DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 54. ENTRA A TODOS LOS LUGARES COMO SI FUERAN TU PROPIA CASA
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DÍA 54. ENTRA A TODOS LOS LUGARES COMO SI FUERAN TU PROPIA CASA
Cuando empecé a correr con mi amiga María el año pasado, ella me animaba diciéndome que se me daba muy bien sufrir. Ya ves tú, menuda motivación ¿eh? Las primeras veces, casi terminaba vomitando o con los pies en alto a punto de desmayarme. Claro, yo acababa de volver de México donde, si en algún momento me dio por correr, fue exclusivamente para conseguir cerveza antes de que cerraran el súper. Ella en cambio, estaba en plena forma física y yo me arrastraba detrás rezando para que aquella tortura terminara. A veces, cuando no miraba me echaba a andar un poco, para calmar el flato y la agonía. Pero la tía, además de estar tan fuerte como Tomb Raider, tenía ojos en la nuca, porque cada vez que lo hacía me chillaba: “¡¿Qué haces?! Ya descansarás cuando esto termine.” Y del susto, me ponía a trotar de nuevo. Yo pensaba que me iba a correr con mi amiga molona, y resulta que en realidad hacía deporte con una sargento. Pero no todo van a ser quejas. De ella aprendí el valor del esfuerzo y la constancia. Pero sobre todo que, las cervezas de después de quemar calorías, son un regalo de los dioses.
Luego cambié las carreras por la escalada y fui olvidándome de lo bien que se me daba sufrir. Hasta hoy. No sé qué efecto raruno ha tenido en mí la cuarentena, pero me he puesto a correr tan feliz a las siete de la mañana. Voy a esa hora no porque me guste madrugar, que también, si no porque así me garantizo que nadie me va a molestar en mis galopes.
Digamos que si cada uno de nosotros tuviese que ser un personaje de Friends, a mí me tocaría ser Phoebe, por mucho que deseara estar tan buena como Rachel. Si me vieses correr, te acordarías de aquel capítulo en el que ésta mujer tan maravillosa se echa a trotar por Central Park.
Lo bueno de ser yo es que no me entero de cuando hago cosas vergonzosas y sin embargo, eres tú quien tiene que sufrirlo. Y créeme, cuando te digo que eso pasa bastante a menudo.
Hace años me dio por leerme el primer libro de Juego de Tronos, luego salió la serie y dejé que el resto de tomos cogiesen polvo. Pero en ese primero, el enano Tyrion ya dejaba alto el listón, y me acuerdo de que subrayé una frase, que espero que permanezca viva muchos más cientos de años de los que a mí me quedan en el planeta tierra:
“Nunca olvides qué eres, porque desde luego el mundo no lo va a olvidar. Conviértelo en tu mejor arma, así nunca será tu punto débil. Úsalo como armadura y nadie podrá utilizarlo para herirte”.
Por eso ahora me siento libre, porque todo lo malo que alguien puede criticarme, ya me lo he dicho el triple de veces. Luego lo he aceptado y he vuelto a ser feliz. No te imaginas el placer que me da ser primero la jueza más cruel conmigo misma, y terminar siendo la mejor amante que tengo.
Todo esto viene a que mi madre me va a regalar una guitarra por mi cumple y estoy deseando estrenarla tocando: “Smelly cat, smelly cat. What are they feeding you?...”