DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 38. MAR O MONTAÑA

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DÍA 38. MAR O MONTAÑA

“¿Eres de mar o de montaña?” Cuando me han hecho esa pregunta, nunca he sabido contestarla. Pero últimamente sueño con el mar. Dormida y despierta. Cierro los ojos y me imagino conduciendo hacia él. Aparece un cartel que anuncia que quedan diez kilómetros para comenzar a ver pescadores en el horizonte y automáticamente bajo la ventanilla de la Blackie. Respiro. Huele a libertad. A mar.

Gordo tiene ojos de humano y a veces se me queda mirando fijamente y estoy segura de que me quiere transmitir un mensaje por cómo mueve las cejas: “Humana, me aburro. ¿Cuando me llevas a que busque cabras por el monte y las persiga?” u opción dos: “Humana, tu quieres que tú y yo ñiki ñiki ñaka ñaka?” Te reirás pero llegados a este punto, hasta me siento halagada.

En fin, creo que es obvio que esta situación nos está afectando mentalmente a ambos. Pero aún aguantamos. Somos perseverantes y casi siameses. La foto lo confirma.

Esta es la segunda vez en la vida en la que he sentido que podía morir en cualquier momento. La primera fue en México.

Volvamos atrás en el tiempo.

Justo me voy de viaje a la costa a surfear, reír y comer tacos. De la noche a la mañana, anuncian que un huracán, que iba en otra dirección, ha cambiado de parecer y viene directamente al pueblecito chingón donde me hospedo. Todo ocurre muy rápido. Desalojan el hostel y se llevan a los turistas a un lugar más a salvo. Yo no me entero de nada porque estoy por la playa buscando tortugas gigantes (es justo la época en la que dejan los huevos en las playas). Así que soy una de las pocas turistas que se quedan allí a ver si el huracán nos mata a todos o si sobrevivimos dichosos. Mi madre me llama desde España con el corazón atragantándosele en la boca: “es que he visto en las noticias que va, hacia donde estás, un huracán”, yo la calmo comentándole que el Gobierno ya ha tomado las medidas necesarias para proteger a la población y que todo está muy tranquilo. Ella se lo cree porque aún no ha llegado el Coronavirus y esa frase, por aquel entonces, sonaba muy tranquilizadora. Cuelgo el teléfono y un minuto después, una palmera se cae frente a mí. El viento comienza a soplar violentamente. No para de llover angustiosamente. Sólo tengo chancletas. Unas horas antes estaba en la playa bebiéndome una chela y ahora no se ve la luz del sol. El mar parece tener tanta hambre que se va a comer todo el pueblo y yo empiezo a gritarles a los paisanos con los que me encuentro: ¡¡¡PERO, ¿ES QUE VAMOS A MORIR HOY?!!! Ellos, si se mueren de algo, es de risa al ver a la españolita histérica. Me dicen que hace veinte años que no pasa ninguna catástrofe natural en San Pancho. Ese argumento me parece tan fútil como cuando alguien dice que no va a haber una tercera guerra mundial porque ya hubo una segunda y de esa aprendimos mucho. Sí, claro. Tiene su sentido.

Al final, decido que la mejor opción que me queda es beberme todas las cervezas que dormitan en el frigo de mis amigos argentinos y caer dormida. Si me muero que sea durmiendo, por Dios.

Al día siguiente me despierto y todo está en calma. El huracán se acercó pero no entró en San Pancho. Hizo el amago de entrar y al final no. Nunca me había alegrado tanto de que alguien (o algo en este caso) me hiciera una cobra.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 37. UNA DOCENA DE CHURROS, POR FAVOR

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DÍA 37. UNA DOCENA DE CHURROS, POR FAVOR

Creo que lo más terapéutico que he hecho en estos 37 días de aislamiento ha sido escribir cada jornada este diario. Es lo que me ha mantenido siempre activa. Cuando lo empecé, pensaba que esto duraría a lo mucho una semana y que sería gracioso documentarlo. Ahora, después de un mes, llevo cincuenta hojas escritas y un montón de autoretratos que han hecho que esta cuarentena sea divertida y creativa.

Esto parece una despedida... ¡Pero no! El diario va a continuar hasta que el señor Presidente levante el estado de alarma y pueda celebrarlo con una cerveza. Lo que pasa es que hoy estoy muy feliz porque han anunciado que a partir del 27 de abril los niños van a poder pisar las calles y volver a jugar. Son las mejores noticias que he he escuchado en todo este tiempo. Sobre todo porque abajo tengo unos vecinos de unos cinco años que son salvajes y a veces fantaseo con poner hueveras por las paredes de su casa para insonorizarlos, y con otras cosas más violentas que prefiero no contar para que no creas que tengo algún que otro rasgo de psicopatía.

¿Sabes que hoy es domingo? Yo he caído en la cuenta cuando estaba paseando al Gordo a las ocho de la mañana y no había ni un alma en la calle. Se me ha hecho extrañísimo porque a esa hora ya hay coches yendo a trabajar y estaba todo desierto. Y claro, entonces he caído: soy la única pringada que sigue madrugando en domingo. Luego he pensado que ojalá las churrerías abriesen porque me harían extremadamente feliz.

Hace unos años odiaba cualquier tipo de rutina. Supongo que las asociaba al aburrimiento, a la no aventura. Sin embargo, a medida que he ido madurando creo que paso por ciclos en los que necesito muchas emociones e intensidad y otros, en los que sólo busco estar en paz y tranquila. Es en esta última etapa cuando he hallado mucha dicha en madrugar para pasear con patines por el río con Gordo cuando todo el mundo duerme, y la ciudad entera escucha el eco de nuestros pasos. En beberme una infusión mientras leo el último capítulo de algún libro que me tiene enganchada. En comprar churros los domingos para desayunar al sol de mi terraza. En pasarme el día en el monte escalando y respirando primavera. En ir a comer cocido a casa de mis padres y aprender a hacer acuarelas con mi madre mientras Nathalie nos roba pinceles para pintarse la cara. En beberme un café mientras me preparo para trabajar, viendo el último capítulo de la Resistencia. Esa es la mejor rutina de todas: empezar el día muerta de risa.

Cuando acabe esto me voy a alegrar, por supuesto. Pero tengo una punzada de nostalgia esperando a clavárseme, porque ya no va a haber hueco para este diario, ni horas desiertas para rellenarlas de autoretratos con Gordo, ni tapers de la madre de Patri, ni abrazos virtuales, ni videollamadas intempestivas que alegran hasta a las cucarachas. Y joder, he sido feliz aquí encerrada y el cambio va a ser mejor. Pero aun cuando la serpiente muda de piel, siempre echa de menos la que una vez tuvo.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 36. NO ME CABEN MÁS PREGUNTAS

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 36. NO ME CABEN MÁS PREGUNTAS

Hay una actividad que se me está haciendo complicada de llevar a cabo en esta cuarentena. Bueno, en realidad, nunca he sido capaz de hacerla. Pero ahora, aún menos.

Meditar parece de lo más sencillo, ¿verdad? Se basa en estar en silencio y respirar. Os juro que cuando lo he intentado, o bien me he desesperado y se me ha ido la cabeza a mil lugares más entretenidos en un segundo, o entro en un sopor profundo y termino durmiéndome. No hay otra.

La meditación es para mí, como ese colega que tienes en tu círculo de amigos que te cae bien pero que no terminas de calarle. Ambos os sonreís, bromeáis pero mantenéis las distancias prudentemente porque os incomoda quedaros solos y no tener nada de qué hablar.

Siempre he envidiado sanamente a esas personas que parece que, en vez de caminar, van flotando en una nube y sonríen en cualquier situación como si volviesen de echar un polvo y estuviesen muy relajados. Me dan ganas de sacudirles violentamente para ver si así me chivan el secreto para conseguir ese estado de quietud y sosiego.

A mí, en cambio, me invade el ansia, la impaciencia y el nerviosismo. Voy por la vida pensando que el resto de personas saben algo que yo no logro descifrar. Y a veces, resulta muy frustrante. Por ejemplo, la gente que cree fervientemente en algún Dios o quien se va a la India, se convierte al Budismo y ya es feliz. Hablo de personas que se entregan a una causa en cuerpo y alma, que tienen una fe tan inmensa que nunca dudan.

O como los que se casan y dicen orgullosos: “no tengo ninguna duda, sé que es el hombre/mujer de mi vida”. Estos últimos son los que más rabia me provocan. ¡¿CÓMO PUEDES SABER TAL COSA?! Igual mañana te enteras de que es un psicópata y cambias totalmente de opinión.

Ni siquiera yo sé quién soy, ¿cómo voy a saber quién es el hombre de mi vida? ¿Cómo puedo afirmar algo de lo que siempre voy a dudar? Y sobre todo, ¿por qué dudar está visto como una expresión de debilidad en vez de como una de realismo?

Por favor, no me malinterpretes. No estoy en contra del matrimonio, ni de la religión, ni del amor...

Simplemente no me gusta que alguien venga y me afirme con pasión: “este es el único camino para lograr la paz”, “ésta es la única persona que te va a hacer feliz y te va a acompañar en el viaje”, “ésta es la religión que debes predicar porque es la única que contiene la verdad”.

Todo son afirmaciones para concretar algo que no se puede limitar. ¿No te suena un tanto incoherente? Esta obsesión humana de mantener el control sobre todo aquello que se escapa de nuestra lógica, nos va a terminar volviendo locos.

¿Ves qué mal me sienta meditar? En vez de encontrar respuestas, me doy de bruces con más preguntas.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 35. ¿CÓMO SE APAGAN LOS RECUERDOS?

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DÍA 35. ¿CÓMO SE APAGAN LOS RECUERDOS?

Esta noche mis ovarios han estado en algún after con música techno de los noventa, porque menuda fiesta se han pegado. Así estoy ahora, que voy desmayándome por las esquinas y siento que, tener la regla y llevar sufriéndola tantos años, es una buena excusa para abrir el armario de las chuches prohibidas y sabotearlo entero.

El siguiente paso va a ser cocinar un brownie de chocolate. Esta vez me va a salir delicioso porque voy a estar mirándolo todo el rato, como si fuese una acosadora de postres, para evitar que se queme. Y no me vengas ahora a mencionar con voz irritable, que esa comida lleva muchas calorías – miniminimimmimimimi – porque he hecho deporte a primera hora de la mañana para poder permitirme todos los lujos gastronómicos que se me antojen durante el resto del día. A callar y a comer.

Además, en mi familia tenemos buenos genes. Nunca hemos sido gordos, excepto uno de ellos (del cual no quiero revelar el nombre para evitar posibles denuncias) que, si come mucho y no hace deporte se hincha como una peonza. ¡Buah! ¿Te acuerdas de las peonzas? Ojalá tuviese una aquí, para enseñarte cómo soy capaz de colocarla rodando sobre la cuerda. Aquel fue uno de mis primeros dones. Pensé que me haría famosa rodando peonzas por el mundo, enseñando a niños africanos a jugar con ella, concediendo exclusivas a revistas deportivas... Terminaría escribiendo un libro sobre cómo me gané la vida haciendo lo que más amaba y cómo inspiré al mundo entero con mi pasión. Estoy siendo irónica que conste. Si tenéis algún libro con un título similar rollo “el viaje que cambiará tu vida” o “cómo transformar el mundo con tu pasión” en vuestro estante: quemadlo. Haréis un favor a lo que queda de humanidad en este mundo.

A ver, que me he ido totalmente del tema. Te estaba contando que en mi familia siempre hemos comido bastante de todo, osea mi madre nos preparaba legumbres, pescado, vegetales... Todo muy sano. Pero había un armario que estaba repleto de comida basura: conguitos de chocolate, patatas, chuches, donuts, barritas de cereales, nocilla, huevos kinder... Cuando abrías esa puerta, os juro que sonaba la misma música que debe retumbar en los oídos de los muertos cuando van a entrar al paraíso. Ahora que lo pienso, creo que por eso siempre venían amigos a casa. No era porque fuéramos populares, si no porque en la cocina tenían bufé libre de calorías. Malditos interesados. Luego dicen que los niños son ángeles. Perdona, los niños sólo piensan en comer bocatas de nocilla o palmeras de chocolate. Luego ya con la tripa llena, te sonríen y parecen buenos. Pero nada más lejos de la realidad.

De ahí que mi madre nos premiara si nos comíamos todo el plato sano, con una bolsa de conquitos o un huevo kinder. Recuerdo aquellas tardes después del cole, recién comidos, que nos sentábamos a ver “Friends” con una bolsa de conguitos para cada uno, como uno de los momentos más dichosos de mi vida.

Maldita nostalgia. Es como un viejo amor que aparece de repente, te sonríe y comienza a susurrarte lo que justamente estás deseando escuchar. Y cuando ya te ha encandilado de nuevo, pese a oponer resistencia, te tira en medio de la carretera con el motor encendido y te dice sin un sólo remordimiento: “hasta la próxima, guapa”.

Qué hija de la gran puta. No me ha tirado ni una bolsa de conguitos para llenar el vacío existencial que acaba de dejarme.

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 34. PARÁBOLAS DE CUARENTENA

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DÍA 34. PARÁBOLAS DE CUARENTENA

Si alguna vez te doy algún consejo culinario, tú asiente como si me estuvieras escuchando. Pero nunca jamás me hagas caso. Hace poco sentí lo que Cristóbal Colón debió experimentar al descubrir América, porque me enteré de que los huevos se pueden freír en el microondas. A ver, igual he exagerado un poco con la comparación pero para alguien como yo, que desayuno huevos fritos casi todas las mañanas, es un gran hallazgo.

El fin de la época de lavar la sartén todas las mañanas y dejar la vitro sin una gota de aceite, ha llegado. Vivimos una etapa de cambios inauditos. Debería haberlo supuesto la primera vez que saqué el huevo frito del microondas con una yema perfectamente deliciosa.

Pero no. Todo ha sido un oasis. Un sueño que me ha estallado en la cara. Un huevo, más bien. Esta mañana, aún somnolienta, lo he sacado del micro a los treinta segundos y al agarrar el bol: ¡Boooooom! Ha saltado sobre mí como si tuviese vida propia y llevase mucho tiempo odiándome. Menos mal que he sido increíblemente rápida y lo he esquivado. Como contrapunto a mi fascinante velocidad, he roto un bol y tengo la cocina decorada de aceite y huevo por doquier. Mientras limpiaba el desastre, Gordo me miraba desde su sofá trono con unos ojos condescendientes que le delataban y parecía susurrar: “A esta humana mía, ¿le dan alguna ayuda social? Y en caso afirmativo: ¿dónde está mi parte por aguantarla?”

Me ha quedado claro que el camino rápido nunca lleva a buen destino. Si te fijas, casi todas las experiencias de la vida son parábolas.

Por ejemplo, la primera vez que aprendí a andar en bici, mi hermano mayor, Juanma, fue mi mentor. Me llevó a una cuesta gigante, me quitó los ruedines pequeños y me dijo: tú tírate que yo voy a ir sujetándote por detrás todo el rato. Yo confié y él me soltó. Acabé estrellándome contra un árbol gigante y rajándome la pierna. Aún tengo la cicatriz que me recuerda que nunca hay que confiar en nadie. Sobre todo si esa persona te dice: tú tírate primero que yo voy detrás de apoyo.

Un verano cuando éramos muy chiquitillos fuimos a la playa en familia. El caos era tal que, a la vuelta, mis padres estarían tan saturados de escucharnos y de cargar con sombrillas, cubos para la arena, gafas de bucear... Que se olvidaron de mi hermano Pepe, que por aquel entonces acabaría de estrenar los siete años. Cuando llegamos a casa, a mi madre no le salían los cálculos del número de hijos que había parido y mi padre volvió escopeteado a la playa en busca del hijo perdido. Él estaba allí, mirando al horizonte y pensando que quizás tendría que empezar a aprender a pescar para sobrevivir. ¿Ves? Otra parábola: aprende a contar (literalmente) a aquellos a quien amas antes de que sea tarde y ya no estén.

Para esta situación de cuarentena tengo otra parábola. Bueno, en realidad no. Quería hablar de lo típico de que, si quieres ver el bosque tienes que alejarte de los árboles, pero todos estamos encerrados entre cuatro paredes así que, o quemamos nuestros casas y nos vamos a vivir a un camping a ver el bosque o nada tiene mucho sentido.

En fin, que hoy casi que me quedo tuerta por culpa de un huevo, así que no puedes esperar mucho más de mí en esta jornada.

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Remys Door

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 33. LOS MATICES DEL ARCOIRIS

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 33. LOS MATICES DEL ARCOIRIS

Oye, qué alegría me he llevado este mediodía. Mi padre ha aparecido en el parking que hay junto a mi casa y me ha traído un montón de comida de parte de mi madre: albóndigas, lentejas, lasaña de verduras... ¡TAPERS PARA UNA SEMANA!

Me he puesto a tararear felizmente una canción de misa (vete tú a saber lo que guardo en mi subconsciente) mientras colocaba todo en el frigorífico y Gordo, al notarme tan entusiasmada, ha intentado violarme. El cabrón aprovecha cualquier despiste para colármela, pero aún sé mantener los límites.

Si algún día no sabes qué regalarme, un taper de comida me hará inmensamente feliz. Las madres de mis amigas también disfrutan alimentándome. En esta cuarentena, la madre de Patri ya me está cebando con panecillos de Albacete, berenjenas rellenas, migas... La quiero más que a mi amiga. Yo creo que ven en mí a la hija que ya tienen, pero en versión hippie y desastrosa. Y claro, se apiadan de mí.

Es curioso la capacidad de adaptación del ser humano, ¿verdad? Hace mes y medio me hacía feliz pensar en el viaje que iba a hacer al Norte con la furgo y ahora mi felicidad se mide en paseos con el Gordo y tapers de lentejas. Todo se basa en modificar las prioridades para sentirse libre, aún enjaulado.

El viernes santo, a las doce de la noche, pusieron música en mi calle. Me asomé curiosa y un vecino había puesto lucecitas que se proyectaban en los pisos de frente. Varios murcianicos iluminaban sus balcones con velas, mientras la canción de Halleluya de Shrek llenaba nuestras casas de emoción. Fue tan intenso y bonito que no pude parar de llorar. Los vecinos de enfrente grababan el momento con sus móviles y pensé: “joder, como alguno haga zoom en mi cara, me quedo ya sin la poca dignidad que me he guardado en el bolsillo”.

Terminó la canción y me metí torpemente en mi casa para que los vecinos de los que siempre me despido a las ocho, no notaran que estaba emocionada. Cuando uno llora la gente suele pensar que siempre es de pena. Pero yo creo que hay un montón de tipos de lágrimas. Las hay de felicidad, de éxtasis, de nostalgia, de sueños cumplidos, de fracasos, de rupturas, de comienzos, de cambios... Son de infinidad de colores.

No sé si a ti te pasará pero últimamente, bajo el techo de mi casa, he llovido mucho. Pero lo que menos he sentido ha sido tristeza en estos 33 días. Me siento arropada, querida, afortunada, sana, despierta, creativa, alegre, viva, nostálgica, nerviosa, motivada, ansiosa... Simplemente llevo un océano dentro que, a veces, está tan agitado que se derrama.

Cuando pasen uno o dos años, miraré las fotos que me estoy haciendo con Gordo o leeré un fragmento de este diario y me entrará una nostalgia infinita. Tengo la sensación de que algunos de los mejores recuerdos de este año, están sucediendo en esta cuarentena y no me los quiero perder.

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Remys Door

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 32. AÚN NOS QUEDAN SUEÑOS POR CUMPLIR

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 32. AÚN NOS QUEDAN SUEÑOS POR CUMPLIR

No sé si sabes que me flipan los tatuajes pero, como cambio de opinión cada vez que hay luna llena, me da muchísimo miedo llenarme el cuerpo de dibujos y a las dos semanas estar aburrida de verlos. Ya ves, el compromiso me da tantísimo terror, que no me caso ni con mis propias ideas.

De hecho, tengo varios tatuajes ya pensados y no hay manera de que me lance a inyectarme tinta en la piel. Creo que un tatuaje simboliza muchas cosas. Es como una fotografía que, cada vez que la ves, te transporta al momento exacto en que te retrataron. Por eso considero tan importante saber cómo, cuándo, por qué y con quién hacértelo. De ahí que no sea casualidad que los tres tatuajes que llevo en el cuerpo sean pequeños y además estén situados en partes del cuerpo que mis ojos no intuyen a simple vista: la nuca, la parte de atrás del tobillo y la clavícula.

Cuando me los hice, no les di demasiada importancia. Todos atravesamos una época en la juventud en la que nos creemos salvajes y que nuestros hechos jamás van a tener consecuencias. Y de repente, llegas a los treinta con unas letras chinas rodeándote el brazo y... ¡Zas! Te das cuenta de lo gilipollas que eras y por consecuencia, sigues siendo. En mi caso, fui afortunada y las letras chinas estaban a punto de pasar de moda cuando cumplí la mayoría de edad. Así que puedo contaros la historia de cada uno de mis tatuajes con cierto alivio.

El primero me lo hice a los 19 años aproximadamente. Me leí un libro de Nelson Mandela, me vi la película de Invictus y me flipé con la vida tanto, que quise memorizarlo todo en mi piel. En la nuca llevo el fragmento de un poema de William Ernest Hemley que aparece en la película Invictus: “Soy el dueño de mi alma, soy el amo de mi destino”. Y además, me lo puse al revés para que sólo pudiese leerlo al verlo en el espejo. “Jugada maestra, Remy, así nadie va a leerlo”, me dije orgullosa. Pero claro, empecé a trabajar de camarera y se me acercaban clientes borrachos y me decían: “oye, ¿qué pone en tu tatuaje de la espalda? Que no sé si es porque voy muy ciego y no distingo bien las letras o está en otro idioma”, o el típico de “oye pero tu tatuaje es un poco machista ¿no? Debería poner Soy la dueña de mi destino y soy la capitana de mi alma”, o el más lúcido de todos: “¿Sabes que el tatuaje que llevas escrito en árabe igual no significa lo que tu crees y te han timado?”

En fin, un tatuaje que para mí era profundamente bonito se fue deteriorando en la boca de los ignorantes que hablaban sobre él. Aún así, me sigue encantando y no me lo quitaría jamás, sobre todo porque no me lo veo nunca.

El segundo tatuaje es una palabra que últimamente se ha hecho muy famosa pero que la vi hace años en un documental y me enamoró: “Mamihlapinatapai”. Es la palabra más concisa del mundo y por tanto, no hay ninguna en ningún otro idioma que posea el mismo significado. Y significa – redoble de tambores – la mirada entre dos personas cuando las dos se quieren decir lo mismo pero ninguna de las dos se atreve.

Ese momento en el que te gusta alguien y notas que tú también a él/ella. O cuando quieres disculparte con alguien a quien quieres pero no sabes cómo, y la otra persona está igual... Aquí tienes la palabra que lo define. ¿No te parece pura magia?

El último es un match tattoo que le obligué a hacerse a Edurne cuando fui a visitarla de sorpresa a un pueblo perdido en la costa de Gales. Hasta entonces no sabía que ese lugar estaba tan lejos. Si has estado leyendo mi diario, imagino que te habrás hecho una ligera idea de lo mucho que me gusta fantasear con que mi vida es una película. Por eso, no pude desperdiciar la ocasión de incitar a mi mejor amiga, a que nos hiciéramos un tattoo juntas en algún estudio cutre con un tatuador obeso y peludo del old school. Y así fue.

Nune accedió con la condición de que ella elegía qué nos tatuábamos. Entramos a un estudio de mala muerte y mi mejor amiga, que en aquel momento estaba dejando de serlo de golpe, le obligó a dibujar corazoncitos, diminutos y coquetos, al tatuador vikingo con semblante de pocos amigos. Yo sudaba, no por el miedo a que me inyectara tinta, si no porque pensaba que iba a terminar tatuándonos un pene, de lo que le estaba sacando de quicio Edurne. Tres horas y más de cinco folios llenos de corazones más tarde, mi amiga sentenció: “¡Este me encanta!”. El tatuador y yo nos miramos y pensamos al mismo tiempo: “Pero si son todos iguales”. Mira, no había caído en que ahí mismo tuvimos un íntimo encuentro de mamilahpinatapai.

Al final salimos de ahí sintiéndonos jóvenes, rebeldes y salvajes estrenando nuestro diminuto corazón en la clavícula.

Sí, la historia dista bastante de lo que me había montado en la cabeza sobre entrar borrachas y tatuarnos un gremlin o algo que fuese horrible y no acordarnos al día siguiente de lo que había pasado. Pero aún no pierdo la esperanza de que pase. Cuando salga de aquí, aún me quedan muchos sueños por cumplir.

Eso sí que sería salvaje y no llevar aquí 32 días obligando a Gordo a posar para mí.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 31. DE LOF OF MAI LAIF

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 31. DE LOF OF MAI LAIF

Mi madre dice que le estoy cogiendo demasiado el gusto a esto de ser ermitaña y que cuando acabe la cuarentena, lo voy a tener aún más complicado para encontrar pareja. Yo le he dicho que no se preocupe, que en plena pandemia el destino ha puesto frente a mí, al hombre de mi vida. Bueno, más bien estaba escondido en uno de mis cajones llenos de chismes absurdos. Le he soplado y ahora somos una familia de tres. Gordo parece contento con el nuevo miembro, aunque me da miedo que si se pone a jugar con él, lo mate sin querer.

He aquí nuestra primera foto juntos. Yo le noto enamorado cuando me mira, pero es que al verle en esta imagen, está tan guapo y galán que lo amo un poco más. No sé si a mi diminuto corazón le va a entrar tanta pasión antes de que explote.

Además hoy es el día internacional del beso, ¿no? Ha llegado justo a tiempo.

Bromas y amores a parte, creo que mi madre tiene algo de razón. El miércoles pasado fui al supermercado con las prisas y ni me miré al espejo al salir de casa. Bien podría haber salido en pijama. No sería la primera vez. Estaba buscando algún pescado que no fuese merluza cuando vi pasar cerca de mí a un chico que estaba “hot hot”. Luego giré la cabeza y ¡joder qué susto! Me di de bruces con mi reflejo en la sección de congelados.

Llevaba un moño despeinado pero no uno de esos que se hacen queriendo y queda bonito. No, moño de yonki más concretamente. O de mendiga si lo prefieres. Pero eso no era lo peor, también iba con los labios pintados a cachos con un potente color rojo. Parecía el joker en versión cutre. Claro, a la mañana había estado haciéndome fotos para el maldito diario y se me había pasado por completo quitármelo. Para terminar mi “look especial cuarentena”, en mis pies lucía unas botas de invierno tan vetustas que a veces no estoy segura de si estoy pisando la suela o el suelo directamente. De ellas sobresalían un par de calcetines de distintos colores, la guinda del pastel.

Estoy segura de que si hubiese ido a comprar condones con esas pintas, la cajera me hubiese dicho: “Los quieres para hincharlos y hacer globos, ¿verdad?”

Suspiré y me dije por lo bajo: “Joder Remy, mantén un poco de dignidad”.

Es que claro, 31 días aquí sola, comienzan a pesar. A veces me siento como el hamster que tuve de pequeña, que se pasaba el día dando vueltas y vueltas sobre su rueda. Me daba mucha rabia verle correr sin parar y no avanzar. Semejante tortura sólo se la merecen los adictos al gimnasio que prefieren perder calorías en una máquina que salir a ver mundo. Así que le compré una bola para meterle dentro y que rodara por donde quisiera. Qué invento más bueno, excepto cuando se acercaba a las escaleras y volaba hasta estrellarse. Ahí estuvo a punto de morir varias veces. Si te soy sincera, tampoco me preocupaba en exceso porque no era muy amigable. A las mañanas cuando iba a darle los buenos días me enseñaba los dientes. Creo que no le gustaba que le despertasen. Era un maldito vago. Además, comía tantísimo que se pasaba toda la jornada con los mofletes hinchados. Cuando le vi así la primera vez, me asusté. Pensé que era una reacción alérgica como la que tuvo mi amiga Miren que no pudo ir a la boda de Laurita porque se le habían hinchado los labios tanto que – ahora que ha pasado mucho tiempo podemos bromear – se parecía a Carmen de Mairena. Y claro, aparecer así en las fotos oficiales de la boda no le parecería adecuado. El caso es que me fui al veterinario y le expliqué alarmada la situación y él, risueño y encantador (en aquella época quizás estaba un poco enamorada de él), me informó de que simplemente el animalillo se guardaba instintivamente alimento en sus cachetes para comérselo luego en un lugar seguro. Mira tú, especie diminuta ya nos saca algunos puntos de ventaja ya que, en vez de usar bolsas de plástico al ir al súper, usa sus propios cachetes. Además es tan listo que no se guarda papel higiénico ni harina, va a lo realmente importante. A ver si aprendemos algo de este pequeño roedor, joder.

¡Larga vida al hamster de cuyo nombre no me acuerdo porque no le quería mucho!

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 30. ES CASI MI CUMPLE

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 30. ES CASI MI CUMPLE

He desayunado pollo con patatas. Es el lujo de que sea domingo y no tenga que cumplir con ningún horario. Si no estuviese encerrada, imagino que estaría escalando por el monte, pero desayunar asado tampoco es mal plan, ¿eh?

Tuve un ex-novio al que le molestaba mucho que siempre viese el lado positivo de todo. No soy psicóloga, pero que imagino que su rabieta era consecuencia de que él era incapaz de dejar su pesimismo a un lado. Aunque nunca se lo dije, ya lo que nos faltaba. Evidentemente, no tardamos en pasar de llamarnos cariño a nombrarnos, mutua y nostálgicamente, como “ex”. Qué palabra más fea, ¿verdad?

Ahora con el tiempo, creo que tenía un mini punto de razón porque, aunque sigo siendo una optimista incansable, he aprendido a no dejarme llevar por las palabras y comprometerme más con los hechos. Algo bueno tenía que traer estar a punto de cumplir los 33. Menuda cifra más fea, pero qué gustazo seguir cumpliendo.

Siempre que se acerca mi cumpleaños pienso mucho sobre hacia dónde me dirijo y creo que es la primera vez en los últimos años en las que estoy bastante orgullosa de mí misma. Sé lo que quiero y lo que no. Lo que necesito ya lo tengo más que cubierto, soy de esta parte de la población que ha nacido en un país en el que nadie se muere de hambre y tiene dónde dormir. Eso es algo que se nos suele olvidar con frecuencia mientras nos quejamos.

Hace unos años cuando estuve en Senegal, conocí a un montón de africanos. Casi todos ellos me pedían matrimonio y no precisamente porque estuviera buenísima – que también. Perdóname pero es que sufro de pibonexia – sino porque era blanca y para ellos eso es sinónimo de abundancia económica. Una tarde, mientras tomábamos el té a 40 grados tuve una conversación esclarecedora con uno de ellos:

  • Te piensas que soy rica, y que si te casas conmigo vas a solucionar tu situación pero si vieses mi cuenta bancaria, te lo pensarías dos veces – le comenté.

  • ¿Tú en España tienes coche?

  • Sí, claro. Lo necesito para moverme.

  • Pues para nosotros, ya eres rica.

¡Booom! Tocada y hundida. A partir de aquel día, cambié totalmente de perspectiva y ahora cada vez que escucho a alguien quejarse de cosas mundanas como que está lloviendo, que el chico que le gusta no le escribe, o que llega justo a fin de mes, pienso para mis adentros: Remy, ellos también tienen coche.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 29. A LA SOBERBIA HAY QUE MIRARLA POR ENCIMA DEL HOMBRO

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 29. A LA SOBERBIA HAY QUE MIRARLA POR ENCIMA DEL HOMBRO

Cuando entro en la casa de alguien suelo curiosear qué libros tiene, qué fotos ha enmarcado, los colores con los que ha decorado su hogar... Todo cuenta algo de una persona. Hasta la manera en la que alguien se mete la mano en el bolsillo. Es el arte del lenguaje mudo, que cuenta mucho más que una conversación mundana.

Seguro que te ha pasado más de una vez que alguien, a quien consideras feliz, dulce y sereno, se pone a conducir un día y le sale el gremlin que lleva dentro. Comienza a gritar a otros conductores barbaridades, maneja el volante irascible y toca la bocina tanto, que más te vale no estar de resaca en ese trayecto. Evidentemente, a esa persona le pasa algo y nada tiene que ver con el tráfico.

Yo era así en mi época joven. Me creía tristemente invencible y conducía bruscamente. Supongo que una parte de mí se sentía frustrada por llegar tarde a todo, y creería que si al menos reducía las distancias en el coche, de alguna manera aliviaría la rabia interna. Mi gran amiga la impaciencia empujándome, ya sabes.

Una mañana, que cogí el coche para ir a un estudio de fotografía donde trabajaba, hice la misma ruta de siempre y en una curva de la carretera, faltaba un trozo de quitamiedos. Me llamó la atención, y al observar mejor, vi que un camión se lo había comido y se había deslizado por un terraplén hasta caer siniestrado en unas huertas que estarían a unos 15 metros de distancia vertical. Las autoridades ya estaban moviéndolo con grúas para sacarlo de ahí. Bufé y me dije a mí misma: “pero, ¿cómo ha podido caerse por ahí si en esta curva es casi imposible estrellarse? Menudo patán”. Sí, así de soberbia era.

Al día siguiente, llené el depósito de gasolina, me compré unos donuts de chocolate para desayunar e hice el mismo recorrido al trabajo. Iba escuchando alguna canción de The Moldy Peaches que siempre me ponían contenta al madrugar, cuando de pronto el coche comenzó a resbalar y perdí el control. Estaba en la misma curva donde el camión se había estrellado. Vi cómo avanzaba suavemente hacia el espacio donde justamente no había quitamiedos y empecé a decir frenética: “¡no, no, no, no, no, no, no, no, no!”. Pisé el freno como pude, y cuando golpeé con el morro el lugar donde comenzaba de nuevo el quitamiedos, respiré y pensé: “¡Uf, por los pelos!”.

Pensaba que me había librado, pero no. Con el impulso del golpe, mi Nissan se puso de culo y comenzó a caer estrepitosamente pendiente abajo por el hueco maldito que el camión había dejado la mañana anterior. Fue como si algún dios gigante le soplase a mi nissan de hojalata para cambiar mi suerte.

No sé cuantos segundos fueron de caída, pero yo sólo pensaba en que no quería morir de una manera tan absurda, al tiempo que levantaba el freno de mano constantemente para ver si frenaba la caída. Llegué hasta abajo y volqué. Me quedé colgando del cinturón. Fue muy extraño observar todo desde esa perspectiva. Mis donuts estaban por ahí ensuciando la luna rota, mi bolso se había abierto y el motor continuaba encendido. ¡Mierda, el motor! Lo apagué rápidamente porque recordaba que en la serie de MacGyver muchos coches explotaban por no apagarlos. Eso de que cuando estás a punto de morir ves tu vida pasar es mentira. Verás a MacGyver, o a Rambo, o a Rocky. Y las generaciones jóvenes que algún día nos gobernarán, pues verán a Pocoyo o, en el caso de que sean muy malotes, a Bob Esponja.

Después busqué mi móvil y llamé al 112 y les dije: “Hola buenas, me acabo de estrellar con mi coche y estoy bocabajo pero me da miedo moverme porque no sé dónde he caído y sólo veo hierbajos gigantes por las ventanas.”

A lo que la recepcionista me dijo: “Pero, ¿puedes mover las piernas?”. Uff, menuda pregunta, ni me lo había planteado. Un segundo pasó hasta que vi mis piernas balancearse bajo mis órdenes. Fue el segundo más eterno de mi vida. Le contesté aliviada: “Joder, ¡qué susto me has dado! Sí que las puedo mover sin problemas.” Me informó de que los bomberos estaban de camino y que esperase tranquila.

Mientras me auto-animaba por lo bien que estaba gestionando el haber dado una vuelta de campana, haber siniestrado mi coche y continuar aún dentro, abrió la puerta del copiloto un chico que estaba tan blanco como mi amiga Poe cuando va a empezar el verano. Me miró estupefacto y yo le dije: “¡Ay qué alegría que me vas a ayudar a salir!”

Él balbuceaba: “es que te he visto en la carretera y de repente has desaparecido y... Madre mía ¡qué susto!”. Yo le contesté intentando ponerle gracia al asunto: “Ya, es que a veces me da por hacer magia mientras conduzco”. Nadie se rió. Evidentemente.

Salí de ahí arrastrándome y cuando respire el aire del exterior me exalté de felicidad. A los que habían parado sus coches al verme caer y estaban esperando lo peor les grité desde abajo: ¡Estoy bien! ¡No me ha pasado nada! ¡¡SOY INMOOOORTAL!! Bueno, esto último no pero, ¿a que hubiera molado bastante?

Llamé de nuevo al 112 y les dije que ya no necesitaba a los bomberos porque había conseguido salir del coche. Pero que me daba mucha pena no poder conocerles y permitir que me cargaran en brazos para luego llevarles algún día al parque de bomberos, un pastel para agradecerles que me salvaran la vida. Vale, ya paro. Es que me he criado en el cine americano, qué esperas.

Aquel día tan agotador e intenso, aprendí que por más que apriete el freno, si la vida no quiere que funcione, no va a funcionar. Fue la primera vez que la magistral lección de que yo no tengo el control sobre absolutamente nada en mi vida, me golpeó duramente.

La segunda vez que recibí el mismo sermón da para otra historia que quizás, algún día me atreva a contarte.

Y la tercera vez que la vida me alecciona sobre ello, es ésta con el coronavirus.

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Remys Door

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 28: CAOS EN LOS BALCONES

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 28: CAOS EN LOS BALCONES

Por fin tengo una mascarilla. Durante estos 28 días de cautiverio he estado paseándome por los supermercados cual suicida. La gente giraba la cabeza cuando pasaba cerca y yo pensaba que era porque tengo buen culo. Nada más lejos de la realidad. Mi ego se ha venido abajo cuando al salir de casa con mascarilla, nadie me ha mirado. Ni siquiera sutilmente.

Ha habido situaciones en las que he llegado a sentirme fuera de lugar. Casi desnuda. Por ejemplo, cuando estábamos en el súper veinte personas haciendo cola para pagar, todos llevaban mascarilla, casco, escudo y rodilleras, excepto yo. Esa tarde les grité enfurecida, mientras les señalaba las rodilleras: “Señores que aquí hemos venido a hacer la compra, no a pedir un aumento al jefe.” Pero todos continuaron inmutables en su procesión hasta la cajera.

Eso sí, para gritar por las ventanas a los demás, parecer ser que hay mucha gente que sí tiene voz, ¿eh? He visto hasta un vídeo de una mujer vociferando barbaridades a un hombre que estaba sentado en un banco. ¿Y qué quieres que te diga? Me parece lamentable. Vecinos denunciando a vecinos, un hombre gritándole a una madre que ha salido a pasear con su hija autista que se vayan a casa... Vergonzoso.

Todo esto me recuerda al libro de “En busca del sentido” de Viktor Frankl. - Si no lo has leído, deja mi diario aparte y ponte a ello, te aseguro que vas a aprender bastante más que por aquí -. En él, Viktor cuenta las vivencias que sufrió en un campo de concentración en la época nazi. Algo que me llamó mucho la atención fue que dentro de los campos, los propios judíos eran los que denunciaban y torturaban a sus compatriotas para así obtener favores de los nazis. Evidentemente, no puedo juzgar absolutamente nada de lo que pasó en aquella época, porque vete tú a saber lo que yo hubiera hecho. Pero sí que me parece curioso que, ese mismo comportamiento, se esté llevando a cabo desde algunos balcones.

No me entiendas mal, me parece aún más lamentable la gente egoísta y payasa que no atiende a razones y hace lo que le da la gana sin civismo ni moral. Pero aún así, no creo que sea nuestro trabajo andar insultando desde el reino de nuestras ventanas. Para eso están los cuerpos de fuerza y seguridad del estado.

Aunque también hay otros a los que les molesta mucho que los militares se paseen por su barrio. En Pamplona, existen habitantes a los que no les apetece mucho que el ejército ayude a evitar que esta pandemia siga matando a familiares y amigos. Así que cuando pasan por sus calles les hacen, si están lo suficientemente aburridos, caceroladas para que se vayan. Algunos defenderán que es por principios, yo creo que es justamente por ausencia de los mismos.

Ya lo dijo Otto von Bismarck: “España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a si misma y todavía no lo ha conseguido". Una bonita manera de describir nuestra ineptitud humana.

En fin, a estas alturas ya sólo te pido un favor: no grites por el balcón, a no ser que seas rico y quieras compartir con todos tu número de cuenta.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

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DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 27: TODO POR UN POCO DE RÍMEL

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 27. TODO POR UN POCO DE RÍMEL

¿No te pasa que estos días te vienen a la cabeza recuerdos extraños y no sabes por qué? Ahora mismo tengo en la memoria uno bien marcado de cuando mi padre me pilló por primera vez dando tumbos después de haberme bebido unos cinco tequilas de golpe. Aquel drama, fue “intensito” por definirlo de manera suave. Imagínate a mi yo adolescente aprendiendo a fumar, a beber y a todas esas cosas en las que comienzas a bucear ingenuamente. Ahora súmale que para mi padre, era su protegida y no había día en el que no le escuchásemos decir en conversaciones cotidianas: “claro, a sus hermanos los tengo repetidos, pero ella es única. Es mi única niña.”

Con esa fórmula, daba igual que mis hermanos se hubiesen emborrachado antes, que hubiesen estrellado su coche al cogerlo sin permiso o que incluso hubiesen pasado la noche en el calabozo. NADA se le acercaba a la tremenda tragedia de ver a su propia hija oliendo a tequila barato y balbuceando.

La historia en realidad fue divertida, ahora que han pasado más de diez años, claro. Salí con mis amigas un sábado y yo jamás me había maquillado. Nunca he sido excesivamente coqueta, pero mis amigas sí. Así que les hizo ilusión echarme rímel, colorete y pintarme los labios. Yo me dejé hacer porque quería ser como ellas y aparentar ser más madura (o inmadura, según la edad desde la que se juzgue). Siempre iba un paso por detrás de ellas en todos estos asuntos que a día de hoy, me parecen tan absurdos.

Por aquel entonces, yo tenía hora de vuelta a casa, y ellas no. O la tenían pero se la saltaban y asunto resuelto. La Remy joven era tan buena que jamás llegó un minuto tarde de la hora establecida en casa. No fui nada rebelde en mi juventud, a decir verdad. Excepto aquella noche.

Con el rímel aleteando en mis pestañas y unos zapatos de tacón que jamás volvería a usar, me sentía guapa y además, me estaba adentrando en un mundo desconocido, ¿qué más se podía pedir a esa edad? A las ocho de la tarde fuimos a un bar, luego a otro y a otro. Eran tascas de la vieja iruña donde nos servían kalimotxo y bailábamos canciones que nada tenían que ver con el reggaeton. Más vale. Ya lo que le faltaba a mi pobre padre, morir de un ataque al corazón al verme haciendo twerking.

No sé quién pidió chupitos de tequila pero yo me bebí unos cinco porque quería ser una más y poder comentar el lunes en el instituto lo malotas que habíamos sido y lo bien que nos lo pasamos abriéndonos camino en el mundo adulto. Me estoy poniendo colorada de la vergüenza ajena que me da recordar aquellos capítulos.

Así que después del tequila, mi memoria se vio dañada y sólo guardo cachitos inconexos de una amiga diciéndome que me comportara, que me iba a acompañar a donde había quedado con mi padre para recogerme en coche. Era la una de la mañana y yo llegué puntual y me dije: “Remy, tú ahora calladita que no te va a notar nada ya verás.” Claro, a mí jamás se me había pasado por la cabeza que mi padre también había sido joven, y que el camino que yo estaba haciendo a tumbos desde la salida de los bares hasta donde él me estaba esperando, él lo había recorrido unas cuantas veces más. Figuradamente hablando, por si no ha quedado claro.

Nada más verme, se bajó del coche, me agarró del brazo y me dijo: “anda ya te ayudo a subir que tú sola no vas a poder”. Esas palabras sonaron tan gélidas que ni en el Polo Norte hablan con tan poco sentimiento los pingüinos. Así que durante el trayecto me dediqué a intentar calentar el ambiente y le empecé a decir con tono contento y embriagado: “Papá que yo te quiero un montón ¿eh? Que eres el mejor, papá. Lo siento mucho, he bebido sin querer...” Mi hermano mayor, que iba sentado de copiloto porque mi padre lo acababa de recoger de un bar en el que trabajaba, no podía contenerse la risa.

Al llegar a casa yo ya fui recuperando algo de consciencia y me di cuenta de que mi borrachera iba a traerme consecuencias nefastas, así que continué abrazándole y diciéndole lo mucho que le quería. Fue un tanto cómico barra patético, pero pretendía que, en el sermón que me esperaba al día siguiente, a mi padre no se le olvidase que continuaba siendo la niña de sus ojos. Vamos, que pedía clemencia.

Él me dijo de nuevo en tono helador: “Ahora cuando abra la puerta de casa tú no hables con mamá. Sólo vete a tu cuarto directa.”

Acaté la orden como si fuera un soldado en plena guerra, pero no sirvió de nada. Mi madre me fusiló nada más entrar. Se echó las manos a la cabeza y dijo: ¡Ay madre que estás borracha y te has maquillado!

Aquello fue el comienzo de mi juventud rebelde y el fin de la misma. Todo en una noche. No hubo clemencia y me castigaron sin trasnochar hasta los veinte años.

Estoy convencida de que todo fue culpa del rímel. Siempre supe que no era buena idea. Si no me hubiesen maquillado, nadie se hubiera dado cuenta de la tajada que llevaba.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 26: CASI GORDORUEDINES

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 26. CASI GORDORUEDINES

Gordo casi se me queda paralítico esta mañana. Mientras paseábamos hemos encontrado una pelota de tenis. Mi animal se ha puesto a menear la cola frenéticamente porque cualquier objeto redondo le vuelve loco. Vete a saber lo que tiene en la cabeza. Inteligencia no, por supuesto.

Nos hemos puesto a jugar como en las películas de antena 3 de los domingos por la tarde: Dueña tira la pelota lejos y le grita a su mascota: “corre, tú puedes amigo” con música emotiva de fondo. Pero al segundo lance, la banda sonora ha pasado a ser melodramática y en consecuencia, mi perro subnormal se ha comido con sus piernas traseras la valla que siempre suele saltar ágilmente. Quizás te parece feo que insulte a mi perro pero vas a entenderme después de que te cuente que, en vez de quedarse quieto adoleciendo, ha continuado recorriendo el tramo que le faltaba para alcanzar la pelota, arrastrando sus piernas traseras.

En un segundo he visto pasar ante mis ojos, como en una película de Almodóvar, todo el drama de tener que fabricarle a mi perrijo, en plena cuarentena, una silla de ruedas para sus patas traseras.

He ido a socorrerle y al segundo, ha vuelto a corretear como si no supiera lo que significa el dolor. Va a ser que a uno de los dos sí que le marcó los sermones que mi padre solía darnos en tiempos jóvenes, que empezaban con un “los hombres no sienten dolor, ni frío”. Eso sí, en pleno invierno no le veías sin su abrigo de lana bien tapadito ¿eh?

Este incidente me ha llevado a preocuparme por el estado mental de mi mascota. Mi amiga Patri, que tiene un perro que parece que se ha escapado de un comic porque le dice “¡PUM!” y se tira al suelo como si lo hubiesen matado, me ha contado estrategias para que aprenda a hacer cosas y quizás así, deje de ser tan salvaje y torpe. Te mantendré informada si hay avances.

Luego, por la tarde, le he contado a una amiga que en Tinder puedes poner la localización que tú quieras porque el amor, en tiempos de cuarentena, no conoce de fronteras. Así que se ha dedicado, durante unas horas, a viajar a Australia, Nueva Zelanda, Noruega, Hawai y algún otro país donde hayan vestigios de genes vikingos.

¿Os he dicho que ha sido una amiga la que lo ha buscado? Mentira. He sido yo. No lo hagáis. Ya no me quedan esperanzas en la humanidad. Tan sólo vestigios.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

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DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 25: DRAGON KHAN, ALLÁ VOY

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 25. DRAGÓN KHAN, ALLÁ VOY

Hoy tengo el día de que no. Lo sé porque el universo me ha mandado dos señales bien claras. La primera: estoy ovulando y cuando eso ocurre, subo al dragon khan emocional y me tiro desde el pico más alto. La segunda: se me ha roto el botón del pantalón y voy por la casa paseándome como si tuviese la barriga de Homer Simpson y me hubiera bebido todas las cervezas que quedan en el súper de la esquina. Pero tengo excusa: estos pantalones son de mi amiga Miren que le flipa la moda y tiene un armario tan grande como mi casa. Sé que no he engordado ni un gramo porque estoy haciendo deporte para terminar la cuarentena pareciéndome a alguna modelo resultona sin tetas pero con buen culo.

Miren tiene la solidaridad de regalarme, unas dos veces al año, un montón de modelitos que no ha usado nunca o que se ha aburrido de ponérselos. Siempre que la visito en Pamplona me voy feliz de su casa con un par de bolsones cargados de conjuntos para lucir en todas las estaciones. A su lado, la primavera del Corte Inglés está sobrevalorada.

El único fallo es que ella tiene cintura de avispa y la mía es más de vikinga, así que a veces conforme estoy comprobando cómo me quedan los vaqueros, contengo la respiración y le digo con un hilillo de voz: “me quedan perfectos”. Porque a mí todo lo que me regalen me viene bien aunque, en este caso, no me venga.

Pero tú y yo sabemos que la naturaleza es sabia y que se abre camino por doquier. Así que mis caderas han dicho: Remy no te engañes más, que aquí dentro vamos a explotar y... ¡Boom! El botón ha salido volando.

Culpo a la sociedad por hacerme ser una víctima del sistema diciéndome que si me esforzaba podía ser lo que yo quisiera. Mentira, mentira, mentira. He querido ser delfín muchas veces para comprobar si son realmente asesinos y no he podido, he querido ser una surfer molona de esas que les crece el pelo con mechas rubias naturales y que ni si quiera se les moja mientras pillan olas y tampoco he podido, he querido ser famosa y convertirme en la mejor amiga de Broncano y no ha surtido efecto.. Sigo siendo un ser humano mediocre sin aletas. Además llevo tantos años intentando surfear que ya veo hasta un logro importante, haber pasado del nivel lavadora evitando así que las olas me centrifuguen. Y a Broncano le mandé una pulsera con las insignias BFF pero nunca la lleva puesta.

Un desastre todo. Y para colmo, no sé coser el botón al pantalón. Así que, en vez de darme a la bebida, me he instalado un videojuego muy molón de un esqueleto que se llama Grim Fandango. Si lo conoces, avísame que nadie en mi mundo real ha escuchado hablar de él y me haría mucha ilusión compartir gustos patéticos con alguien más.

Eso ha mejorado mi tarde bastante, y para sumar, un amigo me ha mandado la noticia de una turista en Islandia que colaboró en la búsqueda por su propia desaparición en la isla y me muero de la risa. La mujer tardó un día en darse cuenta de que la supuesta desaparecida era ella misma.

Me la imagino a la vuelta del viaje tomando cerves con sus colegas y comentándoles: “el viaje a Islandia me sirvió para encontrarme a mí misma.” ¡Booom! Magia.

Broncano, devuélveme la pulsera, ahora le pertenece a mi nueva mejor amiga: la turista filósofa-fumada.

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Remys Door

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 24. LOS RECUERDOS NO PESAN

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 24. LOS RECUERDOS NO PESAN

Hace unos años hice el Camino de Santiago. No fue algo que hubiese planificado durante mucho tiempo, la verdad. De hecho, nunca me ha apasionado andar, para qué engañarnos. Las botas me las compré un día antes. Todo fue culpa de una película de la que ni siquiera recuerdo el título. Era julio y estaba recuperándome de la resaca post sanferminera y me esperaba todo un mes de agosto ocioso y libre de cargas laborales. Mis amigas habían planeado escaparse ese mes a Ibiza de party loca y yo aún estaba indecisa. La idea de compartir fiesta con tíos que se depilan las cejas mejor que yo y que lucen escotes casi hasta el ombligo, no me atraía en absoluto.

Con la cabeza indecisa y un calor tan pesado que no me dejaba dormir ligera, elegí una película de una chica con una mochila, para entretener al insomnio un rato. La protagonista recorría un montón de lugares molones de EE.UU a pie y me dio envidia. Dos horas más tarde ya estaba buceando en google buscando posibles rutas hasta Santiago.

Elegí el Camino del Norte porque recorría toda la costa cantábrica y saber que, aún en los malos momentos, iba a tener el mar a un lado y el monte en otro, me convenció. A eso le sumé que ese camino no era tan transitado como el francés, y me dio cierta paz saber que no iba a juntarme con una romería hasta llegar a Santiago. Nunca he entendido ese afán de reunirse en grupos enormes para ir a la naturaleza. ¡Si más de cinco personas juntas estropeamos cualquier paisaje!

Cinco días más tarde estaba estrenando mis botas en la primera etapa. Fue mi primer viaje sola y siempre que recuerdo aquella aventura, se me remueven por dentro hormiguitas cargadas de nostalgia y orgullo. Desde el primer día fui publicando un diario en mis redes sociales. Lo empecé sin darle muchas vueltas, simplemente quería dejar constancia de dónde estaba, porque mi madre se enteró de que iba a recorrerlo sola y verme en fotos sonriendo, la hacía feliz y le daba cierta calma.

Al tercer día tenía que cruzar Zarautz y al llegar a esa playa de olas movidas y tiranas, tenía la espalda destrozada. Los “por si acasos” de la mochila pesaban en exceso y decidí que tenía que ir a correos a mandar a casa varias cosas que no iba a necesitar. Allí, mientras revolvía mi mochila priorizando entre qué era esencial y qué no, aprendí una valiosa lección: las bragas se secan muy rápido y no necesitas tener tantas. Bueno, eso fue más bien un aprendizaje práctico. La lección que sigo aplicando hoy en día es que cuanto más ligero se vive más feliz se es.

Estuve a punto de dejar también mi cámara de fotos que por aquel entonces era muy básica porque aún no me dedicaba a la fotografía. Pero no sé por qué, cuando se la entregué al mensajero me miró y me dijo: “¿seguro que quieres mandarla a casa?” A lo que le contesté dubitativa: “es que pesa bastante.”

Él me observó en silencio como si alguien le estuviese chivando qué decirme y me contestó: “Pero los recuerdos no.”

Asentí, me la devolvió y ahora tengo fotos de todos los rincones que distanciaban San Sebastián de Santiago de Compostela. Son una mierda de fotos porque apenas sabía enfocar, pero vaya recuerdos guardan.

Espera, que me he puesto intensita y no quería irme por estos derroteros. Lo que venía a contarte es que en medio de aquel camino estuve a punto de coger un tren y volverme a casa dos veces. Una fue porque me habían picado chinches por todo el cuerpo, una rata se había comido un trozo de queso que guardé bajo la cama de un albergue y me pasé toda la noche vomitando. Ningún hecho era consecuencia de otro pero todo ocurrió en cuestión de 24 horas. La otra ocasión en la que estuve frente a la estación de autobuses de Llanes mirando ticket para volver a Pamplona fue porque me hice amiga de un grupo de chicos a los que amaba con toda mi alma -en el camino como en gran hermano, las emociones se intensifican- y todos volvieron a sus casas semanas antes de que yo lo hiciera. Me sentí sola y no le encontré sentido a continuar con una hazaña que ya no me divertía. Pero de repente pensé: “Remy, es sólo un día malo. Mañana será bueno y pasado también.” Además, tenía que llegar porque en Pamplona estaban apostando a favor de que no lo iba a conseguir y a mí no hay nada que me guste más en el mundo que quitarle la razón a quien se cree con derecho de ondearla como verdad absoluta.

Llegué a Santiago en volandas porque hice nuevos amigos que me auparon a la entrada de la catedral. Fue mágico. Había recorrido 753 km en un mes. Estaba tan orgullosa que me acerqué a un desconocido y le enseñé el mapa de España y le dije: Mira, todo esto lo he recorrido caminando. El hombre me miró con cara de: ¿y a mí qué coño me estás contando? Y yo me fui danzando ágil a buscar bares para brindar.

Nunca entré a besar al Santo, había demasiada cola y ya sabéis, allá donde hay más de cinco personas juntas se estropea el paisaje.

La moraleja para hoy es que, hay días malos, pero luego se multiplican los buenos y de repente estás en en el monte, o abrazando a tu persona favorita, o bailoteando feliz en cualquier lugar y ya no hay cuarentena. Así que aguanta un poco más, que ya casi entras en volandas a la Catedral de Santiago.

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Remys Door

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Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 23: CUIDADO, LO QUE DESEAS SE CUMPLE

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 23: CUIDADO, LO QUE DESEAS SE CUMPLE

Me he pensado mucho lo de escribir sobre este tema o no. Soy un tanto cagada y si menciono la palabra droga en un whatsapp, las manos comienzan a sudarme mucho y me imagino a un comando SWAT echando la puerta de mi casa abajo y tirándome al suelo por posesión de estupefacientes. Pero bueno, todo sea por el entretenimiento en cuarentena.

Resulta que ayer me entraron ganas de fumar tabaco y en vez de hacerme un pitillo de liar, cogí uno que estaba empezado de un botecito que tengo en la terraza. Sí, así de cutre soy. Yo apenas fumo y de vez en cuando le doy un par de caladas para sentirme guay como cuando tenía quince años. Así que cogí uno al azar, y mientras aspiraba el humo, espiaba a mis vecinos en sus quehaceres habituales. A la segunda calada pensé: joder, qué rico está este pitillo. A la cuarta, se me dibujó una sonrisa en la cara y el cerebro comenzó a flotar suavemente entre las nubes que navegaban sobre la calle.

Fue ahí cuando me dije: “Joder Remy, vas fumada”. Miré al pitillo que no era pitillo y me dio un ataque de risa. Luego devoré la mitad del brownie que había hecho y me zampé compulsivamente una bolsa de patatas con limón mientras mi amiga Poe que estaba medio pedo en su casa, se moría de la risa al verme fumada. Benditas videollamadas, de verdad.

Después de llenar mi tripa de una cantidad ingente de azúcar, todo me supuso un esfuerzo enorme, y no pude hacer otra cosa que quedarme tirada en el sofá viendo Vikings y preguntándome cosas extrañas sobre la vida.

A estas alturas creo que no hace falta que os diga que yo no fumo porros (pero lo aclaro no vaya a ser que la Poli me esté leyendo) y de ahí que, con cuatro caladas, llevara un colocón que me olvidé hasta de que tenía perro. He de reconocer que tengo una extraña admiración hacia esas personas que van fumadas todo el día. ¿Cómo hacen para parecer normales? Si yo me fumase un porro nada más levantarme, no sé qué sería de mí. Me perdería en mi propio barrio y terminaría pasando el día con las abuelitas que frecuentan la panadería de la esquina. Les escucharía durante horas -que para mí pasarían como minutos- hablar sobre las mejores recetas para hacer cocido, sobre sus nietos, sobre su última visita al médico... Y asentiría mientras intentaría tragarme todos los bollos, palmeras y galletas que suele tener a la venta Paqui la panadera.

Lo más curioso de todo esto es que hace unos días le comentaba a una amiga que me encantaría fumarme un porro para fliparme como los escritores que tienen que colocarse para escribir. Más que por la sensación, quería aparentar ser más profunda gracias a las drogas. Como si para ser una auténtica artista tuviese que pasar por el aro del humo del cannabis.

Y mira tú por dónde, ayer me ocurrió. Tenía razón Paulo Coehlo con su frase: Cuando deseas algo de corazón, el universo conspira para que lo consigas. Eso sí, ni escribí nada coherente ni pinté una obra maestra. A lo mucho engordé un par de kilos y perdí un par de neuronas.

¿Tu fin de semana bien?

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Remys Door

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 22: Y A TI, ¿QUÉ TE APETECE?

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 22: Y A TI, ¿QUÉ TE APETECE?

Me acaban de decir que se alarga el confinamiento hasta el 26 de abril. Gordo se ha puesto un tanto nervioso mientras movía sus ojos como si fuesen un par de péndulos: primero observaba a la cámara de fotos y luego a mí. Tras un rato conteniendo su profunda desesperación, se ha ido al balcón a tomar el sol o a pensar cómo atravesar los barrotes para sentirse libre de nuevo y no tener que posturear para las fotos nunca más.

Una ambulancia está cruzando veloz por mi barrio. Nunca me ha gustado su sonido.Todos nos sabemos el refrán de que no hay que matar al mensajero pero joder, cuando va anunciando cosas feas pues al final un poco de tirria se le coge ¿eh?

Se me hace tan extraño asomarme un sábado a mi calle y no ver ni un alma. Me encantaría poder escaparme por las noches a hacer fotos de las grandes avenidas desiertas con tan sólo la luz de las farolas y los semáforos. Igual podría si me disfrazara de perro como aquel hombre, que iba por la calle tan campante con una peluca y a cuatro patas. O como el ex legionario que le quitó el polvo a su antiguo uniforme y se puso a hacer controles en plena ciudad. Ya ves, el estado de alarma saca lo mejor de algunos y el ingenio de otros.

La envidia también sale a relucir. Os lo digo yo, que mi padre me ha llamado tan sólo para decirme que iban a hacer barbacoa y que debería estar allí con ellos. Yo en cambio, he cocinado un brownie que me ha salido más negro que la situación económica en España cuando termine esta guerra vírica. Maldito horno. Recuérdame que cuando pase esto, le diga a la casera que se esmere un poco más con la compra de electrodomésticos.

La buena noticia del día es que he empezado a ver la última temporada de Vikingos y ¡ou mamma!, me quiero casar con Björn. Él también conmigo, pero aún no lo sabe. Cuando acabe todo esto, saldré a navegar de casualidad por el mar báltico y nos cruzaremos, le guiñaré un ojo y comeremos perdices hasta que se terminen y tengamos que aprender a hacer brownies. Sí, ya sé que suena demasiado ilusorio. Mejor borro lo de los brownies, nunca voy a ser capaz de cocinarlos decentemente.

A este sábado no sé si le faltan cervezas frías o más café en vena. No te pasa que, con tanto tiempo en soledad, ¿hablas mucho contigo mismo? Yo me paso los días preguntándome: Remy, ¿y ahora qué te apetece hacer?

Imagino que si existe un paraíso, al menos tendrá eso en común con la cuarentena ¿no?

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 21: SACÚDETE LAS MALAS ENERGÍAS

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 21: SACÚDETE LAS MALAS ENERGÍAS

Al lado de mi casa, donde paseo al Gordo, hay un hombre que vive en la calle. Tiene un colchón en la acera y una bolsa de plástico grande, como las que yo uso cuando hago mudanzas. Sólo que él no está trasladando sus cosas a ningún lugar. Tan sólo está viviendo en esa calle peatonal desde vete tú a saber cuándo. Anoche mientras llovía, pensé en él. ¿Se habrá resguardado de la lluvia?, ¿tendrá familia?, ¿comerá todos los días?, ¿será un drogadicto que cambió su cómoda residencia por un par de bártulos y unos gramos de heroína?, ¿o la vida le castigó sin excusa ni sentido?

A veces insulta al aire y tira cosas a la basura. Está enfadado con el mundo y no me extraña. En ocasiones, yo también lo estoy. Rozará los 45 años y siempre que paso junto a él, me pregunto por su historia mientras una punzada de culpabilidad me pellizca el alma.

Yo tanto, él tan poco. Pero ni con esas hago nada. Es más fácil echar balones fuera, excusarme con que hay casas de acogida donde podría estar atendido, que meter gol en mi propia portería y dedicar mi tiempo a buscarle ayuda.

Para cuando llego a casa ya se me he olvidado del asunto. Como si al desinfectarme las manos al entrar al baño, toda la solidaridad se me hubiese limpiado también. Pero justo antes de subir al piso, un hombre que venía caminando frente a mí, se ha acercado a Gordo, le ha tendido la mano para que lo oliese y éste le ha gruñido. Yo le he agarrado de la correa y lo he arrastrado para alejarnos al tiempo que me he disculpado sorprendida de que Gordo hubiese tenido esa reacción. Nunca antes la ha tenido con nadie. Mi Gordo ama a las personas, y les salta encima siempre que puede para lamerlas y quererlas apasionadamente. En serio, es el animal más empalagoso que he conocido en mi vida.

Aún así el hombre ha vuelto a acercarse y le ha llamado. Gordo le ha respondido con un ladrido seco y tajante, no como los que emite cuando quiere jugar con otros perros. Él me ha mirado y yo he fruncido el ceño, examinando algo que parecía que Gordo veía pero yo no era capaz. Me ha inundado una sensación de que algo en la situación no estaba bien y he mirado nerviosa hacia los lados, buscando algún motivo que me explicara por qué me sentía amenazada. Me he alejado cuidadosamente mientras él me comentaba que además es adiestrador de perros y que no entendía la reacción de mi perro. Es la segunda persona en una semana que me dice, sin venir a cuento, que se dedica a esa profesión, y la segunda que tampoco me creo. Me he marchado, he entrado al portal y en el ascensor, me he sacudido las malas energías.

¿Seré yo o es que hay personas que son como malos presagios? Desde que empecé a viajar sola, sobre todo en furgoneta, aprendí a escuchar muy bien lo que los espacios o las personas me transmitían. Ha habido lugares maravillosos de los que he huido porque mi instinto me susurraba: “aquí no estás segura.” Y nunca he podido tener argumentos válidos para corroborar tales ideas, pero tampoco los he necesitado. Hay cosas que se sienten y no necesitas más para saber que son verdad. Que es mejor irse. O en este caso, quedarse en casa.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 20: EL SEMÁFORO ESTÁ EN AMBAR

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 20: EL SEMÁFORO ESTÁ EN AMBAR

¡Hola!

En otras circunstancias nos saludaríamos con un par de besos, yo sonreiría y mientras, te examinaría disimuladamente. En unos diez segundos ya me habría hecho un esquema mental de cómo eres. Un minuto más tarde ya tendríamos un montón de prejuicios sentando los cimientos de nuestra relación. Porque así de tontos somos los humanos, preferimos hacer un escáner de la personalidad de quien tenemos en frente que pararnos a conocerle en profundidad. El vivir atropellados es lo que tiene, que nunca nos paramos en los semáforos adecuados.

Pero esta vez, todo ha cambiado. Ya no hay tráfico y las luces están en ámbar. Tú estás entre tus cuatro paredes de un hospital y yo estoy entre las cuatro de mi casa. Ambos tenemos miedo: yo porque deseoo que toda persona a quien quiero se mantenga a salvo y no sufra; y tú, porque no estás a salvo y temes que aquellos a quienes amas, tampoco lo estén. Fíjate, la capa de apariencia con la que nos vestimos para salir a la calle y distinguirnos de los demás, se ha caído y ahora, cuando más desnudos estamos, nos damos cuenta de que nos preocupa y también nos mueve hacia delante la única cosa que, en toda esta situación tan surrealista, tiene sentido: el amor.

Con esta carta no vengo a decirte que te vas a curar, porque sinceramente, no lo sé. No soy médica, ni enfermera, ni estoy trabajando para encontrar la vacuna que permita que este maldito bicho deje de matar. Tampoco tengo la autoridad de un policía o de un militar para ayudar a poner orden en todo este caos. No soy camionera. Ni repongo papel higiénico en un supermercado. No pertenezco al sector de actividades esenciales que se está partiendo la espalda y el corazón para mantenernos vivos al resto.

Pero sí que te traigo un mensaje muy importante que debes escuchar y repetirte tantas veces como necesites a lo largo de estas arduas jornadas. Vengo a decirte que eres querido. Que hay un puñado de personas ahí fuera mandándote toda su energía, ya sea escribiéndote cartas, rezando, haciendo mascarillas, dibujando para ti, creando nuevos respiradores, componiendo una canción o frotando una lamparilla mágica para pedir tres deseos:

  • Recupérate.

  • Recupérate.

  • Recupérate.

Queremos que vuelvas a abrazar, a mirar a los ojos, a dejar de vivir rápido para amar lenta y concienzudamente, a salir a pasear y a admirar la brisa que cosquillea tu cuerpo. A sentir cómo el sol besa todos tus lunares. A saborear un buen vino mientras escuchas cómo tu persona favorita juega a arreglar el mundo mientras se le sonrojan las mejillas. A bailar. A reír. A bañarte en el mar o a subir un monte que llevas demasiado tiempo mirando desde abajo. A decir te quiero tantas veces como necesites para entender que cuanto más amamos más se ensancha el corazón.

Todos merecemos tener una segunda fábrica de recuerdos para cuando la primera se estropea. Aquí acabo de construir la tuya, así que empieza a trabajar para llenarla de memorias.

Te espero al otro lado, entre estas cuatro paredes, con un abrazo impaciente por rodearte y una sonrisa de las que no esconden prejuicios.

PD: Esta carta la he escrito para la iniciativa de las cartas de acompañamiento para personas ingresadas en el hospital por COVID19. Yo la he mandado a animocovidnavarra@gmail.com. ¡Escribe la tuya y alégrales el día!

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 19: NUNCA FUIMOS SUPERHÉROES

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 19: NUNCA FUIMOS SUPERHÉROES

Hace un tiempo estuve deambulando por México tres meses. Una de las cosas que más me llamó la atención fue que, además de lo ricas que estaban las tortas con ceviche, nos creemos que somos inmortales. Los europeos al menos. Durante mi estancia, me fue inevitable comparar cómo allí vivían al día tan intensamente y cómo aquí lo hacemos con vista a cinco, a diez años e incluso programando a través de planes de pensiones, cómo va a ser nuestra vejez.

Hasta mi madre me aconsejó hace poco que debería hacerme un seguro de defunción porque -palabras suyas- si te mueres, el funeral vale bastante dinero ¿eh? ¡NI QUE QUISIERA MORIRME BAÑADA EN ORO!

Esto no es una crítica a nuestro sistema, porque por supuesto que valoro todo lo que me ha dado y soy consciente de que siempre deberíamos tener una rueda de repuesto para evitar quedarnos tirados a medio camino. Pero la línea que distingue la frontera entre tener sentido común y creernos que por poseer una casa, un trabajo fijo o un plan de pensiones desde los doce años, vamos a vivir eternamente, es muy fina. Casi imperceptible.

Nos lanzamos a opositar porque eso nos garantiza que vamos a tener trabajo hasta el fin de nuestros días, no porque nos apasione lo que hacemos. Preferimos la ilusión de seguridad a sentirnos vivos de verdad. Creemos que cuanto más cómoda sea nuestra existencia menos vamos a sufrir. ¿Cómo nos hemos creído semejante falacia? Para crecer y apreciar esta existencia tan fugaz, debemos sentir dolor. Es el acuerdo que firmamos con nuestro primer llanto al llegar al mundo.

Nos da tanto miedo la muerte que la evitamos a toda costa, como cuando el profe de matemáticas preguntaba en clase: “¿quién quiere salir a la pizarra a resolver el problema?” Y bajabas la cabeza casi hasta desnucarte con tal de pasar tan desapercibido que no te eligiese a ti.

Ahora, todo ha cambiado. Nos morimos y no hay culpables a los que señalar. Nos morimos por la simple y llana razón de que no somos inmortales. Para crecer como sociedad y como individuos, debemos aceptarlo y mirar al futuro con ganas de comérnoslo mientras tenemos los pies bien pegados al presente. Porque lo único que nos pertenece, es este instante en el que yo te escribo, y tú me lees.

Creo que estos días se estudiarán en los libros de historia como un antes y un después de nuestras sociedades. El mundo entero está cambiando justamente por lo que más tememos: porque estamos sufriendo. Y eso, por más que duela y nos corte la respiración, nos obliga a movernos. A avanzar juntos hacia un nuevo paradigma menos cómodo pero más real.

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Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!