DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 21: SACÚDETE LAS MALAS ENERGÍAS
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DÍA 21: SACÚDETE LAS MALAS ENERGÍAS
Al lado de mi casa, donde paseo al Gordo, hay un hombre que vive en la calle. Tiene un colchón en la acera y una bolsa de plástico grande, como las que yo uso cuando hago mudanzas. Sólo que él no está trasladando sus cosas a ningún lugar. Tan sólo está viviendo en esa calle peatonal desde vete tú a saber cuándo. Anoche mientras llovía, pensé en él. ¿Se habrá resguardado de la lluvia?, ¿tendrá familia?, ¿comerá todos los días?, ¿será un drogadicto que cambió su cómoda residencia por un par de bártulos y unos gramos de heroína?, ¿o la vida le castigó sin excusa ni sentido?
A veces insulta al aire y tira cosas a la basura. Está enfadado con el mundo y no me extraña. En ocasiones, yo también lo estoy. Rozará los 45 años y siempre que paso junto a él, me pregunto por su historia mientras una punzada de culpabilidad me pellizca el alma.
Yo tanto, él tan poco. Pero ni con esas hago nada. Es más fácil echar balones fuera, excusarme con que hay casas de acogida donde podría estar atendido, que meter gol en mi propia portería y dedicar mi tiempo a buscarle ayuda.
Para cuando llego a casa ya se me he olvidado del asunto. Como si al desinfectarme las manos al entrar al baño, toda la solidaridad se me hubiese limpiado también. Pero justo antes de subir al piso, un hombre que venía caminando frente a mí, se ha acercado a Gordo, le ha tendido la mano para que lo oliese y éste le ha gruñido. Yo le he agarrado de la correa y lo he arrastrado para alejarnos al tiempo que me he disculpado sorprendida de que Gordo hubiese tenido esa reacción. Nunca antes la ha tenido con nadie. Mi Gordo ama a las personas, y les salta encima siempre que puede para lamerlas y quererlas apasionadamente. En serio, es el animal más empalagoso que he conocido en mi vida.
Aún así el hombre ha vuelto a acercarse y le ha llamado. Gordo le ha respondido con un ladrido seco y tajante, no como los que emite cuando quiere jugar con otros perros. Él me ha mirado y yo he fruncido el ceño, examinando algo que parecía que Gordo veía pero yo no era capaz. Me ha inundado una sensación de que algo en la situación no estaba bien y he mirado nerviosa hacia los lados, buscando algún motivo que me explicara por qué me sentía amenazada. Me he alejado cuidadosamente mientras él me comentaba que además es adiestrador de perros y que no entendía la reacción de mi perro. Es la segunda persona en una semana que me dice, sin venir a cuento, que se dedica a esa profesión, y la segunda que tampoco me creo. Me he marchado, he entrado al portal y en el ascensor, me he sacudido las malas energías.
¿Seré yo o es que hay personas que son como malos presagios? Desde que empecé a viajar sola, sobre todo en furgoneta, aprendí a escuchar muy bien lo que los espacios o las personas me transmitían. Ha habido lugares maravillosos de los que he huido porque mi instinto me susurraba: “aquí no estás segura.” Y nunca he podido tener argumentos válidos para corroborar tales ideas, pero tampoco los he necesitado. Hay cosas que se sienten y no necesitas más para saber que son verdad. Que es mejor irse. O en este caso, quedarse en casa.