DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 18: EL LÍMITE ES EL CIELO. O LAS ESCALERAS DE TU PORTAL.

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DÍA 18: EL LÍMITE ES EL CIELO. O LAS ESCALERAS DE TU PORTAL.

Perdona mis ojeras, pero ayer trasnoché. No tengo resaca pero sí cierta sensación placentera que me envuelve por haberme saltado mis propias normas. Desde que comenzó la cuarentena he cumplido religiosamente con todos mis horarios. A las once de la noche a la cama a leer, a las 7.30h arriba y durante el día tenía programada hasta la hora de hacer deporte. Sólo me faltaba apuntar a qué hora iba al baño.

Justamente porque soy un alma volátil y no me fio mucho de mí misma, me propuse ser mi propia sargento. Es un mecanismo que he probado que funciona para que la fiesta no se me vaya de madre y provoque que, en pleno pico de pandemia, alguien tenga que venir a rescatarme por inanición, sobre ingesta de alcohol o insomnio. No hay nada como conocerse a fondo para saber con qué armas defenderse en caso de guerra.

No estaba planeado que a las tres de la mañana aún me resistiese a bostezar y quisiera aguantar despierta hasta el amanecer o hasta terminar el libro, más bien. Sí, todo esto fue culpa de un libro que me hizo reír, llorar, sorprenderme y empatizar profundamente en plena madrugada. El libro se titula La magia de ser Sofía de Elisabet Benavent. Pero no vengo a contarte la historia, ya lo que me faltaba, ser una spoiler de libros. Quita, quita.

Lo que quiero es confesarte que, de vez en cuando, es necesario saltarse las propias reglas, dejarse llevar y disfrutar de ese instante que tanto te está revolcando por dentro. Como cuando conoces a alguien y sabes que va a ser uno de tus grandes errores pero no puedes mirar hacia otro lugar. Como esos caballos a los que les ponen topes en los laterales para que no se distraigan y miren siempre hacia delante. O como cuando te entra hambre a deshoras y no puedes evitar llenar el vacío estomacal con un par de donuts de chocolate. Si algún día de estos me muero, que alguien se encargue de tachar lo de: “Fue muy querida por blablabla” y que en su lugar escriba: “Mereció la pena”. Porque justamente son los peores errores, los que más la merecen.

Seguro que te estás riendo porque me las doy de rebelde por haber trasnochado por leer un libro. Y claro, no te quito la razón, pero mi época de “salir, beber, el rollo de siempre”, se convirtió en eso: el rollo de siempre, y terminé aburriéndome. Pero dame tregua y sé paciente, que cuando esta cuarentena termine van a ser los libros los que hablen de mí.

Joder, ahí me he venido demasiado arriba. Como cuando Rocky llega al final de las escaleras del museo del arte de Filadelfia y se da cuenta de que tan sólo eran 72 escalones y que menos mal que hay música de fondo para hacer emotivo el momento, porque en realidad no fue para tanto. Aquí no hay banda sonora molona, empiezo a necesitar una ducha y Gordo me está mirando con cara de “a ver humana, me das de comer o me tiro un pedo”.

En fin, me voy a subir las escaleras del edificio para sentirme un poco Rocky.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 17: Y HOY, ¿A QUÉ JUGAMOS?

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DÍA 17: Y HOY, ¿A QUÉ JUGAMOS?

Al sacar a pasear a Gordo hoy, me he juntado con una amiga. Tranquila mamá, hemos mantenido la distancia de seguridad y por si acaso el virus se contagia por los ojos, ni nos hemos mirado directamente a la cara. Como si estuviésemos en un confesionario mirando al frente.

Entre sus pecados, me ha confesado que por la mañana se ha ido a vivir a Canarias y ha estado muy feliz surfeando cada vez que tenía un rato. Mentalmente hablando, claro.

Qué necesario es saber escapar, de nuestra “casa prisión”, a través de la imaginación. Y qué poca importancia le damos a semejante vía de escape y supervivencia. La de veces que he escuchado: “es que vives en los mundos de Yupi”, “baja un rato de las nubes anda”, pero... “¿cómo has sobrevivido durante tanto tiempo en el mundo real?”.

Todo eso me ha llevado, en multitud de ocasiones, a preguntarme por qué hay personas que se dedican a cuestionar cómo viven, trabajan, comen, o se divierten los demás. Como si sólo hubiese un camino (el de ellos) y el resto fuesen aguas movedizas. Supongo que, inconscientemente, todos buscamos el control sobre las cosas que ocurren y cuando vemos a alguien que es feliz, de una manera desconocida que se escapa de nuestros límites, nos da miedo y por tanto, intentamos rebajarla a través de comentarios ofensivos.

He estado en discusiones donde a una mujer se la ha tachado de histérica y loca por simplemente defender su visión de las cosas, en comidas en las que si acudía un vegano se le menospreciaba diciéndole que si quería comer tenía que salir a la terraza y recoger algo de hierba, en fiestas dónde a alguien que no bebía alcohol se le tachaba de aguafiestas. Somos seres increíblemente cansinos a la hora de criticar a los demás pero cuando nos toca mirarnos dentro, aseguramos con el pecho henchido de orgullo: “si yo estoy muy bien así y no necesito cambiar en nada”.

No soy de dar muchos consejos, a no ser que me los pidan, pero...Ay madre, si estás en una primera cita y la otra persona, a la luz de las velas, te suelta un comentario así: HUYE.

Al mundo le faltan seres que se atrevan a descubrir y desatar los nudos emocionales que llevan dentro y le sobran cobardes que atacan por detrás y se excusan con comentarios tipo: “es una broma, no te enfades”.

Vaya, parece que estoy más irascible que normalmente, supongo que los lunes de cielos grises me gustan poco. Y las incoherencias de las personas, aún menos. Es como quien tiene un pájaro encerrado en una jaula y lo llama Libertad.

En fin, no venía con la intención de criticar a nadie, más bien quería homenajear a quien se dedica a desarrollar la creatividad, la imaginación y el arte como ámbitos muy necesarios en el mundo. Porque a mi padre le debo el sentido común, pero gracias a que mi madre me leía cuentos, me ponía a dibujar, a hacer muñecos con arcilla, a pintar figuras, a escuchar música y bailar... Tengo ahora a mi niña interior tan activa que cada día al despertar me dice: Y hoy, ¿a qué jugamos?

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 16: AGUANTA UN POQUITO MÁS GORDO

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DÍA 16: AGUANTA UN POQUITO MÁS GORDO

Cuando comencé a hacer fotos no fue porque me fijase en la composición de las cosas ni en la perspectiva, ni tuve un padre fotógrafo que me regalase una cámara a los siete años y me educase el ojo. Fue algo intuitivo. Una conexión. El sonido del chasquido de una cámara marcando el antes y el después en tiempo.

Como cuando de repente ves a alguien, le miras, te sonríe y sabes que una parte de tu hogar ya es suyo. Así de simple.

Cuando por fin tuve una cámara escuché en algún lugar que lo más importante en la fotografía eran las luces y las sombras. Yo no entendía nada, a lo sumo comprendía que por el día podía hacer fotos a cualquier hora y que por la noche también, pero que iban a salir fatal. “Las doce de la mañana es la peor hora para hacer retratos”, me dijeron. Y mientras asentía a algún maestro de la fotografía pensaba: “pues a esa hora mi cámara saca las fotos súper bien, no entiendo nada de lo que dice esta gente”. Claro, así hacía las fotos que hacía, que ahora las veo y me pongo roja de la vergüenza que me dan.

Me costó bastante más de diez mil fotos asumir los conceptos básicos que hacen que una imagen sea buena. Tuve que obsesionarme con cada parámetro durante un tiempo y experimentar muchísimo. A día de hoy, lo sigo haciendo.

Además lo bonito del arte es que es como una gran familia, cuyos miembros van siempre agarrados de la mano. Por eso, últimamente me estoy obsesionando con el color. Desde que empezó la cuarentena me está encantando hacer acuarela porque estoy aprendiendo mucho sobre los colores, cómo mezclarnos y cómo conseguir a través de ellos, emocionar.

Llevaba tiempo queriendo fotografiar el baño de mi casa. Cuando entré por primera vez, los azulejos me recordaron a “Cuéntame cómo pasó” y por un momento me fui a vivir (o a cagar en realidad) a los años 60.

Lo que sí que nunca se me había ocurrido era meter a mi Gordo en la bañera para congelar un día menos de la cuarentena. Él tampoco se lo esperaba. Su cara lo refleja muy bien. Todos sabemos que cuando esto termine y Gordo sea libre de nuevo, va a correr tanto y tan lejos de mí que seguro que por el camino se encuentra a Forrest Gump y comparten su caja de bombones y son felices para siempre.

PD: Por fin he visto la cara de mi vecino el que me gustaba porque como han cambiado la hora, a las ocho era aún de día. Me confundí. Era una chica.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 15: NO BASTA SÓLO CON REGAR LAS PLANTAS

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DÍA 15: NO BASTA SÓLO CON REGAR LAS PLANTAS

Todos tenemos un amigo que con la cuarentena ha perdido la cabeza. Apenas contesta a las llamadas, pero cuando lo hace y le ves en un cuadrito pequeño de una videollamada grupal, te asustas aún más que cuando estaba ausente. De pronto tiene el pelo largo y enmarañado, como si llevase desde el estado de alarma sin lavárselo, la barba le ha crecido de tal manera que suponemos que dentro guarda reservas de comidas para cuando le entre el hambre y le dé pereza levantarse del sofá, y tiene una panza que cuando intenta mear ni siquiera se la ve.

Es curioso cómo afronta cada uno este aislamiento. Unos se rapan el pelo, algunas se lo tiñen de rosa o se cortan el flequillo haciendo honor a mis paisanas vascas, y otros, como este amigo mío, dejan que la naturaleza fluya sin decoro ni belleza sobre su cuerpo. He de reconocer que hasta yo me he planteado cogerme la coleta y meterle un tijeretazo. Aún quedan días, así que si me atrevo prometo enseñártelo en vídeo.

Pero hoy venía a hablarte de mis plantas. Que en realidad no son mías, si no de mi compi de piso que me ha asignado la ardua tarea de cuidarlas. Yo le prometí que por ellas, daba mi vida y ahora me estoy arrepintiendo porque una empieza a marchitarse y otra ha cambiado de color y no sé si eso es bueno. El resto siguen intactas. Por el momento. Menos mal que a ellas no les afecta la cuarentena, porque son tan vagas como mi amigo y no se mueven de su tiesto. A veces las pongo al sol y los viernes las riego todas.

Cuando era joven y lozana, mis padres se iban siempre un mes de vacaciones y yo me quedaba responsable de la casa y de la selva que teníamos por jardín. No os imaginéis que teníamos un terreno grande pero el poco que teníamos, mi padre se había encargado de llenarlo todo de arbolitos y plantas que cuando crecieron conquistaron salvajemente toda la parcela. Ahí enterramos a algunos animales que se nos fueron muriendo: un gato negro que un día apareció en nuestra casa y le dábamos de comer pero no le tocábamos mucho porque no era muy amigable. Me lo encontré inmóvil rodeado de moscas una tarde en el garaje y llamé a mi hermano a gritos diciéndole: “David, creo que a Balú (creo recordar que ese era su nombre) le pasa algo, ven a ver.” Evidentemente, sabía que estaba muerto pero tenía miedo de que si lo cogía reviviese de repente y me atacara. Luego le tocó a un mini conejito que mi madre trajo a casa el día que mi hermano mayor se independizó. Así fue como la mujer gestionó el síndrome del nido vacío. Ese era muy majo, si le ponías boca arriba y le acariciabas la panza se dormía. También lo encontré yo muerto y mi madre aún me culpa de la desgracia porque dice que ese verano no le di de beber lo suficiente y se murió de insolación. Pero el bicho vivía en un jardín salvaje, tenía sombras por doquier y su cuenco repleto de agua fresca. La última que enterré fue a mi perrita Chispa, una pequeña golfilla que en plena pubertad se escapaba de casa y se iba a recorrer el pueblo entero en busca de rock ´n roll y drogas. La vejez no le sentó muy bien, si la intentabas coger te mordía y se quedó ciega. Esto último es triste pero era bastante gracioso verla chocarse contra los postes cuando íbamos de paseo.

No me había parado a pensarlo pero he sido la única testigo de todas esas muertes, no sé qué sentido puede tener pero algún día lo descubriré.

Aunque estoy bastante tranquila porque he desarrollado un método para que las plantas continúen todas vivas hasta que su dueña vuelva. El método lo descubrí en un programa de Cuarto Milenio donde Iker Jiménez hablaba del poder de las palabras. Hacía un experimento con dos botes de arroz blanco. Cocía el arroz como se hace normalmente. Luego lo separaba en dos botes de cristal iguales y los cerraba. A un bote le ponía la palabra “amor” y al otro, la palabra “odio”. Los dejaba en la cocina en una misma estantería y cada vez que entraba, al del amor lo cogía y le decía cosas bonitas: te quiero, qué bonito eres... Blablabla. Con el del odio hacía justo lo contrario. Cada vez que entraba a la cocina lo hacía. Al cabo de un mes, el del amor continuaba intacto y el del odio estaba amarillento putrefacto.

Sé que si eres escéptico estás poniendo cara de: “vete a timar a Paulo Coelho con esa historia”. Pero resulta que yo lo hice en casa cuando vivía con mis padres y funcionó. Al principio me sentía bastante ridícula, pero mi madre me presionaba para que lo hiciese y... ¡BOOOM! Al cabo de un mes el bote del odio comenzó a pudrirse.

Si no te lo crees, hazlo. Y encima ahora en cuarentena, que vamos al frigorífico cada cinco minutos, igual hasta surte efecto antes.

A partir de entonces, eso lo aplico a todo en mi vida y siempre voy diciendo las cosas bonitas que pienso a la gente. Las feas me las guardo porque no quiero que se pudran.

Así que eso mismo estoy haciendo con las plantas: les hablo y les digo lo hermosas que están. En un mes quizás mi piso se convierte en una selva amazónica, quién sabe.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 14: LAS VENTAJAS DE LA SOLEDAD

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DÍA 14: LAS VENTAJAS DE LA SOLEDAD

Llevo dos semanas encerrada. Todas las noches firmo los días que van pasando con una navaja sobre el gotelé de mi cuarto, como si estuviese en prisión. Si algún día la casera no me quiere devolver la fianza por ese desastre le diré: “SEÑORA, QUE SON PAREDES DE GOTELÉ. DEBERÍA USTED PAGARME POR HABERLA DECORADO”.

El caso es que se me han pasado rápido. Ahora sé que muchos me estáis odiando y con razón. Pero parto con ventaja. Para empezar, no tengo hijos y estoy sola en el piso. Mis compis huyeron con sus padres por motivos variados. Yo me lo planteé pero dije: Remy, ¿y si vas y les contagias? O peor aún: ¿y si vas, no les contagias pero tienes que aguantar ahí durante un mes sin poder escapar? Quizás no te lo crees, pero yo a mis padres les quiero muchísimo. Una de las razones por las que vivo en Murcia es por ellos. Pero les quiero... Lejos. A una distancia prudente. La última vez que viví con ellos durante varios meses fue el año pasado. Para ellos aquella experiencia fue como si volviese a tener quince años. Me cuidaban y me mimaban tanto que por momentos me hacían olvidarme de que tenía casi la edad de Jesucristo cuando murió. Hasta me intentaron chantajear diciéndome que si me quedaba a vivir en Murcia y no me iba a viajar lejos nunca más, me construían una cuadra en el jardín y me compraban un caballo.

Una noche cuando iba a salir, mi madre se acercó con un billete de veinte euros y me dijo: “Toma hija, tu paga. Pero no bebas muchas cervezas y a ver si ves a algún mozo que merezca la pena”. Mi cerebro hizo click. Quizás hasta me causó un pequeño ictus. Llevaba sin tener paga desde los 16 años. Reconozco que el dinero te cambia la vida, pero a veces no de la manera que esperamos. Rechacé los veinte euros y me bajé la app de idealista para ponerme a buscar piso rápidamente.

Otra de las ventajas por las que esta cuarentena está corriendo veloz es porque tengo perro y claro, eso me permite salir a que me dé la brisa al menos dos veces al día. Aunque en ciertas ocasiones me gustaría irme de paseo sin él porque se tira unos pedos tan putrefactos que hasta pesan. Para colmo, cuando lo hace se me queda mirando fijamente como si estuviese comprobando si soy capaz de aguantarlos sin desmayarme.

La tercera es que casi toda mi vida profesional he trabajado en casa, por lo que estoy más que acostumbrada a meterme en una cueva y teclear durante horas. Por no hablar del bendito invento de los cursos online. Al ritmo que voy, me voy a sacar un doctorado en plena cuarentena. Además, aunque esté feo decirlo, estoy muy concentrada porque nadie me da envidia. Dónde están ahora los reyes y las reinas del postureo, ¿eh?

Y la última es que estoy rodeada de personas bonitas por doquier y todos los días aparece alguien que me saca una sonrisa, una carcajada o un abrazo (aunque sea virtual) a través de videollamadas, whatsapps o comentarios como los que me dejáis en redes sociales que me motivan para seguir escribiendo este diario.

Te animo a que, a modo de terapia, empieces a rajar algún mueble o pared descontando los días que quedan. Sentirse presidiaria tiene su aquel, ¿no crees?

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 13: ACABO DE VOLVER DE LA PLAYA

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 13: ACABO DE VOLVER DE LA PLAYA

Un amigo me ha mandado un vídeo que hablaba de un experimento que habían llevado a cabo un grupo de neurocientíficos y que se basaba en que antes de dormir debías escribir en un papel cinco cosas positivas que te habían ocurrido durante el día. Si lo hacías durante un tiempo prolongado, pronto comenzabas a notar que tenías más energía y eras más alegre.

No sé cuánto dinero se habrán gastado en semejante descubrimiento pero vamos, que eso lo sé hasta yo sin haber hecho pruebas, y mira que de inteligencia no es que ande muy sobrada. Aunque pensándolo bien, sí que creo que alguna vez he llevado a cabo un experimento similar.

De pequeña, cuando mi padre nos echaba la bronca era todo un espectáculo. No uno de los que vas a ver payasos y te ríes, o vas a Disneyland y te haces fotos con Mickey. No, de esos no. Era de miedo. Terror más bien. Para que veas que no exagero tengo de testigos a mis hermanos. Cuando volvíamos los cinco del cole a comer a casa, mi madre colocaba la cámara de vídeo de los viajes encima del frigorífico y nos grababa hasta que nos habíamos comido las lentejas, el puré o las judías. Sobre todo nos grababa con las judías porque no nos gustaban nada y claro, montábamos en la cocina una mini guerra civil. La pobre mujer, desesperada al no saber cómo domesticarnos, nos amenazaba: “esto empieza a grabar ya, como no os portéis bien y comáis, se lo enseño a Papá luego.” Te juro que en cuanto le daba al botón rec comíamos como si fuésemos niños de posguerra hambrientos. Ni una mísera judía quedaba en los platos. Mientras masticaba pensaba: “imagina que son conguitos de chocolate, a que están ricos, ¿a que sí?” Tanta neurociencia para qué, un padre como el mío es lo que les hacía falta a los investigadores del positivismo.

Otras veces, imagino que cuando la cámara se quedaba sin batería, como sabíamos que éramos libres y ya no había autoridad que nos castigase, volvíamos a nuestra batalla campal. Mi pobre madre escapaba de la cocina y aunque nunca lo ha admitido, estoy segura de que en medio de la desesperación estuvo tentada a coger una maleta y huir, o a prenderle fuego a la casa con sus vástagos dentro. Ambas acciones hubiesen estado legitimadas, te lo aseguro. Pero mi madre es una mujer que con la presión se crece, y un día que volaban albóndigas como granadas por la cocina ella gritó: ¡Se acabó! ¡Voy a llamar a papá y vais a hablar con él!

Uno a uno en fila y manchados de salsa de tomate y trozos de albóndiga, fuimos pasando en orden por el teléfono. Parecía que estábamos en una marcha fúnebre y que al otro lado del receptor, nos esperaba la muerte. Ninguno de los hermanos recordamos qué nos decía con su voz grave y tosca pero cada uno volvíamos a nuestro plato, nos lo comíamos en silencio y hasta lo dejábamos bien colocado en el lavavajillas.

Pero la vez que más recuerdo haber conseguido evadirme de la realidad e irme a algún paraíso tropical fue una tarde que mi padre nos colocó frente a él y comenzó a gritarnos. Quizás fue porque mi hermano Juanma meó en los zapatos que había dejado mi tia abuela en el cuarto de invitados o por los sustos que le pegábamos al abuelo cuando dormía la siesta. No sé cuál sería la razón, pero siempre nos echaba la bronca a todos. Supongo que dio por sentado que era muy complicado saber quién había hecho qué y decidió que una bronca en común era más efectiva que ir uno a uno.

Así que ahí estaba yo, tiesa como el ciprés más alto del mundo, esperando a que se dirigiese a mí. El suelo temblaba al ritmo que mi padre vociferaba. Yo miraba hacia abajo pensando: “No te muevas que así igual no te ve ni te dice nada. Estate quieta, muy quieta. Mira, al menos puedes mover los dedos de los pies que eso él no lo ve”. Mientras agitaba sus brazos sermoneándome yo no escuchaba, simplemente me concentraba en mover ágilmente los dedos de los pies y llevármelos de paseo a alguna playa donde merendaba gustosamente mis conguitos de chocolate.

Supongo que por eso estoy llevando tan bien esta cuarentena, porque sé que haya donde esté, mi mente continúa siendo tan libre como cuando me escapo en la Blackie con Gordo.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 12: POR FIN, BRAGAS LIMPIAS

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 12: POR FIN, BRAGAS LIMPIAS

Casi empiezo el día sin bragas. Limpias al menos. Ahora que economizo todo para tener que salir a la calle lo mínimo, sólo faltaría que hiciese lo mismo con mi ropa interior. Pero no, voy a braga por día. Aún mantengo mi dignidad.

Llevaba sin poner la lavadora desde antes de Covi y justo hoy me quedaba la última limpia. Menos mal que ha salido el sol y he podido tender con éxito mi ejército de bragas. Algún listillo me comentará: “pues no lleves, total si no sales de casa”. Pero resulta que poseo el bien más codiciado en estos tiempos: un perro. Cada cierto tiempo se me queda mirando fijamente y me empieza a dar con su patita en la pierna para que salgamos a pasear.

Cuando la gente me pregunta por qué adopté un perro suelo soltar el típico discurso de mi amor por los animales (excepto por los monos y los delfines) pero en realidad, la razón es mucho más sencilla y vergonzosa: necesitaba algo que me obligase a quitarme el pijama por las mañanas. No estaba depresiva ni nada por el estilo pero si aún no os habéis dado cuenta, soy un tanto desastre. Cuando Gordo no estaba en mi vida, podía comenzar a trabajar en casa a las ocho de la mañana y seguir en pijama hasta las cinco de la tarde. Y a esa hora, me miraba al espejo y me decía: “ya siendo tan tarde, no tiene mucho sentido que me vista, ¿no?”. Lo mismo ocurría con mi cama: ¿para qué hacerla si luego la voy a deshacer de nuevo? En aquella época no le di ninguna importancia, pero con el tiempo comprobé que había entrado en un bucle de dejadez máxima. Fuera de casa, seguía siendo la misma persona, pero cuando entraba en mi hogar me olvidaba de cuidarlo y por tanto, de cuidarme. Me excusaba diciéndome que era una mujer práctica y que no precisaba de decoros para mejorar mi vida. Pero lo que de alguna manera me faltaba era amor.

No puedo decir que Gordo lo cambiase todo pero sí que justo apareció en el momento clave. Supongo que mi inconsciente lo fue buscando por estas razones, sin que yo siquiera me lo planteara.

Cuando llegó sentí que tenía que cuidar de alguien. Siempre había huido de las grandes responsabilidades y de repente tenía 24 horas pegado a mí a un perro inquieto de manchas negras que engullía hasta el aire. Toda mi perspectiva cambió y comencé a ser más responsable y coherente conmigo misma. El pijama se quedaba bajo la almohada de la cama que hacía todas las mañanas, empecé a decorar mi casa con alguna que otra planta, a colgar fotos por las paredes, a vestirme bonita, a cocinarme algo rico porque sí... Cambié la manera de quererme porque un perro me ladraba por las mañanas para que lo paseara.

Es curioso cómo la vida te trae en el instante preciso lo que necesitas cuando ni siquiera sabes que lo necesitas. Como mis bragas limpias: justo a tiempo.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 11: MI POLLITO YELLOW

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 11: MI POLLITO YELLOW

Ayer terminé de leerme “De repente en lo profundo del bosque” de Amos Oz. Me llamó la atención por su título y su contenido cumplió con las altas expectativas que tenía. El libro va de un pueblo del que, por un motivo que no puedo desvelaros, desaparecen de la noche a la mañana todos los animales y sus habitantes viven tristes sin ellos. Nunca me había planteado algo así pero ahora, como ya he visto que es posible todo, empiezo a pensar en cosas horribles que podrían pasarnos. Me imagino una vida sin Gordo o sin escuchar pajaritos en el bosque o sin poder ver los documentales de National Geographic de tiburones y me pongo triste. Una parte de mí moriría, porque todos esos latidos acelerados que alguna vez me ha provocado ver algún animal salvaje libre, ya jamás volverían a ocurrir y claro, el corazón se me haría viejo al no necesitar latir tanto.

Ahora me vienen a la cabeza un montón de anécdotas relacionadas con animales. Cuando éramos pequeños, a mis hermanos mayores les dieron a cada uno en el colegio un pollito para que aprendiesen a cuidarlo y cada uno se hiciese responsable del suyo. Yo, que les imitaba en todo, exigí mi pollito amarillo. Lo llamé Yellow y por un breve corto período fuimos felices juntos. Luego ya no fuimos porque yo viví y él murió. Pero ojo, yo no lo maté. Por aquel entonces, vivíamos en una casa enorme y en el jardín, parte del suelo estaba cubierto de madera y debajo había huecos por los que paseaban guasalos, ratas e incluso serpientes. No es que viviésemos en la inmundicia si no que residíamos en Honduras y allí la vida salvaje se mezclaba con la urbana. Una tarde, salimos fuera a ver correr a los pollitos y de repente el mío se coló debajo del suelo de madera. Entre los tableros había huecos vacíos por los que podía observar a Yellow mientras le llamaba ansiosa para que saliese de ahí. Escuché su “pío, pío” varias veces hasta que de pronto apareció otro cuerpo que no era “Yellow” si no blanco y supe que era el final. Una rata de ojos rojos devoró a mi pollo en mi presencia. Nunca me había parado a pensar mucho en aquello hasta hoy y tampoco recuerdo si le hicimos un funeral o qué pasó con el resto de pollitos de mis hermanos. Lo que sí aprendí de aquella experiencia es que quien se inventó lo de que da mala suerte cruzarse con un gato negro es porque nunca ha visto a una rata blanca cruzarse en su camino. Eso sí que es escalofriante.

Quizás otro día os cuente cómo una vez en un restaurante donde había monillos danzando libres y robando comida, uno de ellos se encariñó de mi madre. El animal no paraba de abrazarla intensamente y ella estaba encantada porque es tan buena que si pudiese cuidaría y mimaría a todos los seres vivos del planeta. Le hicimos muchas fotos con su monijo. Pero al rato nos teníamos que ir y mi madre se lo quiso quitar de encima. Grave error. El mono no la soltaba y cuando mi padre se acercaba a intentar quitárselo éste nos enseñaba los dientes amenazante. ¿Cómo puede ser que tengan una cabeza tan pequeña y unos dientes tan gigantes? Qué desproporción más grotesca. Al final, lo engañamos dándole un plátano y huimos rápido de aquel lugar gobernado por monos posesivos.

Ahí también aprendí que nunca hay que fiarse de los monos: cuanto más tiernos, peores son. Y de los delfines tampoco. Éstos últimos nunca me han hecho nada, pero a mí no me engañan con su apariencia dócil.

Ahora que lo pienso, sólo te he contado experiencias traumáticas con animales cuando lo que pretendía era justo lo contrario. Es que es martes y en Murcia está lloviendo como si fuera domingo y aún viviese en Pamplona, y claro mi cabeza está hecha un lio.

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 10: AQUÍ HUELE A HUMO

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 10: AQUÍ HUELE A HUMO

Hoy casi le prendo fuego a mi casa. Bueno a ver, no ha sido tan exagerado. Aunque en realidad sí. A mediodía he puesto la sartén con aceite en el fuego y mientras se calentaba me he entretenido eligiendo qué serie ver. Estaba quejándome para mis adentros de la cantidad de series malas que hay en Netflix cuando he escuchado un sonido un tanto alarmante. Giro la cabeza, y de la sartén salía fuego. He actuado rápidamente y lo he apagado mientras casi sollozando decía: “¡Joder joder joder¡ ¡Voy a ser la única inútil que muera por algo tan estúpido en pleno azote del Coronavirus!”. No he querido mirar, pero seguro que algún vecino ha asomado la cabeza por el patio interior para ver de dónde salía el humo.

El lado bueno -porque todo siempre tiene uno- es que creo que al menos así mi cocina entera se ha desinfectado de bacterias. En algún artículo he leído que el humo era un buen aliado para matarlas. Pero no me hagas mucho caso que igual era otro bulo. A ver si ahora te vas a poner a quemar tu casa y luego sales en los medios diciendo que una idiota a la que creíste porque sí, te dijo que así te ibas a librar de Covi.

La cocina nunca ha sido mi gran aliada. Aunque he de decir a mi favor, que hago una ensalada de pasta riquísima y para nada saludable. Por eso este año me he propuesto ir mejorando en ello y dedicarle más cariño y atención. Lo de hoy ha sido una excepción. Normalmente me quedo mirando fijamente a la sartén y a veces incluso contengo la respiración hasta que empieza a calentarse y puedo poner en ella las pechugas de pollo o lo que ese día me toque. Es un proceso de supervivencia que aplico porque si me distraigo un momento, puedo encontrar hasta interesante el manual de instrucciones de mi lavadora.

Este verano pasado mi cuñada casi me asesina. Y con razón. Estábamos en la terraza de la casa de la playa que justamente da a unas rocas y al mar. Mi sobridemonio Héctor que llevaba poquito tiempo andando, se dedicaba a investigar la zona exhaustivamente. En un momento dado, Ainhoa me dijo: “Pulga (por si aún no lo sabes, así me llama mi familia. Sí, la misma que me quiere.) vigílame a Héctor un momento, que voy al baño”, y yo, pensando que era mi momento estelar para enseñarle lo responsable que podía ser con su hijo, le dije: “Claro, claro, no te preocupes. Vete tranquila.” Me quedé mirando al sobridemonio fijamente, como a la sartén. Pero de repente, apareció un viejo conocido por la playa al que hacía mucho tiempo que no veía y nos pusimos a hablar con alegría de cómo nos había ido la vida en estos años.

El grito de mi cuñada, que es vasca -dato importante-, aún resuena en mi cabeza y me eriza los pelos de la nuca. Claro, me había olvidado completamente de que tenía un sobridemonio llamado Héctor que en ese momento estaba a punto de saltar a las rocas del mar. Volé tan rápido a su rescate que si Usain Bolt me hubiese visto, se hubiese retirado de las olimpiadas.

No hubo daños físicos. Ni de Héctor porque lo salvé a tiempo, ni de mi cuñada hacía mí que tuvo la cortesía de asesinarme únicamente con la mirada.

Aquel día recuerdo que pensé: bueno, otro más que sobrevivo sin incidentes mayores.

Así que hoy, sumo victoriosa otra jornada más.

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 9: GORDO ME SUSURRA COSAS

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 9: GORDO ME SUSURRA COSAS

Mierda, el gremlin se ha tomado el domingo libre y llevo un rato mirando el folio en blanco. A mi Gordo le importa una mierda mi problema: está roncando y emitiendo gruñidos gustosamente. Claro, él en su minúsculo cerebro sabe que todo esto nos lo hemos buscado los humanos. Cada vez que gruñe en sueños creo que está emitiendo una protesta:

Gruñido 1: Esto va por las veces que me has llevado atado como si fuese de tu propiedad y no me dejabas mear en las llantas de mis coches favoritos.

Gruñido 2: Este porque por fin somos los animales los que os traemos un virus que además no afecta en nada a ningún compi animal del globo terráqueo.

Gruñido 3: La cagamos con el ébola, pero de los fracasos aprendemos rápido y ya no más monos muertos.

Gruñido 4: ¿Os creíais poderosos prohibiéndonos el acceso a las playas, cercando montañas que no son propiedad de nadie y dándoselas a algún gordo ricachón que ni si quiera sabe lo que es un olmo o cuándo florece un almendro?

Gruñido 5: Pues ahora sois vosotros los que estáis recluidos en jaulas y mientras, nosotros paseamos libres por primera vez después de mucho tiempo. La pachamama ha hablado y por fin estáis aprendiendo a escuchar.

Menudo discurso me acaba de soltar. Yo, que después de ver tanto al encantador de perros, estaba convencida de que los perros no tenían conciencia y mira, resulta que tengo al Dalai Lama perruno.

El caso es que creo que tiene razón en todo. Ayer mismo me llegó un vídeo de un corzo correteando feliz por un polígono de Navarra y pensé: es la imagen perfecta del apocalipsis. Hasta merecería la pena que nos pasáramos encerrados un año, si así un nuevo ciclo de la naturaleza comenzase. El aire se limpiaría, la contaminación descendería en picado, los animales volverían a ser libres y a no temer a esta raza asesina de humanos... Todo volvería a su cauce natural.

¿Has pensado alguna vez que somos el único ser vivo con conciencia (exceptuando a mi Gordo Dalai Lama) que actúa en muchísimos casos de la manera más cruel e inconsciente? En otras palabras, que tenemos cerebro y decidimos no usarlo. O peor aún, le sacamos partido de la manera más rastrera, egoísta y estúpida.

Sólo espero que por fin aprendamos que el mundo no nos pertenece, que hasta el dinero proviene de los árboles y que sin madre naturaleza feliz y protegida por todos, el fin del mundo viene de la mano del amigo Covi.

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Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 8: QUE DIOS OS LIBRE DE MI IRA

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 8: QUE DIOS OS LIBRE DE MI IRA

Cuando tenía unos 16 años jugaba a baloncesto. Se me daba fatal la parte esencial de este deporte: botar el balón. Todos los partidos me los pasaba corriendo de un lado a otro rezando para que nadie me pasase el maldito balón, porque en cuanto eso ocurría, daba el primer bote y se me iba de las manos. Soy tan torpe y descoordinada que una vez en clase de spinning la profesora paró la clase, se acercó a mi bici y me dijo: “¿Estás bien?”. Jadeando le respondí como pude: “Claro que estoy bien, ¿por qué me lo preguntas?”. “Pues porque todos llevan el ritmo de la música excepto tú”. Os juro que cuando bailo, hago zumba o cualquier deporte que exija una coordinación mínima, creo que lo hago super bien. Pero no. Mi profesora de spinning me lo dejó claro, y mi madre cuando me vio una vez danzar para entretener a Nathalie en el salón de casa, se rió tanto que ahora cuando se aburre me pide que la entretenga con alguno de mis bailes. Como si fuese su bufón particular en vez de su prodigiosa hija. Lo mismo me pasaba con cantar. Tengo alma de estrella de rock y lo único que me falla es la voz. Hubo una época que me grababa cantando. Si esa cinta llegase algún día a las manos de Iker Jiménez, estoy segura de que la pondría en uno de sus programas de Cuarto Milenio como una de las más aterradoras psicofonías que ha escuchado jamás. Así que si alguna vez dudas en si haces algo bien, grábate. Pero antes prepárate para la muerte casi instantánea de gran parte de tu ego.

Claro, con 16 años, en plena ebullición de mi personalidad y sin si quiera ser consciente de lo poderoso que era mi ego, yo pensaba que era buena al baloncesto. Tanto, que me pasaba horas practicándolo. He de reconocer que botando era malísima, pero defendiendo era la mejor. Luchaba por coger el balón como si fuese el último huevo kinder que quedaba en casa y mis hermanos quisieran arrebatármelo. Y transmitía esas ganas de guerra a mi equipo, lo que hizo que durante varios años fuese la capitana.

Pero me obsesioné tanto con este deporte que toda mi ira (en aquellos años juveniles era mucha) la volcaba en él. Así que a veces en los partidos me enfurecía cuando las cosas se tornaban, a mi parecer, en injustas. Si el árbitro me pitaba una falta y yo opinaba lo contrario, le quitaba el balón y le daba una patada mientras le miraba enfurecida. Si me peleaba con alguna contrincante que me odiaba sin motivo alguno y me expulsaban, me iba gritando y arramplando con todo lo que había alrededor. Una vez tiré el banquillo de mi equipo y me encerré en el vestuario con un portazo mientras gritaba cosas grotescas que menos mal que no recuerdo.

Luego venía el entrenador, me daba un buen sermón y prometía que la próxima vez aprendería a controlarme. Nunca cumplí con mi promesa.

Hoy he sentido toda esa ira de golpe. Ira porque no entiendo que la gente en este país continúe sin ser consciente de la gravedad de la situación que estamos viviendo ahora mismo. Ira porque hoy mismo han multado a un grupo de escaladores que han decidido que el confinamiento no atañe a los hippies que viajan en furgo. Ira por la gente tan idiota que se cree que, como es fin de semana, tienen derecho a hacer alguna escapadita a la costa para que la brisa del mar les cruce la cara. Ira por los dos surfistas que hace unos días intentaron escapar de las autoridades nadando hacia otra playa y movilizaron a un helicóptero y a un barco para dar con ellos.

Mira que nunca deseo mal a nadie. Pero ojalá el Coronavirus supiese distinguir entre las buenas personas que nos están salvando la vida, o como mínimo haciéndonosla más llevadera, como médicos, enfermeros, auxiliares, policías, militares, dependientes de supermercados, empleados del sector de la limpieza, camioneros, repartidores y demás puestos de trabajo imprescindibles en esta crisis, y vosotros, que sois la peor calaña de esta sociedad.

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 7: DE HUMOR NADIE SE MUERE

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 7: DE HUMOR NADIE SE MUERE

Hace un tiempo di una charla de fotografía y una mujer del público (concretamente fue mi amiga Miren que quiso ayudarme a romper el incómodo silencio cuando dije el típico: “bueno si tenéis cualquier pregunta estaré encanta de resolverla”) me preguntó cuál era mi proceso: “¿primero eliges la foto y luego escribes el texto o al revés?”.

A veces las fotos me despiertan sensaciones y las transcribo tal cual las siento. Pero suele ocurrirme más a menudo que, justo antes de dormirme, en la ducha o después de haberme bebido un par de cañas y estar motivada con la vida, me pongo a escribir lo que el pequeño gremlin que llevo dentro me cuenta. La verdad que he tenido suerte con mi gremlin, porque de vez en cuando se le ocurren unas cosas súper divertidas y creativas. Cuando eso ocurre, le hablo y le piropeo para que no pierda la motivación y siga currando así de bien. Así funciona mi maldita cabeza. Por eso, cuando alguien me dice que le ha encantado mi texto, ambos sabemos que el mérito es suyo y yo tan sólo soy el medio que le da forma.

Todo esto ha venido porque hoy estaba editando unas fotos que hice un domingo de paella y paseo por la costa (qué delicioso suena ese plan ahora ¿eh?) y de repente me he encontrado la foto que he puesto arriba. No recordaba haberla hecho y refleja tan bien lo que estoy sintiendo desde que vivo encerrada en este piso con terraza de un metro cuadrado, que me he reído un rato observándola. La vida es como un puto chiste que, según quién lo narre, te hace gracia o te parece una broma de mal gusto.

Hoy me ha hecho gracia. Otro día, quién sabe. Desde que esto comenzó, cuando me suena el despertador, cruzo los dedos y deseo en voz bajita: “por favor, que hoy sea un buen día”. Dicho esto, debo reconocer que, a lo largo de la jornada, he llorado en numerosas ocasiones. ¿Y lo peor de todo sabéis qué es? Que no tenía ni puta idea de por qué lo hacía. Bueno, ahora que lo pienso, me va a bajar la regla en breves y cuando eso ocurre, soy muy de subirme al dragon khan y no ponerme el cinturón de seguridad. Emocionalmente hablando, claro.

Gordo me miraba flipando y yo creo que pensaba: “Madre mía, primero me deja sin mis paseos largos por el río, luego me raciona la comida porque dice que si no voy a hacer honor a mi nombre, y ahora ya se le ha ido la olla por completo. Yo creo que si salto por la ventana, aún sobrevivo”.

Pero después de hacer deporte y ver la foto, se me ha escapado la risa y he vuelto a ponerle humor a todo. Qué necesario reírse, sobre todo en momentos de mierda. La de vidas que se han salvado a base de carcajadas y humor negro.

Así que hoy os doy las gracias, a todos los que invertís tiempo e ingenio en hacer memes, grabar vídeos hilarantes sobre el amigo Covi y demás chistes que llegan justo en el momento oportuno. Porque está claro que no sois como los héroes de batas blancas que están salvando al mundo ahora mismo, pero evitáis que nos ahoguemos en un pozo de profunda tristeza.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 6: TODOS LOS DÍAS SON DOMINGO POR LA TARDE

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 6: TODOS LOS DÍAS SON DOMINGO POR LA TARDE

Siempre odié la peli de “El día de la marmota”. Me agobiaba el hecho de pensar que en mi vida pudiese ocurrir algo así. Todos los días lo mismo, sin escapatoria. Por eso, cuando empezamos con la cuarentena me dije a mí misma en una de tantas conversaciones que tengo conmigo: Remy, tú haz como que esto no está pasando y mantén tu rutina exceptuando las salidas. Y así lo estoy haciendo aunque hoy, he de reconocer, que a la tarde se me ha empezado a caer el mundo encima.

He sentido que era domingo y que, aunque no había bebido, tenía resaca y del gotelé de las paredes se escapaban demasiados silencios. He salido a aplaudir al balcón y me he quedado un rato observando a mis vecinos. Hasta ahora no sabía que a la izquierda tenía a una familia que acababa de estrenar bebé y que a la derecha viven unas chicas risueñas que han decorado su terraza con luces de led. Frente a mí, a parte del vecino seductor, tengo a tres hermanitos jóvenes. El más pequeño rondará los tres años y es tan salao y achuchable que en cuanto termine esto voy a ir a tocarles el timbre y les chantajearé para abrazarles con chocolate y golosinas (creo que si fuese hombre, ésto último acarrearía graves consecuencias). Bajo ellos aplauden estoicamente cada tarde, una pareja de septuagenarios que me enternecen cada vez que les veo salir al balcón. Y al fondo del bloque de enfrente a la izquierda, hay un hombre “apuesto” que vive solo y cumple con su cometido como buen ciudadano. Lo de apuesto va entre comillas porque en realidad está tan lejos que vete a saber si incluso pertenece al sexo opuesto. Pero oye, que tengo que pintar con imaginación y humor las paredes de mi casa para que no se me caiga el techo encima. Así que igual mañana saco el puntero láser y le apunto al pecho y le dibujo corazones mientras le guiño un ojo en pose sexy. El tinder de los balcones lo podemos llamar. Ríete pero seguro que cuando salgamos de esta, aparece en la tele más de un testimonio de cómo, una dulce pareja para nada trastornada, encontró el amor entre balcones y aplausos. Empezarían sonriéndose tímidamente, luego cantando emocionados “Sobreviviré” de Mónica Naranjo -¿en serio que no existía otra canción para elegir?-, y terminarían lanzándose aviones de papel con sus números de teléfono para concluir el enamoramiento haciendo sexting. “El amor en tiempos de corona” se titulará el programa. Y el logo será una corona con el simbolito del virus. Todo muy original y creativo.

Por lo demás, hoy he empezado a hacer deporte seriamente y como doy por hecho que esto se va a alargar casi hasta verano, me he propuesto conseguir que me salgan cuadraditos. Va en serio, voy a estar tan buena que cuando me vea en el reflejo de alguna tienda voy a entrar a buscarme. Ahora mismo Gordo está sintiendo mucha vergüenza ajena mientras se tira un pedo nivel “si hueles te desmayas” mientras me mira fijamente a los ojos.

Venga, un día menos. Ya casi huelo la libertad. Ah no, es el aroma de Gordo.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 5: ¿CUÁNDO TERMINA LA CUARENTENA?

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 5: ¿CUÁNDO TERMINA LA CUARENTENA?

¿No dicen los psicólogos que todas tenemos un niña interior? Pues la mía es esa que en los viajes largos siempre pregunta nada más encender el motor, con voz chirriante: “¿cuánto quedaaaaa?”. Y claro, no hay respuesta. He de reconocer que me llevo muy bien con la incertidumbre, soy autónoma, ¿cómo, si no es amándola, sobreviviría? Eso sí, siempre y cuando que sea yo la que decide convivir con ella. Vamos, que por muy hippie que parezca soy un pelín controladora. No tanto como mi padre, que lleva siempre encima una libreta donde apunta hasta lo que le ha costado el periódico en el kiosko. Aunque entre tú y yo, creo que en realidad lo que anota son los nombres de la gente que va odiando a lo largo del día. La vena hater sí que la he heredado de él.

Pues eso, que este año nos quedamos, como mínimo, sin Semana Santa. Una amiga iba a venir a verme desde Pamplona e íbamos a furgonetear sin mayor plan que el que nos apeteciese en el momento. Pensábamos escalar, ir a la playa, subir montes... En vez de eso voy a estar en mi pequeño piso dándote la chapa con mi diario. Pero no me importa porque todos estamos igual. Quien escribió el refrán de “mal de muchos, consuelo de tontos” no llegó a vivir la época de los postureos en redes sociales. Si no, estoy segura de que la hubiese modificado y hubiera resumido su profundo pensamiento en un: “joderos todos tanto como yo”.

Ya se está empezando a hablar de los trastornos psicológicos que va a acarrear este aislamiento. Si pienso en mi situación, la verdad es que no me puedo quejar absolutamente de nada. Tengo internet, proyectos que desarrollar, Netflix y papel higiénico. Pero estos días he pensado mucho en las madres y padres que están en casa rodeados de pequeños gremlins salvajes. Mi hermano mayor y mi cuñada, por ejemplo, tienen siete hijos. Sí, SIETE. Son los sobridemonios más divertidos del mundo pero aguantarlos 24 horas sin descanso, debe ser similar a un festival de música, sin música y lleno de Minions. Si eres creyente, reza por ellos; hace días que no hablan por whatsapp y temo que haya habido un golpe de estado y que la nueva autoridad sea algún sobridemonio salvaje.

A veces creo que la Pachamama ha querido aleccionarnos y para ello, se ha quitado el cinturón y, entre azote y azote, nos ha sermoneado: “¡Dejad de tener hijos y cuidad más a los animales!” Ahora todo el mundo mira con deseo a mi Gordo, incluso temo que el yonqui que preguntaba el otro día a gritos si nos habíamos curado, intente quitármelo para que dejen de multarle por beber cerveza en el banco.

Pero sin duda, lo que peor llevo es pensar en la de películas cutres que van a sacar de este maldito virus.

Ya veréis, cuando esto acabe, va a ser sólo el comienzo.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 4: MI PERRO CASI ME VIOLA. ¡HAYUDA!

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 4: MI PERRO CASI ME VIOLA. ¡HAYUDA!

Después de mi crisis “tinderiana” en el balcón de mi piso, debía de haber sido consciente de que esto iba a ir a peor. La mascarilla me la voy a terminar poniendo en los ojos para no vislumbrar lo que va a ocurrirme los diez días restantes de aislamiento que quedan. Si es que son diez claro, porque a este ritmo creo que se va a alargar un mes. Pero eh, que gracias a todas las facilidades y a la solidaridad de pequeñas y grandes empresas, tengo entretenimiento para un año mínimo aquí encerrada.

Hoy la verdad que ha sido un gran día, ¿sabéis por qué? Porque he puesto el móvil en modo avión durante unas cuantas horas. Así he podido trabajar y estar tranquila. Porque están genial los MEMES, los audios informándonos de cómo está la situación, la advertencia de no tomar ibuprofeno que resulta que es mentira... A todo esto, ¿quién tiene tanto tiempo libre (y la moral) como para andar inventándose bulos? Os digo una cosa, si colapsamos la sanidad y hay que elegir, que salven antes a los débiles que tienen menos probabilidades de sobrevivir, que a la panda de retasados mentales que se dedican a inventar historias para alarmar sin ningún sentido a la población.

Tal y como va avanzando el asunto me temo que, en un par de días, en vez de ser solidarios van a empezar a surgir negocios oportunistas beneficiándose de este caos. Las mascarillas comenzarán a valer el triple de dinero, los geles para limpiarse las manos también, y el papel higiénico... ¡Ay! ¡Cuánto va a ascender el precio de poder limpiarnos el culo!

En fin, voy a intentar no pensar mucho en el futuro ya que eso, escasas veces me ha traído buenos resultados. Recordad que, mientras vuestros animales domésticos no intenten violaros, todo va bien.

Yo ando un tanto preocupada por este tema.

A última hora del día, me he cambiado mis vaqueros de pasear al perro por unos leggins para hacer yoga, y me he puesto el móvil a grabarme para ver si hacía bien las posturas. Mi recomendación es que, a no ser que seáis expertas yoguis con cuerpos diez como las youtubers que salen hablando con voz serena mientras hacen el pino con los codos o se colocan las piernas en el cuello, no os grabéis. Os aseguro que vais a decepcionaros. En mi caso aún más que en el resto porque ay, madre, si Dios existe, conmigo estaba practicando chistes.

Pero debe ser que, aun con mis peores galas, seduje a Gordo. Claro, le puse el culito en pompa mientras intentaba imitar a la yogui sexy, y él no pudo contenerse. Si aún no lo habéis visto, lo tenéis en mis stories de Instagram o en mi carpeta de stories destacados llamada “Remiadas”.

Por lo demás, todo bien: 400 whatsapps en un grupo, mi madre haciéndome chantaje emocional con el día del padre para que vuelva a casa, un yonki gritando, entre los aplausos de las 20h: “¡¿NOS HEMOS CURADO YA?!”, y una cerveza a última hora entre amigos vía skype.

La vida es maravillosa, siempre y cuando tengas internet y un perro metiéndote fichas.

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 3: TENGO CANAS

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 3: TENGO CANAS

En serio, las acabo de descubrir y ahora sí que tengo miedo. Puto paso del tiempo. Científicos, dejad de buscar vacuna para el Corona y centraros en resolver cómo ralentizar los años.

Estaba frente al espejo analizando si hoy debía lavarme el pelo o aguantaba un día más (total, no es que vaya a salir a la calle a ver a alguien), cuando de repente, bajo una capa opaca de pelazo moreno, las he visto. Tres canas. Tres putas canas.

Respira hondo Remy, la gente te sigue echando 26 años.

Respira hondo, esas patas de gallo las has tenido siempre por reírte tanto y nunca te ha importado.

Respira, Gordo es más viejo que tú y mira lo jovial que parece. Dicen que los perros se parecen a sus dueños, así que todo va a ir bien.

Ya está. Crisis superada. ¿Por dónde íbamos? ¡Ah, sí! El Covid19 y el enclaustramiento.

Bendito Internet que me ha regalado unas cuantas risas por skype con una reunión a la hora del café con amigos fotógrafos en la que hemos acabado echando pulsos virtuales. Mi biceps ha ganado, por si las dudas.

¿Has pensado que estamos viviendo un Gran Hermano? En un par de días haremos facetime con alguien que queremos y lloraremos por no poder abrazarle y nos excusaremos diciendo que claro, vivir entre cuatro paredes sin relacionarnos con el mundo exterior nos provoca emociones intensas.

No es broma ¿eh? Que yo hoy casi me pongo a llorar cuando a las ocho se ha puesto todo el barrio a aplaudir en los balcones. Se respiraba amor y esperanza. Hasta que, de repente, el vecino de en frente me ha mirado desde su balcón con la bandera de España decorándolo y me ha gritado: ¡TE HE VISTO EN TINDER Y NO ME HAS DADO MATCH! Claro, he hecho un moonwalk mientras aplaudía arrítmicamente, me he metido en casa y he bajado la persiana. Mañana tendré que salir con mascarilla a ver si así se le quitan las ganas de seducirme.

Por lo demás, Gordo está muy intensito. Cuando lo he sacado a la calle ha ido a saltar una valla y se la ha comido. Medio cuerpo la ha rebasado, el otro medio no. Yo me he echado las manos a la cabeza pero él se ha recompuesto tan fácilmente que creo que este perro tiene una enfermedad rara que le evita sentir el dolor. Luego, mientras iba paseando tranquilamente pensando en lo afortunada que era por al menos poder salir a pasear cinco minutos y escuchar a los pajarillos danzando, ha venido corriendo y me ha hecho un placaje. Mi perro pesa 30 kilos y es más bruto que la mayoría de vascos que conozco, así que imaginaros el encontronazo. Quizás algún vecino desde su ventana ha grabado la escena en la que yo le gritaba a mi mascota como si fuese un humano desquiciante.

En este ranking de seres ansiosos, mi madre se lleva el premio. Me llama dos veces al día, más múltiples whatsapps. Creo que en vez de en cuarentena se cree que estamos en guerra y busca salvarme por todos los medios. Es día tres y ya usa a mi hermana Nathalie como método propagandístico. Marca mi númsero, le pasa el teléfono a ella y cuando lo cojo Nathalie me dice: “¡Hola Pulgui!”, con ese tono de voz que me mata de amor y a continuación se escucha a mi madre susurrándole: “dile que venga a casa” y claro, Nathalie lo repite como un loro disciplinado. Si aún me he resistido a ir corriendo a casa de mis padres a moderle los mofletes a Nathalie, el Coronavirus no es ninguna amenaza real.

¡Ánimo bonicas y bonicos!

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 2: EVITA CAER EN LA DESIDIA

DIARIO DE UNA CONFINADA

DÍA 2: EVITA CAER EN LA DESIDIA

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Soy autónoma y más concretamente, fotógrafa. Seguro que cuando digo esto me imagináis viajando , de aventura en aventura, fotografiando culturas distintas... Pues bajaos de la nube porque el 80% del tiempo me lo paso en casa trabajando. Así que para mí esta cuarentena no me resulta tan molesta como a aquellos que cuando Facebook les preguntó dónde habían estudiado contestaron: “en la universidad de la calle”.

Siempre he sido muy casera. Me gusta hacer planes fuera evidentemente y hacer deporte en la naturaleza, viajar... Pero en muchas ocasiones, cuando he estado de cañas con amigos he pensado para mis adentros: Y lo a gusto que iba a estar en casa en vez de aquí, ¿qué?

Un amigo me ha dicho que ya estaba encendiendo la Play para jugar al Final Fantasy y yo me he acordado de mi antigua Game Boy (ahora caigo en que eran para Boys y no para Girls). Luego he pensado en un juego del PC que me flipaba y se llamaba Grim Fandango. Dime que lo conoces por Dios. Y también me ha venido a la cabeza el consejo de “nunca hay que tomar decisiones en caliente”, razón por la cual mi ex se quedó todos los puzzles de Mordillo que me quedaban por hacer. Qué bien me vendría ahora estar uniendo piezas mientras me pongo a Òlafur Arnalds de banda sonora y desconecto del mundo un rato.

Pero en vez de hacer puzzles -creedme que he estado a punto de comprarme varios en Amazon pero he desistido porque creo que no llegarán y también porque no puedo ir predicando el “quédate en casa” mientras obligo a unos pobres transportistas a traerme a casa objetos que no cumplen ningún requisito para considerarlos de necesidad básica- me he leído un par de revistas de fotografía, he paseado a mi dedo índice por Tinder con un resultado de cero matchs y mucho miedo, he visto un capítulo de la Maravillosa Miss Maisel, he hecho un par de videollamadas con amigas, he intentado pegarle sustos a Nathalie por teléfono sin aparente éxito, he pintado un par de acuarelas y he comido mucho. Nada sano, todo chocolate.

El día en el que nos devuelvan la libertad auguro a un montón de vecinas abuelitas comentándonos en el ascensor, mientras nos barren con sus pupilas de arriba abajo: “Ay, pero qué hermosa te has puesto ¿eh?”.

Está claro que no ha sido un día para nada memorable a excepción de cuando el reloj ha marcado las diez de la noche y todo el barrio se ha puesto a aplaudir en sus balcones. Hasta el vecino de enfrente ha sacado su saxofón y se ha puesto a tocarlo. Mientras aplaudía y se me erizaba la piel, he pensado que esto sí es ser cívico y solidario. Si de algo me siento orgullosa es de todos los que hacen que la Sanidad Pública de este país sea tan buena. Gracias a los héroes de batas. Otro día mis vítores irán para los trabajadores (transportistas, dependientes de super mercados...) que siguen al pie del cañón abasteciendo a todo un país, pero hoy le tocaba a la Sanidad.

Si es que, aunque estemos enclaustrados en nuestros hogares, si remamos hacia la misma dirección en este océano desconocido, saldremos victoriosos y unidos.

Qué patriótico me ha quedado esto último, ¿no?

Ale, buenas noches. Mañana más.

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 1: ESTADO DE ALARMA POR CORONAVIRUS

DIARIO DE UNA CONFINADA

DÍA 1: ESTADO DE ALARMA POR CORONAVIRUS

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Hace un año, si le llego a decir a alguien que en el futuro voy a volver a fumar por culpa de la ansiedad que me va a generar la pandemia global del Coronavirus, no me creería ni yo misma mis propias palabras. No por lo de volver a fumar, en este aspecto mi fuerza de voluntad es bastante escasa. Seguro que Edurne me hubiese mirado con el ceño fruncido y me hubiese contestado: “igual lo que tienes que dejar son los porros.” Y eso que no fumo porros, que conste en acta por Dios. No vaya a ser que cuando termine el encierro hogareño y recupere mi libertad, venga la policía y me arreste en un lugar que nada tiene de hogar. “Y además, ¿qué coño es una pandemia?”, hubiese continuado ella. Menos mal que ahora sí tengo respuesta a esa pregunta, hace un mes lo hubiese relacionado con alguna enfermedad leprosa y me hubiese quedado tan ancha.

Ahora sé que una pandemia es una enfermedad epidémica que se extiende a muchos países en un corto periodo de tiempo. Malditos chinos y sus murciélagos. Esto no lo veíamos venir ¿eh? Pensábamos que antes se multiplicarían ellos y con sus establecimientos y restaurantes en un par de décadas terminarían gobernándonos, llenarían las calles de escupitajos, cambiarían en nuestro dialecto las “erres” por las “eles”, y las mujeres terminaríamos dando a luz a pequeños seres de ojos rasgados.

Pero no, el Corona se ha adelantado. Un virus que apenas arrampla con humanos en cifras mortales, pero que es extremadamente contagioso. Tan tan tan infeccioso que hoy mismo, día 13 de marzo de 2020, el Gobierno ha anunciado el estado de alarma.

Voy a resumir la situación en un párrafo porque estoy tan saturada de información sobre este tema que si me pongo a explicarlo largo y tendido, morimos antes de depresión apocalíptica que por cualquier otro síntoma vírico.

Desde esta mañana estamos confinados en casa -curiosa elección de palabra, por cierto. Supongo que encerrados sonaba demasiado alarmante- y tan sólo debemos salir en casos estrictamente necesarios: ir a la farmacia, hacer compra en el supermercado, acudir al médico o pasear al perro. Ésta última la he añadido yo porque mi Gordo necesita cagar y aún no ha aprendido a sentarse en el váter.

Pero se prevén medidas más tajantes, como poner multas, arrestar a irresponsables que merodeen por las calles o una medida que gustosamente implantaría si se me concediese semejante poder: lanzar cócteles molotov a aquellos inútiles que no tienen civismo ni sentido común y se van de vacaciones a las zonas de costa, se llevan a los niños a jugar a los parques o simplemente aprovechan el buen tiempo para echar el vermú en alguna terraza.

Ya ves, un día encerrada y mi odio a la humanidad crece exponencialmente. Espérate al día 15 que igual ya soy como Unabomber y he aprendido a mandar de regalo bombas por correo.

Estoy desconcertada, cabreada, ansiosa, desubicada y otros cuantos adjetivos feos. Cuando veo vídeos de la gente entrando al Mercadona a por los últimos rollos de papel higiénico me pregunto si saben leer las noticias, si atienden a razones o simplemente ven a alguien correr y le siguen. Y, ¿por qué el papel higiénico?, ¿POR QUÉ? ¿Acaso yo cago poco y soy la excepción y vosotros echáis cagadas de vaca cada hora? Que alguien me ilumine en este túnel rebosante de oscuridad y mierda, por favor.

Podrás pensar lo que quieras, pero después de lo que está demostrando, en cuanto a términos cívicos y humanos esta sociedad, pienso seriamente que sus votos (los de esa gente que da valor al “pagan justos por pecadores”) valen lo mismo que el mío y me dan ganas de saltar por la minúscula terraza de mi casa.

Pero aún hay esperanza porque siempre nos quedará Internet. Allá donde circula libremente la información, hay MEMES. Y en otra cosa no, pero en ingenio y humor vamos en cabeza con nuestro amigo el Covid19. Así que aprovechad para reíros, que pronto veremos cómo nuestras cuentas bancarias disminuyen drásticamente y más penurias post apocalípticas que nos esperan.

Manda huevos que todo este caos lo haya generado un murciélago. Aunque ya lo decía uno de esos proverbios chinos que me salió en una galletita de la suerte hace unos años: “el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”. Fijo que la palabra originaria era murciélago, pero los traductores la modificaron para que sonara más poético.

Así que nada, luego no nos quejemos que avisados estábamos.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!