DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 18: EL LÍMITE ES EL CIELO. O LAS ESCALERAS DE TU PORTAL.

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 18: EL LÍMITE ES EL CIELO. O LAS ESCALERAS DE TU PORTAL.

Perdona mis ojeras, pero ayer trasnoché. No tengo resaca pero sí cierta sensación placentera que me envuelve por haberme saltado mis propias normas. Desde que comenzó la cuarentena he cumplido religiosamente con todos mis horarios. A las once de la noche a la cama a leer, a las 7.30h arriba y durante el día tenía programada hasta la hora de hacer deporte. Sólo me faltaba apuntar a qué hora iba al baño.

Justamente porque soy un alma volátil y no me fio mucho de mí misma, me propuse ser mi propia sargento. Es un mecanismo que he probado que funciona para que la fiesta no se me vaya de madre y provoque que, en pleno pico de pandemia, alguien tenga que venir a rescatarme por inanición, sobre ingesta de alcohol o insomnio. No hay nada como conocerse a fondo para saber con qué armas defenderse en caso de guerra.

No estaba planeado que a las tres de la mañana aún me resistiese a bostezar y quisiera aguantar despierta hasta el amanecer o hasta terminar el libro, más bien. Sí, todo esto fue culpa de un libro que me hizo reír, llorar, sorprenderme y empatizar profundamente en plena madrugada. El libro se titula La magia de ser Sofía de Elisabet Benavent. Pero no vengo a contarte la historia, ya lo que me faltaba, ser una spoiler de libros. Quita, quita.

Lo que quiero es confesarte que, de vez en cuando, es necesario saltarse las propias reglas, dejarse llevar y disfrutar de ese instante que tanto te está revolcando por dentro. Como cuando conoces a alguien y sabes que va a ser uno de tus grandes errores pero no puedes mirar hacia otro lugar. Como esos caballos a los que les ponen topes en los laterales para que no se distraigan y miren siempre hacia delante. O como cuando te entra hambre a deshoras y no puedes evitar llenar el vacío estomacal con un par de donuts de chocolate. Si algún día de estos me muero, que alguien se encargue de tachar lo de: “Fue muy querida por blablabla” y que en su lugar escriba: “Mereció la pena”. Porque justamente son los peores errores, los que más la merecen.

Seguro que te estás riendo porque me las doy de rebelde por haber trasnochado por leer un libro. Y claro, no te quito la razón, pero mi época de “salir, beber, el rollo de siempre”, se convirtió en eso: el rollo de siempre, y terminé aburriéndome. Pero dame tregua y sé paciente, que cuando esta cuarentena termine van a ser los libros los que hablen de mí.

Joder, ahí me he venido demasiado arriba. Como cuando Rocky llega al final de las escaleras del museo del arte de Filadelfia y se da cuenta de que tan sólo eran 72 escalones y que menos mal que hay música de fondo para hacer emotivo el momento, porque en realidad no fue para tanto. Aquí no hay banda sonora molona, empiezo a necesitar una ducha y Gordo me está mirando con cara de “a ver humana, me das de comer o me tiro un pedo”.

En fin, me voy a subir las escaleras del edificio para sentirme un poco Rocky.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!