DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 55. MOVIDAS RARAS

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 55. MOVIDAS RARAS

Estas máscaras me las compré hace bastante tiempo por Amazon. Me hicieron gracia y pensé que podría sacarles partido haciendo fotos con ellas. Hasta ahora apenas las había usado, pero hay cosas que se deciden mucho antes de que sepas lo importantes que van a ser en el futuro. La vida es un camino repleto de hoyos de incertidumbre y nosotros, vamos saltando de uno a otro esperando que el siguiente sea tan bueno como el anterior, o no tan malo, según cómo caigas. A veces intentamos taparlos con mayas o echando tierra sobre ellos, pero rara vez funcionan como nos gustaría. Solo que quizás, en vez de matarnos, nos rompemos un tobillo. Que no está mal, oye.

Lo mismo pasa con las personas. Hay algunas que te sirven un café en un bar, te pones a charlar con ellas distendidamente del tiempo y acabas amándoles para siempre. Otras que ni siquiera te has parado a valorar lo suficiente porque nunca te han faltado. Y varias con las que has compartido media vida y de la noche a la mañana te das cuenta de que no tenéis nada en común, pero el conformismo os ha llevado a mantener una amistad superficial. A veces las costumbres son como esos jerseys de lana que, tras muchos lavados, comienzan a afearse y los terminas por tirar. Ya no te sientes bonita con ellos.

En esta cuarentena todos hemos caído en hablar con algún que otro ex o con antiguos amores que solo cosecharon frutos prohibidos. E incluso hemos hablado con amigos con los que hacía años que no te sentabas a echar una cerveza. Es curioso el comportamiento humano cuando vemos que la soledad comienza a abrazarnos hasta asfixiarnos.

Yo he soñado cosas extrañísimas con personas a las que hace mucho tiempo que no veo. Movidas tan surrealistas que me da por pensar que mi subconsciente está bailoteando dentro del ataúd de los africanos de Ghana. Te las contaría pero me está llevando demasiado esfuerzo crearme una reputación digna.

Hablando de reputación, ayer la policía me llamó la atención. Me había pasado el límite del kilómetro de mi casa paseando con Gordo. Me sentí como si estuviese en el instituto y la directora me hubiese pillado escapándome en el recreo para ir a comprar chuches a la tienda de enfrente. Me quedé callada, mirando al suelo porque a mí las autoridades me generan mucho respeto. Si algo me pesa en esta vida, es que me llamen la atención por haber hecho algo mal. Luego pensé en las pobres autoridades y en el trabajo sucio que les está tocando vivir en estos momentos. Supongo que cuando comenzaron a opositar motivados, jamás pensaron que llegaría un día en el que tendrían que amonestar a los civiles por abrazarse, salir de casa a horas prohibidas, caminar más lejos de los 1000 metros de radio de tu casa y demás normas pandémicas que nos toca cumplir.

Como diría Ignatius en la Vida Moderna: “What a time to be alive!” Porque sí, en estos momentos la vida real es incluso más surrealista que algunos de mis sueños.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!