El caso es que en Honduras vivimos en dos casas. La primera estaba en pleno centro de Tegucigalpa y teníamos un jardín muy cuco. Ni muy grande, ni muy pequeño. En la parte de atrás había un muro que separaba nuestra linda casita de un río. Por aquella época, mi hermano David tendría cinco años y una tarde estaba él en su motito de plástico paseándose por la parte trasera del patio cuando de repente, se escuchó un estruendo que casi nos deja sordos. Salimos todos al jardín para ver qué había pasado. Nos encontramos a David, sentado en su motito mirando el río atónito. El muro que nos separaba de la corriente de agua, se había derrumbado y milagrosamente, en vez de aplastar a mi hermano pequeño, cayó todo hacia el lado del río.

Aquello fue una señal de que teníamos que mudarnos. Dicho y hecho. En cuestión de una semana (eso creo yo porque ya sabes que cuando eres tan pequeño, la noción de espacio y tiempo es un tanto difusa) nos mudamos a una casa gigante en lo alto de una montaña.

Allí vivimos cien mil aventuras. Teníamos una selva privada, una pista de baloncesto e incluso una liana para balancearnos como Tarzán enganchada a una de las ramas del árbol de la Ceiba. También había ardillas, guasalos, ratas gigantes, serpientes y un montón de bichos extraños. Aún no entiendo de dónde sacó mi madre tanta valentía para seguir a mi padre hasta Centro América con cinco hijos tan pequeños. Pero no te imaginas lo mucho que les agradezco que me permitiesen vivir semejante aventura.

Allí mi hermano Juanma estrelló el coche de mi padre contra la verja de la entrada, mi hermano Abraham casi nos deja ciegos a todos porque se encontró un spray de pimienta, que mi madre guardaba en su bolso, y fue rociando toda la casa porque pensaba que era aromático. Mi hermano Pepe... Joder mi hermano Pepe era el mejor porque nunca la liaba. O lo hacía pero era tan inteligente que jamás nos enterábamos. Mi hermano David casi se quedó sin mano al subirse a un lavabo y destrozarlo, y mi padre se entretenía asegurándonos para hacer rápel en una de las paredes de la casa. Imagino que mi madre se pasaba el día rezando para que no muriésemos ninguno. No me preguntes cómo ocurrieron todas estas cosas porque entonces tendría explicarte otras tantas y claro, no es plan de que mi diario se convierta en la Biblia de los Puerta.

Uno de mis sueños -que pienso cumplir antes de que se me pare el corazón- es volver a esa casa y pasear de nuevo por todos los cuartos. Buscar indicios de la era de los Puerta en nuestras antiguas habitaciones y revivir esa infancia tan intensamente bonita. Lloraré tanto que igual puedo volver a nado a España, quién sabe.

En esta último piso, me quedan tan sólo un par de semanas y volveré a mudarme. El confinamiento ha hecho que me dé cuenta de hacia dónde quiero orientar mi vida y ahora mismo, vivir en pleno centro de una ciudad y sentirme completamente rodeada de cemento es lo último que quiero. Necesito el mar y las montañas. Y así quizás, alejándome de esta realidad, algún día eche la vista atrás y sonría al ver este balcón desde el que te escribo, mientras le digo a alguien: mira, allí también tuve un hogar.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 48. NADIE TIENE LA CULPA

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DÍA 48. NADIE TIENE LA CULPA

En Murcia por fin nos han abierto el paseo que va al lado del río y estos días me estoy levantando a las seis y media de la mañana para ir con Gordo allí y pasearle sin correa. Os parecerá una locura, pero igual es mi momento favorito del día. Me voy parando en todas las flores que encuentro. Algunas no huelen a absolutamente nada, pero a mí me parece que todas echan unos aromas increíbles.

Es como si, debido al confinamiento, cuando salgo a la calle todo se convirtiese en una experiencia sensorial brutal. Imagino que así se sienten las personas que han comido setas alguna vez. Digo que lo imagino porque yo jamás en la vida he probado ningún tipo de hongos alucinógenos (vale, ¿mamá?).

Supongo que de eso es de lo que hablan muchos libros de auto ayuda ¿no? De estar presentes en el momento y saber apreciar hasta la brisa acariciándote el rostro. BLABLABLA. Todo eso se termina cuando salgo a la tarde a pasear a Gordo por el mismo lugar. Hay demasiada gente en todos los sitios y eso es algo que si antes ya me molestaba, ahora que soy una ermitaña orgullosa no os podéis hacer una idea.

Mi madre siempre me dice que en otra vida debió de ser esclava porque en esta le encanta servir a los demás. En serio, si te invita a comer y te puede preparar su mejor guiso y ver cómo te lo comes todo y repites, la harás la mujer más dichosa del planeta tierra. Yo en cambio, en otra vida debí ser mercenaria, porque el placer que me da imaginar que voy matando a las personas que no me caen bien es inmenso.

Así que, si algún día cometo un homicidio involuntario, en el juicio me defenderé diciéndole al juez: “Su Señoría usted debe entender que en otra vida fui Hitler y que en esta, pues quedan leves resquicios de su maldad. Culpe a ese tirano de bigote mal puesto. No a mí.”

Visto cómo rige la gente en esta sociedad, me parece que quizás hasta me absolverían con un argumento tan válido. Porque soy yo o tú también tienes la sensación de que los ciudadanos nos estamos comportando como críos pequeños, eludiendo ser responsables en una situación en la que nadie sabe cómo proceder correctamente. Vamos a ver, es evidente que lo de las fases es un lío y que nadie tiene claro los límites de qué se puede y qué no se puede hacer. Pero imagino que si a partir de los 18 años se nos permite beber, fumar y follar con libertad, también tendremos que asumir las responsabilidades de ser adultos y tomar decisiones en consecuencia ¿no?

A ver si ahora, te vas a contagiar del amigo Covi y le vas a ir al Presidente a pedir explicaciones de cómo coño ha pasado eso cuando has hecho lo que en las fases ponía que se permitía.

Que conste que no estoy defendiendo a ningún partido político ni nada por el estilo. Sólo digo que quizás, estaría bien que el concepto de “sentido común” lo fuésemos utilizando en común un poco todos. Más que nada, para que no nos vuelvan a encerrar otros cincuenta días. Porque si eso pasa, en cien años nacerá alguien que cometerá muchos crímenes y cuando tenga que defenderse le dirá al señor Juez: “Su Señoría usted debe entender que en otra vida fui Remy y que en esta, pues quedan leves resquicios de su maldad. Culpe a esa psicópata y a su maldito perro que se llamaba Gordo aunque estaba flaco. No a mí.”

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Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 47. ¿CUÁNDO ES LA DESPEDIDA?

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DÍA 47. ¿CUÁNDO ES LA DESPEDIDA?

Tú y yo sabemos que las despedidas de soltera son un peligro. Pero no por el rollo del gigoló, que por cierto, a mí nunca me ha hecho mucha gracia que un desconocido con las cejas mejor depiladas que yo, se ponga a restregarme sus músculos y a mover la cintura, como si su vida dependiese de que un hulla hoop invisible, no se le cayese al suelo.

Más bien es peligroso porque te juntas con amigas que, en muchos casos ya tienen hijos y sus tiempos de “jóvenes, rebeldes y salvajes” pertenecieron a otra época. Entonces ese fin de semana volvéis todas a comportaros como auténticos gremlins a los que les han concedido la libertad condicional por un par de días.

Aquel viernes, cuando secuestramos a Lara y la disfrazamos de atún (no recuerdo por qué pero seguro que fue una buena idea), cambiamos de provincia y aparecimos en San Sebastián. Tierra que fue testigo de mi nacimiento y también, como veréis a continuación, de una de las mayores borracheras de mi vida. Nos hospedamos en un camping que había en lo alto de Igueldo. Las vistas estaban guays porque veías toda la costa pero soplaba un viento helado que te paraba el corazón. Así que decidimos que era momento de calentarse a base de ginebra, cerveza, ron, vino... Todo con algún tipo de grado, era bienvenido al paladar.

Después de cantar, reír, llorar, rememorar y abrazarnos intensamente, nos fuimos a lo viejo. Allí ya no sé qué pasó. Recuerdo mucho Jaggermaister, varios bailes tan divertidos como patéticos, algún que otro intento de ligue con el típico vasco surfero y de repente, encendieron las luces del local y los gremlins tuvimos que volver a la cima de Igueldo para evitar que la luz del sol nos matase. Nos llevó un rato organizarnos para subir en tres taxis. Imagínate a diez mujeres discutiendo sobre por qué habíamos decidido irnos a dormir al monte como si nos creyésemos Heidi, en vez de pillar un hostal de mala muerte en pleno centro.

Al poco rato, ya iba con la ventana abierta y asomando la cabeza como Gordo cuando se cree que está en una película americana y suenan the Lumineers de fondo. Sólo que en mi caso, estaba evitando a toda costa vomitar y de banda sonora el taxista nos deleitaba con Radio María. No me he sentido tan impura en toda mi vida.

El caso es que cuando el taxista estaba a punto de parar en la entrada del camping, vi la típica barrera que hay puesta para que no pasen los coches. Nunca entendí por qué (Dios sabe la de veces que me lo he preguntado) pero al verla, tuve una regresión a aquellos tiempos de cría cuando jugaba a dar volteretas en las barandillas del colegio. Acto seguido, el taxi paró, yo me bajé y fui corriendo veloz hacia la barandilla mientras gritaba: ¡¡VOY A HACER UNA VOLTERETAAAAAA!!

Me lancé. Di un salto enorme, como si estuviera compitiendo en las Olimpiadas, y me agarré a la barandilla para dar una voltereta espectacular.

Pero lo único espectacular de aquello fue cómo mi cabeza se estrelló contra el suelo. Porque la barandilla no era fija. En mi cabeza jamás existió esa posibilidad. Hasta que se hizo realidad, claro.

Me quedé clavada en el cemento como si estuviese en un capítulo de Tom&Jerry y fuese el pobre gato que siempre estaba a punto de morir por culpa de Jerry. Sólo que Jerry sería el Jaggermaister. Además llevaba una falda de tutú rosa como complemento de la despedida, que con mi caída estaba del revés. Vamos, que si me dejan ahí tirada no me recoge ni el camión de la basura.

Seguro que te estás riendo pero en aquel momento, sólo se escuchaba a mis amigas murmurar: “Madre mía, que se ha matado”. Fue entonces cuando varias se atrevieron a acercarse y me ayudaron a despegar mi cara del suelo mientras gemía: “Ayyyy, qué dañooo, yo creo que no me desmayo del dolor porque el alcohol está haciéndome anestesia...”.

Aquel final de noche, en el bungalow metidas, tengo grabada la imagen de cómo me miraban todas mis amigas. Como si de repente tuviese algo en la cara mucho peor que un moco. Entonces me acercaron un espejo y ahí lo vi: había nacido Bob. Un chichón que no paraba de crecer, rebasaba ya el tamaño del monte Igueldo, ubicado encima de mi ojo. Suspiré y farfullé: “joder, al menos podría haberme roto la nariz y así me la tendría que operar y se me quedaría mejor que el pepino que tengo en medio de mi cara”. Nos reímos hasta que amaneció.

Cuando recordamos la despedida de Lara, seguimos riéndonos tanto que creo que mis cuadraditos de la tripa están patrocinados por Bob. Venga vale, no tengo cuadraditos, pero si algún día salen, todos los créditos van para mi chichón.

Hoy me he acordado de esto porque parece ser que pronto vamos a poder abandonar nuestras celdas y me da miedo de que haya más gremlins como yo sueltos, y nos dé por hacer volteretas de la emoción.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 46. LA CRISIS DE LOS 40

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 46. LA CRISIS DE LOS 40

Cuando mi padre cumplió los 60 quiso comprarse una Harley. Mi madre se negó nada más escuchar la idea. Pensó que le estaba entrando la crisis de los 40 con un poco de retraso, así que le regaló una chupa de cuero. Curiosamente, consiguió su objetivo de quitarle esa idea de la cabeza y ahora él va a todos lados con su chaqueta de Danny Zuko tan contento por el mundo.

Mi hermano Juanma también sufrió algún tipo de crisis temprana, porque hacia los 35 se obsesionó con volverse motero. Se compró hasta una moto de esas grandes que hacen mucho ruido. Lo único que le faltaba para estrenarla era sacarse el carnet. Se presentó siete veces al práctico. Y siete fueron las oportunidades que desperdició. Más vale, porque creo que se hubiese estrellado en la primera curva. Y justamente él, por nacer humano, no contaba con siete vidas.

Las crisis son traicioneras, ¿verdad? Es similar a estar en el ojo de un huracán. Te sientes estable, con las ideas claras pero todo lo de tu alrededor está volando por los aires y a pesar de que no eres consciente, tú eres el único causante. La de malas decisiones que llegamos a tomar pensando que tenemos las cosas claras. Y luego, cuando ha terminado el huracán, ves que has destrozado hasta los cimientos de tu casa y te quedas boquiabierto sin comprender cómo has llegado hasta allí.

A mí eso me ha pasado un par de veces en mis treinta años y me sentí como si me despertase en una escena apocalíptica de Mad Max. Después decimos que los animales son imprevisibles y que el ser humano es el único que goza de consciencia, pero yo ya no estoy tan segura.

A veces me pasa que cuando la gente se pone a debatir sobre si Dios existe, si Alá es el más poderoso, si el Budismo es la única religión o si deberíamos volver a ser Vikingos para tener múltiples Dioses... Me quedo callada pensando en si tiene algún sentido discutir sobre algo de lo que nadie tiene ni puñetera idea.

No es que no me apasionen las conversaciones trascendentales, al contrario. Si me pones frente al mar con una cerveza y un poco de cháchara seré la mujer más feliz del océano. Pero ya no disfruto imponiendo mi opinión porque creo que carezco de argumentos que la validen. Además si alguien gasta su tiempo escuchándome, lo único que se va a llenar va a ser mi ego. Y en estos tiempos, más nos valdría vaciar ese tarro un poco.

En fin, que todo esto venía a que ya llevamos 46 días encerrados y ya no sé si las decisiones que estoy tomando últimamente son consecuencia de la crisis por llevar más de cuarenta jornadas en este piso de poca luz y demasiado gotelé, o porque es la primera vez en mi vida que me siento verdaderamente libre aún encerrada.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 45. LA PRIMAVERA ES MI FAVORITA

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 45. LA PRIMAVERA ES MI FAVORITA

Gordo está muy nervioso últimamente. Creo que está llegando a creerse que es humano. Esto último es mi culpa. El otro día me sorprendí preguntándole qué nos hacíamos para comer. Como si fuese mi pareja y fuésemos a cocinar juntos mientras nos bebemos una copa de tinto. Sí, el roce hace el cariño. Hasta con los animales.

Cuando lo adopté, él no se imaginaba que iba a llegar un día en el que estuviésemos confinados y yo lo utilizase a todas horas como muso. Me acuerdo exactamente del momento en el que entré a elegir una mascota en la protectora. Había visto muchos perros en la web, pero Gordo no estaba entre ellos. Fui asomándome por las rejas y algunos gruñían, varios lloraban y otros esperaban tristes a que alguien se asomara y les prometiese libertad.

Entre ladridos y jadeos, llegué a una puerta. Gordo se asomó y empezó a lamerme la mano entre las rejas. Os juro que pensé que me estaba sonriendo. No era el más bonito, ni el más tierno, pero tenía toda la pinta de que si me iba con él, nunca jamás me iba a aburrir.

Le pedí a la chica que regentaba el lugar, si podía sacarlo para que nos saludásemos apropiadamente. Abrió la verja y él salió moviendo la cola frenéticamente. Se acercó a mí, me lamió los mofletes, y ya me conquistó.

Gordo tenía dos años y había crecido en ese jaula durante año y medio. Lo intenté imaginar de cachorro y no pude entender cómo nadie lo había rescatado de aquel lugar antes. “Es que te estaba esperando a ti”, me dijo Vanessa, la chiquilla bonita que se encargaba de mantener vivos a todos los perrillos. Yo sonreí, aunque nunca me lo creí del todo. Porque si he de ser sincera, este perro se iría, sin echar la vista atrás, con cualquiera que le prometiese un buen solomillo. Si no a santo de qué se iba a llamar Gordo.

Firmé los papeles de adopción, nos hicimos nuestra primera foto juntos y salimos de ahí, mirándonos de reojo para cerciorarnos de que ambos éramos reales. Lo monté en el coche y mientras lo observaba por el retrovisor, iba pensando: “Remy, ¿qué coño haces con un perro? Si te va a tener que cuidar él a ti de lo desastre que eres. Y además, ni siquiera sabes si es bueno o si te va a morder nada más entrar en casa....” Mientras toda esta negatividad iba atropellándome el cerebro, yo le sonreía para que no se diese cuenta de nada.

Llegamos a casa nerviosos pero con ganas de conocernos. Fuimos a dar nuestro primer paseo y Gordo no se separaba de mí. Aquel día, me lo lleve al monte para que descubriese a qué olía la primavera. Creo que los animales que han sido abandonados, dan un cariño especial a sus nuevos humanos. Además yo ya supe que nuestro amor era infinito cuando le lancé una pelota y me la trajo a los pies para que volviese a tirársela. Siempre había soñado con tener un perro que hiciese eso, como en las pelis americanas. Y creo que él lo supo y fue la manera que tuvo de agradecerme que le sacara de aquella cueva.

Si de algo estoy orgullosa, es de haberlo mantenido con vida durante tanto tiempo.

En un par de semanas, van a ser cuatro primaveras las que hemos vivido juntos. Y espero estrenar aniversario en el monte con él y no aquí entre cuatro paredes, como la primera vez que nos cruzamos.

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Remys Door

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 44. CUANTO MÁS LEJOS, MEJOR

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 44. CUANTO MÁS LEJOS, MEJOR

Mi domingo estaba yendo genial hasta que he entrado en Internet.

Primero me ha saltado un anuncio de mascarillas con una ilustración de una cámara de fotos en ellas. Me he sentido insultada, como si fuese tan gilipollas como para querer decorar una maldita mascarilla con un dibujo de mi profesión. En serio, ¿qué necesidad? Está muy bien eso de que de todas las crisis surgen nuevas oportunidades, pero joder, no me seáis tan cutres.

Luego, he intentado echarme la siesta, pero nada. Deben haberse mudado de golpe, un montón de niños al piso de arriba porque sólo les oigo chillar y corretear de un lado a otro. Eso, o que sus padres, en vez de llevárselos de paseo, han decidido que como es domingo, después de caminar un rato, tocaba ir a comer a casa de los abuelos.

Quizás me estoy precipitando y para nada es el caso, pero como ya he visto fotos y vídeos de cómo familias descuidadas están invadiendo parques y plazas, pues me espero lo peor. Es evidente que no hemos aprendido absolutamente nada. Seguimos siendo igual de subnormales después de 44 días encerrados.

Yo he estado calladita, cumpliendo con todo como una señora de bien pero ya me estoy cansando. Quiero salir a patinar con Gordo, ir a ver el amanecer al mar, prepararme un bocata y subirme al monte, leer un libro en la terraza de la casa de mis padres, ganarle al ping pong a mi madre, intentar aprender a jugar al ajedrez con mi padre, pegarle sustos a Nathalie, enseñar a escalar a mis sobridemonios, hacer fotos a alguien que no seamos ni Gordo ni yo, salir sin miedo y sin preocuparme de cuándo voy a volver a entrar. Ser consciente de nuevo del día en el que vivo y no terminar la jornada susurrando: “ya queda un día menos”. Quiero besar y que me besen, abrazar mientras apoyo todos mis suspiros en unos hombros que no sean los míos y cerrar los ojos para sentir que mi hogar no es una casa. Quiero bailar y que algún testigo se ría y me diga que lo hago fatal, quiero tener una excusa para peinarme por las mañanas, quiero hacer deporte sin tener que ver algún vídeo de youtube que me motive. Quiero quemar mi maldita mascarilla y no tener que usar guantes más que para quitar las malas hierbas de la casa de la playa.

No quiero alborotos, ni fiestas grandes.

Quiero a los míos cerca y al resto, lejos. Muy lejos.

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Remys Door

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 43. SPIDERWOMAN

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 43. SPIDERWOMAN

La escalada es un deporte que te convierte en una persona obsesiva. Allá por donde paso, voy colocando las manos en forma de pinza o intentando agarrarme a cualquier regleta, o buscando pequeños huecos entre el cemento donde quepa mi bidedo. Es algo así como que, de la noche a la mañana, te crees Spiderman. O en mi caso, Spiderwoman. Pero que te lo crees de verdad, ¿eh? Luego ya empiezas a ver que sigues siendo un humano normal y corriente. Sólo cambia el tamaño de los juanetes de los pies, el cual aumenta al mismo ritmo que mejora tu técnica. Al contrario que tu vida social, que se reduce a buscar vías de escalada donde haya cerca un parking para dormir con la furgo y así sólo tengas la obligación de hablar con las cabras y con tu compi de escalada. Los únicos problemas existenciales se resumen en: “¿coloco el pie en bicicleta para que mi mano llegue a ese hueco o hago un lance y confío en el trabajo de suspensiones que llevo haciendo todo este año?” Por otro lado, si no tienes pareja, tus posibilidades de encontrarla en este mundo, tan hippie y asocial, son ínfimas. Si a eso le sumamos, que lo que solían ser tus aterciopeladas manos se han convertido en un trapo áspero y desagradable al tacto, ya no te queda esperanza.

Eso sí, aunque el mundo de la escalada esté lleno de furgoneteros amantes de la montaña, no te pienses que han dejado de lado su versión más materialista. Al contrario, ahora se gastan aún más dinero que antes. Pero todo destinado a este deporte. El color del grigri, del arnés, de la cuerda y de las cintas tiene que ir a conjunto. No puedes subir una vía con cintas de colores dispersos porque la afean de tal manera que te puedes distraer y caerte al intentar llegar a la reunión. Y no hablemos de los malditos pies de gato, que cuanto mejores son, más reducen tu pie al tamaño de una judía mal formada. Yo acabo de perder los míos, así que en cuanto acabe la cuarentena iré a una tienda de montaña y le diré al dependiente: “dame los pies de gato que más puedan retorcer mis dedos. Eso sí, que vayan a juego con mis cintas azules, por favor.”

Lo mejor de todo es que el escalador no cuida absolutamente nada en su vida, excepto su material de montaña. Tú te reirás porque yo le hablo a las plantas, pero he visto a escaladores que mientras se colocaban el arnés, sacaban sus cintas de mantas acolchadas y les decían: “hoy mis pequeñas, vamos a conseguir el proyecto por el que llevamos sufriendo tantos fines de semana”. Juzga tú quién está mejor de la cabeza.

Para el escalador, el magnesio es como el oro: nunca llevan encima pero en cuanto encuentran un poco de alguien ajeno, lo saquean. Además, hay distintas calidades: está el magnesio que parece cemento, el que tiene tropezones pero aún puede servir y el que es tan suave que te entran ganas de zambullirte en él entero. Y si no tienes a mano, te sirve de excusa perfecta: “es que no tenía magnesio y me he resbalado”. Yo lo que hago es que antes de empezar a escalar me hecho magnesio hasta en las pestañas, luego comento, al primero con el que me cruzo, que el proyecto en el que estoy inmersa es muy duro pero divertido porque me obliga a buscar movimientos complejos, y ya si eso me hago un quinto facilito de primera y les pido a mis compis que me hagan alguna foto en la que no se note que estoy llorando por culpa del maldito vértigo.

Pero bueno, al margen de esto, no tengo apenas ganas de escalar ¿eh? Tan sólo he examinado cien veces la pared de mi edificio para ver si es factible abrir una vía hasta el cuarto donde vivo.

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Remys Door

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Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

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DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 42. EL MANITAS DE LA CASA

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DÍA 42. EL MANITAS DE LA CASA

Mi padre es un hombre de esos a los que les quitas sus quehaceres habituales y se pone a enredar con lo que pilla. Si hay algo que arreglar en casa, ya está ensuciándose las manos. ¿Para qué llamar a un fontanero o a un albañil para reformas? Él tiene el Leroy Merlin – de donde debería ser accionista sólo por el tiempo que invierte recorriendo sus pasillos y comprando todo tipo de tornillos y maderas – y sus manos. No hace falta nada más.

Mi madre teme cada vez que se pone a “mejorar” algo. Porque a ver, a su favor he de reconocer que siempre arregla todo y es un manitas profesional. Pero en defensa de mi madre diré que estéticamente no es el hombre más cuidadoso del mundo. El año pasado se puso a arreglar unas escaleras de la entrada de la casa porque se estaban rompiendo. Lo resolvió eficazmente: echó unos cuantos litros de cemento y finiquitado. Volvió tan campante adentro y le dijo orgulloso a mi madre: “ya está, arreglado”. Cuando mi madre, que es artista y aprecia la belleza de las obras por encima de todo, vio las montañitas de cemento destrozando la elegancia de los escalones, quiso matarle lentamente. Estoy segura de que buscó en google diferentes maneras de llevar a cabo el asesinato. Supongo que en eso consisten los matrimonios muchas veces: en idear múltiples maneras de matar a tu cónyuge pero sentir que aún te queda algo de amor hacia él como para no llevarlo a cabo.

El caso es que a mi padre, que no puede parar quieto ni un segundo, tiene demasiado tiempo libre en esta cuarentena. Así que cada dos días me llama por teléfono para informarme de que está arrancando mi furgoneta para que no se le gaste la batería. En lo que llevamos de confinamiento yo creo que ya le ha cambiado el aceite tres veces, me ha limpiado los filtros de no sé qué y en uno de esos días debió encender las luces de la furgo y se olvidó de apagarlas. Pero lo mejor fueron sus palabras textuales de cómo había ocurrido todo: “Oye, debe ser que ayer cuando puse a Nathalie en el volante de tu furgo para que jugara un rato, le dio a las luces sin querer y claro, por su culpa se le ha gastado la batería”.

Empiezo a temer que la próxima llamada que me haga sea para decirme: “Oye, Nathalie se ha puesto a conducir hoy tu furgoneta y como es un tanto torpe, la ha encendido, ha quitado el freno de mano y la ha estrellado contra la valla. Y claro, ahora tenemos que gastarnos un dineral en arreglar el umbral por su despiste”. Como dato importante he de recalcar que mi hermana Nathalie tiene cinco años.

Ayer mismo me dijo que iba a llevar la furgo a echarle gasolina porque claro, de tanto encenderla pues se estaba gastando. Yo ya le he intentado comentar en varias ocasiones con un tono de voz calmado aunque por dentro quiero arrancarle la cabeza, que la Blackie está sin seguro porque tenía que renovarlo en plena cuarentena y lo vi tontería ya que no voy a poder usarla hasta vete tú a saber cuando. Él no atiende a razones y dice que, por un paseo a la gasolinera no pasa nada. Claro papá, la única vez que has cogido mi furgo fue para ir al Leroy Merlin a por unas maderas y al devolverme las llaves me dijiste: “He pasado por una calle un tanto estrecha y los pivotes que había se han movido de su sitio y le han hecho un leve roce a tu furgo.” Lo de leve roce fueron dos bollos en dos lugares distintos. Vete tú a saber dónde metió a mi pobre Blackie.

Pero es que aquí no acaba el asunto. Os retranscribo uno de nuestros últimos diálogos:

Padre: Oye, ¿por qué tienes una colonia de spray en la furgo?

Yo: ¿Una colonia de spray? Yo no tengo nada de eso papá.

Padre: Sí, Pulgui. Además huele bien y cuando monto a Nathalie de copiloto le suelo echar en la cabeza.

Yo: Padre, no sé de qué estás hablando. ¿Cómo es el bote?

Padre: Pues es como muy ancho y azul.

Yo: Vale, ya caigo. ¡ES UN AMBIENTADOR PAPÁ! Deja de echarle eso a Nathalie por Dios, a ver si se le va a caer el pelo a cachos o algo.

Padre: Ah vale, ¿es que cómo querías que lo supiera si huele tan bien?

Tengo miedo de que antes de que levanten el estado de alarma abran el Leroy Merlin y a mi padre le dé por recamperizar a la Blackie. Llegar allí y encontrarme que ha convertido mi mini casa en su sala de juegos particular.

Yo debo de querer mucho a este progenitor porque si no, ¿cómo te explicas que no me haya saltado el confinamiento para ir a asesinarle?

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Remys Door

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

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Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 41. ¿DÓNDE ESTÁN LOS TROLLS?

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 41. ¿DÓNDE ESTÁN LOS TROLLS?

A las personas que quiero les regalo fotos o libros. Es una regla que me marqué hace tiempo, cuando era aún más pobre que ahora. Si fuese rica, supongo que les regalaría un avión o una isla. Pero dentro siempre les metería alguno de mis libros favoritos o un retrato donde se les escapase una chispa de su alma.

Si lo piensas detenidamente, los regalos que son puramente materiales terminan quedándose en el olvido. Tiene que haber una historia detrás que los acompañe porque si no, carecen de valor. Supongo que por eso me gusta tanto arrimar palabras y hacerlas bailar alrededor de una historia. Me pasaría la vida escuchando a desconocidos contándome sus aventuras.

A la gente le suele extrañar mucho que, en ocasiones, disfrute viajando sola. Lo que no saben es que siempre llevo conmigo un montón de personajes. ¿No te ha pasado alguna vez que te sorprendes a ti misma preguntándote cómo estará el protagonista de un libro que te leíste hace un tiempo? Si eres psiquiatra no tengo duda en que ya me estás escribiendo una prescripción médica; pero si amas los libros seguro que estás sonriendo de modo cómplice.

Cuando no te queda nada, cuando la soledad se convierte en un gigante al que no puedes aplastar y crees que la única salida está en seguir cavando un poco más profundo el foso, se enciende un recuerdo y una voz te dice desde dentro: ¿te acuerdas de...? Y de golpe, el gigante es minúsculo, el corazón galopa y sientes que por tus venas corre de nuevo la vida intensamente.

¿Te acuerdas de los trolls de pelos fosforitos que teníamos todos los críos? Pues si tienes uno por ahí y no le haces caso, me lo puedes regalar que me haría un montón de ilusión volver a tener uno. Mi hermano David me dice que está feo que vaya pidiendo cosas por ahí, pero yo le digo que más feo está querer algo y no hacer nada para conseguirlo. Bueno, a lo que iba. En aquella época, mis hermanos mayores me contaban que los trolls tenían vida propia pero que sólo se movían cuando nadie les miraba. Así que se pasaban el día divirtiéndose jugando a moverlos de un sitio a otro sin que yo me enterara. Aún recuerdo lo emocionante que me parecía aquello y lo mucho que flipaba al rebuscar por toda la casa a ver dónde se habían metido. Cuando los encontraba les solía hablar en susurros pidiéndoles que me chivaran su secreto. Pero nada, no funcionó.

Luego crecí y esa magia se fue disipando poco a poco. Pero siempre lucho por volver, al menos un ratito al día, a ese lugar repleto de historias, imaginación e inocencia. Es mi manera de colorear las nubes grises que, de vez en cuando, se atascan en mi cabeza.

Al fin y al cabo, el único arma que tenemos para vencer al maldito tiempo son las historias.

Feliz día del libro.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 40. QUIERO UN CIELO LLENO DE ESTRELLAS FUGACES

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 40. QUIERO UN CIELO LLENO DE ESTRELLAS FUGACES

Un amigo me ha dicho que esta noche ha soñado que yo me tiraba en paracaídas en algún lugar de Islandia. Joder, ya me gustaría a mí. A ver, lo del paracaídas no sé. Aún si fuera en tándem y tuviese que confiarle mi vida a un profesional, creo que dudaría. Sin embargo, hasta hace unos años en una situación así, le hubiera confiado mi vida a alguien ajeno sin mucho miramiento.

Así de primeras he sido un tanto ingenua a lo largo de mi existencia. Si alguien dice que sabe mucho de algo, me lo creo. De cría me leía todas las revistas de “Más Allá” y terminaba pensando que en unos meses los extraterrestres nos iban a invadir o que en el 2000 llegaba el apocalipsis.

Supongo que así la vida resulta más sencilla porque, si el plan sale mal, siempre tienes a alguien a quien culpar. Pero con el tiempo he descubierto que quien se proclama experto en algo, más papeletas de ignorante lleva guardadas en el bolsillo.

Cuando recién comenzaba a trabajar de fotógrafa de bodas, la hermana de mi amiga Laurita se casaba y me dijo que quería que yo le hiciese las fotos. A mí me hizo mucha ilusión la idea y acepté. La boda era muy coqueta en el jardín de la casa de sus padres. Vamos, una boda preciosa con música en directo y unos novios muy molones. Yo me sentía un tanto insegura porque aún no tenía la experiencia suficiente. Aunque, pensándolo bien, a día de hoy aún me siguen comiendo los nervios cuando voy a hacer sesiones. El caso es que mientras preparaba mi humilde equipo para comenzar a fotografiar, apareció un familiar del novio y sacó de una mochila una réflex mucho más profesional que la mía y unos objetivos gigantes. Al ser fotógrafa novata creía que cuanto más grande era un objetivo, mejor era. Pero de nuevo la vida me aleccionó: el tamaño no importa. En fotografía, claro. (Qué chistaco me acabo de marcar ¿eh?)

Al verle al hombre con semejante equipo y yo con tan poco, me acerqué a Irene, la novia, y le dije agobiada: “Oye, pero ¿por qué me has contratado a mí si él tiene un equipo mucho mejor que el mío?” Ella, que estaba preciosa por cierto, colocó sus manos en mis hombros y mirándome con ternura me dijo: “Remy, yo no te he contratado por tu equipo, si no por tu mirada.”

¡BOOOOOM! ¡ESTRELLAS FUGACES ALL OVER THE SKY!

Aquellas palabras siempre resuenan en mi cabeza cuando vuelvo a sentirme insegura, y no te imaginas cuánto me han ayudado a continuar en este duro camino que supone estar continuamente emprendiendo.

Ahora ya no creo en lo que las personas dicen, si no en lo que hacen y sobre todo, en cómo lo llevan a cabo. Todo esto viene a cuento de que tengo un amigo que se llama Jaime y siempre le digo que, cuando llegue su cumple en agosto, le voy a regalar un bastón porque es lo único que le falta para ser un auténtico abuelo gruñón. Él se ríe y refunfuña por lo bajo.

Llevábamos unos días sin hablar y no era consciente de que leía este diario porque, como buen anciano de alma, no tiene redes sociales. Pero de repente, esta mañana me ha llegado un mensaje suyo:

“En navidad mi madre compró a mis sobrinos una caja de bombones camuflada en una postal navideña tamaño A4.

En ella, los bombones estaban escondidos detrás de cuadraditos recortables, marcados con los días del mes de Diciembre hasta nochebuena. Supongo que para controlar la ingesta de chocolate de los pequeños, y orientarles en su transcendental duda de carácter temporal: “¿cuánto queda para que venga papá noel?”

Sucede que mi madre les compró la postal en día 12, por lo que tuvieron que entrar en juego los conocimienos matemáticos de mi padre y explicar a los niños que, en esa situación, podían comer 2 bombones al día, y de ese modo, cuando los devoraran todos, ese sería el día en que papá noel llegaría, muy probablemente cargado de regalos para todos.

Pues bien, eso me está pasando con tu diario. Guardo días y ahorro lecturas porque son mis bombones de cuarentena. Lo malo es que no se a razón de cuántos puedo leer hoy, porque no se cuándo llegará papá noel con cajitas de libertad.”

Después de leerlo y de limpiarme la lluvia de los párpados, no sabía qué contestarle. Fíjate, me paso el día bailando con las palabras y llega él y me las roba todas.

Sólo sé que en él sí creo, y que si me tuviese que tirar en paracaídas, confiaría plenamente en que él me lo abriese antes de tocar tierra.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 39. UNA NOCHE FUI UNA ESTRELLA DE ROCK

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 39. UNA NOCHE FUI UNA ESTRELLA DE ROCK

Quiero una guitarra para mi cumpleaños. En mi casa, tres de mis hermanos la tocan. Yo lo intenté en mis tiempos mozos pero me desesperaba tanto que lo dejé. Mis dedos morcilla se enganchaban a las cuerdas de tal manera que cuando aporreaba la guitarra, ésta parecía ahogarse.

Cuando tuve a Blackie pensé que un ukelele quedaría monísimo y sería muy guay hacer hogueras y tocarlo en ellas. Ya conocéis mi obsesión por las pelis americanas. Pero para ser sincera, creo que el ukelele suena mucho peor que una guitarra. Así que no le hice mucho caso, cogió polvo y desapareció en alguna de mis mudanzas.

Con los años he aprendido que nada sale bien a la primera, ni siquiera a la décima. Así que estoy dispuesta a darle otro intento. Sólo me hace falta una guitarra y ganar agilidad con mis manos. Lo primero es más fácil de conseguir que lo segundo. Aunque también sé que hay cosas en las que uno nunca va a mejorar y hay que ser humilde y aceptarlo.

Cuando estaba en mis veinte (joder, me siento muy mayor después de esta frase), vivía convencida de que iba a ser una estrella de rock o de folk country. Tenía alma para ello. Lo único que me fallaba era la voz. Aquello me tenía un poco frustrada porque me grababa cintas cantando para ver si mejoraba y eso era lo más dantesco que he escuchado en mi vida. No me pasa como con mis propios pedos, que a veces, como son míos, pues me huelen hasta bien. Mi voz es estruendosa y sin ritmo ni sentido alguno.

El caso es que llegaron las fiestas de mi pueblo en Navarra, mundialmente conocido como Zizur. La primera noche teníamos la jarana montada en el baile de madrugada. Yo envidiaba mucho al cantante de la orquesta. Estaba interpretando el papel para el que yo había nacido. La vida me pareció muy injusta en aquel momento. Pero tres cubatas más tarde, el cantante hizo al público una oferta inigualable: “¡¿Quién quiere subir al escenario a hacer un irrintzi?!”

Yo escuché subir al escenario y directamente ya estaba arriba. Subieron conmigo otras tres personas y cuando miré hacia el público y vi la plaza llena le comenté al de al lado: “Oye, ¿pero ahora qué hay que hacer?” “Tú tienes que gritar irrintzi cuando te pasen el micrófono,” me dijo.

“Irri... ¿Qué?”

Así me quedé, intentando descubrir en el escenario qué era esa palabra extraña.

Más tarde descubrí que Irrintzi es un grito agudo, estridente y largo que antiguamente se utilizaba en el País Vasco entre los pastores y gente de campo pero que, a día de hoy se usa como una manifestación de alegría en fiestas y jolgorios. Vamos, como el olé de Andalucía pero en versión Euskalduna y con una complejidad de cuerdas vocales que ni Pavarotti.

El caso es que cuando el micrófono llegó a mis manos me sentí tan poderosa que me puse en medio y grité el primer irrintzi de mi vida. Evidentemente no tuve ningún arte, fue más bien patético. Pero la ginebra que llevaba en el cuerpo suavizó mucho la vergüenza y decidí que, ya que nunca iba a poder ser cantante por mi voz, iba a aprovechar mi única oportunidad de fama de la mejor manera posible. Así que mientras mis compañeros de irrintzis bajaban del escenario, yo agarré bien fuerte el micrófono y empecé a decir: “Remy, Remy, Remy...” En un momento toda la plaza coreaba mi nombre. Es importante saber que estábamos en mi pueblo y no entrarían más de doscientas personas ahí, pero yo sentí que estaba en la super bowl, que sonaba el himno de mi vida y todo el mundo lloraba y se emocionaba al verme ahí en medio cantando mi propio nombre. El cantante empezó a flipar y como vio peligrar su puesto, vino a quitarme el micrófono y yo me fui medio corriendo-bailando hacia el otro lado del escenario. Estuvimos jugando al gato y al ratón mientras en todo el pueblo se escuchaba mi nombre y mi ego crecía más que las acciones de Amazon durante la cuarentena.

Llegó un momento que me dije: “Remy, el arte de toda estrella es terminar el show en lo más arriba del umbral de emociones, así que no me decepciones”. Me paré en seco, miré a mi público y les dije: “Me tiro ¿eh? ¡Cogedme malditos!” Le devolví el micrófono al cantante al tiempo que me disculpaba y le decía: “Perdona, son gajes del oficio.”

Conté hasta tres y me tiré. Volé como una auténtica rock star. Afortunadamente los de abajo tenían más cabeza que yo y no me dejaron romperme la cara en el cemento. Aún recuerdo aquel salto en mi memoria como uno de los momentos más espectaculares de mi vida.

Fui una estrella de rock por una noche. Sí, ya sé que no fue en un concierto de Coachella si no en mi pueblo de Zizur, pero ya quisiera Bono tener unos fans como los que tuve yo aquella madrugada.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!