DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 46. LA CRISIS DE LOS 40

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 46. LA CRISIS DE LOS 40

Cuando mi padre cumplió los 60 quiso comprarse una Harley. Mi madre se negó nada más escuchar la idea. Pensó que le estaba entrando la crisis de los 40 con un poco de retraso, así que le regaló una chupa de cuero. Curiosamente, consiguió su objetivo de quitarle esa idea de la cabeza y ahora él va a todos lados con su chaqueta de Danny Zuko tan contento por el mundo.

Mi hermano Juanma también sufrió algún tipo de crisis temprana, porque hacia los 35 se obsesionó con volverse motero. Se compró hasta una moto de esas grandes que hacen mucho ruido. Lo único que le faltaba para estrenarla era sacarse el carnet. Se presentó siete veces al práctico. Y siete fueron las oportunidades que desperdició. Más vale, porque creo que se hubiese estrellado en la primera curva. Y justamente él, por nacer humano, no contaba con siete vidas.

Las crisis son traicioneras, ¿verdad? Es similar a estar en el ojo de un huracán. Te sientes estable, con las ideas claras pero todo lo de tu alrededor está volando por los aires y a pesar de que no eres consciente, tú eres el único causante. La de malas decisiones que llegamos a tomar pensando que tenemos las cosas claras. Y luego, cuando ha terminado el huracán, ves que has destrozado hasta los cimientos de tu casa y te quedas boquiabierto sin comprender cómo has llegado hasta allí.

A mí eso me ha pasado un par de veces en mis treinta años y me sentí como si me despertase en una escena apocalíptica de Mad Max. Después decimos que los animales son imprevisibles y que el ser humano es el único que goza de consciencia, pero yo ya no estoy tan segura.

A veces me pasa que cuando la gente se pone a debatir sobre si Dios existe, si Alá es el más poderoso, si el Budismo es la única religión o si deberíamos volver a ser Vikingos para tener múltiples Dioses... Me quedo callada pensando en si tiene algún sentido discutir sobre algo de lo que nadie tiene ni puñetera idea.

No es que no me apasionen las conversaciones trascendentales, al contrario. Si me pones frente al mar con una cerveza y un poco de cháchara seré la mujer más feliz del océano. Pero ya no disfruto imponiendo mi opinión porque creo que carezco de argumentos que la validen. Además si alguien gasta su tiempo escuchándome, lo único que se va a llenar va a ser mi ego. Y en estos tiempos, más nos valdría vaciar ese tarro un poco.

En fin, que todo esto venía a que ya llevamos 46 días encerrados y ya no sé si las decisiones que estoy tomando últimamente son consecuencia de la crisis por llevar más de cuarenta jornadas en este piso de poca luz y demasiado gotelé, o porque es la primera vez en mi vida que me siento verdaderamente libre aún encerrada.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!