DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 48. NADIE TIENE LA CULPA

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 48. NADIE TIENE LA CULPA

En Murcia por fin nos han abierto el paseo que va al lado del río y estos días me estoy levantando a las seis y media de la mañana para ir con Gordo allí y pasearle sin correa. Os parecerá una locura, pero igual es mi momento favorito del día. Me voy parando en todas las flores que encuentro. Algunas no huelen a absolutamente nada, pero a mí me parece que todas echan unos aromas increíbles.

Es como si, debido al confinamiento, cuando salgo a la calle todo se convirtiese en una experiencia sensorial brutal. Imagino que así se sienten las personas que han comido setas alguna vez. Digo que lo imagino porque yo jamás en la vida he probado ningún tipo de hongos alucinógenos (vale, ¿mamá?).

Supongo que de eso es de lo que hablan muchos libros de auto ayuda ¿no? De estar presentes en el momento y saber apreciar hasta la brisa acariciándote el rostro. BLABLABLA. Todo eso se termina cuando salgo a la tarde a pasear a Gordo por el mismo lugar. Hay demasiada gente en todos los sitios y eso es algo que si antes ya me molestaba, ahora que soy una ermitaña orgullosa no os podéis hacer una idea.

Mi madre siempre me dice que en otra vida debió de ser esclava porque en esta le encanta servir a los demás. En serio, si te invita a comer y te puede preparar su mejor guiso y ver cómo te lo comes todo y repites, la harás la mujer más dichosa del planeta tierra. Yo en cambio, en otra vida debí ser mercenaria, porque el placer que me da imaginar que voy matando a las personas que no me caen bien es inmenso.

Así que, si algún día cometo un homicidio involuntario, en el juicio me defenderé diciéndole al juez: “Su Señoría usted debe entender que en otra vida fui Hitler y que en esta, pues quedan leves resquicios de su maldad. Culpe a ese tirano de bigote mal puesto. No a mí.”

Visto cómo rige la gente en esta sociedad, me parece que quizás hasta me absolverían con un argumento tan válido. Porque soy yo o tú también tienes la sensación de que los ciudadanos nos estamos comportando como críos pequeños, eludiendo ser responsables en una situación en la que nadie sabe cómo proceder correctamente. Vamos a ver, es evidente que lo de las fases es un lío y que nadie tiene claro los límites de qué se puede y qué no se puede hacer. Pero imagino que si a partir de los 18 años se nos permite beber, fumar y follar con libertad, también tendremos que asumir las responsabilidades de ser adultos y tomar decisiones en consecuencia ¿no?

A ver si ahora, te vas a contagiar del amigo Covi y le vas a ir al Presidente a pedir explicaciones de cómo coño ha pasado eso cuando has hecho lo que en las fases ponía que se permitía.

Que conste que no estoy defendiendo a ningún partido político ni nada por el estilo. Sólo digo que quizás, estaría bien que el concepto de “sentido común” lo fuésemos utilizando en común un poco todos. Más que nada, para que no nos vuelvan a encerrar otros cincuenta días. Porque si eso pasa, en cien años nacerá alguien que cometerá muchos crímenes y cuando tenga que defenderse le dirá al señor Juez: “Su Señoría usted debe entender que en otra vida fui Remy y que en esta, pues quedan leves resquicios de su maldad. Culpe a esa psicópata y a su maldito perro que se llamaba Gordo aunque estaba flaco. No a mí.”

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 47. ¿CUÁNDO ES LA DESPEDIDA?

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DÍA 47. ¿CUÁNDO ES LA DESPEDIDA?

Tú y yo sabemos que las despedidas de soltera son un peligro. Pero no por el rollo del gigoló, que por cierto, a mí nunca me ha hecho mucha gracia que un desconocido con las cejas mejor depiladas que yo, se ponga a restregarme sus músculos y a mover la cintura, como si su vida dependiese de que un hulla hoop invisible, no se le cayese al suelo.

Más bien es peligroso porque te juntas con amigas que, en muchos casos ya tienen hijos y sus tiempos de “jóvenes, rebeldes y salvajes” pertenecieron a otra época. Entonces ese fin de semana volvéis todas a comportaros como auténticos gremlins a los que les han concedido la libertad condicional por un par de días.

Aquel viernes, cuando secuestramos a Lara y la disfrazamos de atún (no recuerdo por qué pero seguro que fue una buena idea), cambiamos de provincia y aparecimos en San Sebastián. Tierra que fue testigo de mi nacimiento y también, como veréis a continuación, de una de las mayores borracheras de mi vida. Nos hospedamos en un camping que había en lo alto de Igueldo. Las vistas estaban guays porque veías toda la costa pero soplaba un viento helado que te paraba el corazón. Así que decidimos que era momento de calentarse a base de ginebra, cerveza, ron, vino... Todo con algún tipo de grado, era bienvenido al paladar.

Después de cantar, reír, llorar, rememorar y abrazarnos intensamente, nos fuimos a lo viejo. Allí ya no sé qué pasó. Recuerdo mucho Jaggermaister, varios bailes tan divertidos como patéticos, algún que otro intento de ligue con el típico vasco surfero y de repente, encendieron las luces del local y los gremlins tuvimos que volver a la cima de Igueldo para evitar que la luz del sol nos matase. Nos llevó un rato organizarnos para subir en tres taxis. Imagínate a diez mujeres discutiendo sobre por qué habíamos decidido irnos a dormir al monte como si nos creyésemos Heidi, en vez de pillar un hostal de mala muerte en pleno centro.

Al poco rato, ya iba con la ventana abierta y asomando la cabeza como Gordo cuando se cree que está en una película americana y suenan the Lumineers de fondo. Sólo que en mi caso, estaba evitando a toda costa vomitar y de banda sonora el taxista nos deleitaba con Radio María. No me he sentido tan impura en toda mi vida.

El caso es que cuando el taxista estaba a punto de parar en la entrada del camping, vi la típica barrera que hay puesta para que no pasen los coches. Nunca entendí por qué (Dios sabe la de veces que me lo he preguntado) pero al verla, tuve una regresión a aquellos tiempos de cría cuando jugaba a dar volteretas en las barandillas del colegio. Acto seguido, el taxi paró, yo me bajé y fui corriendo veloz hacia la barandilla mientras gritaba: ¡¡VOY A HACER UNA VOLTERETAAAAAA!!

Me lancé. Di un salto enorme, como si estuviera compitiendo en las Olimpiadas, y me agarré a la barandilla para dar una voltereta espectacular.

Pero lo único espectacular de aquello fue cómo mi cabeza se estrelló contra el suelo. Porque la barandilla no era fija. En mi cabeza jamás existió esa posibilidad. Hasta que se hizo realidad, claro.

Me quedé clavada en el cemento como si estuviese en un capítulo de Tom&Jerry y fuese el pobre gato que siempre estaba a punto de morir por culpa de Jerry. Sólo que Jerry sería el Jaggermaister. Además llevaba una falda de tutú rosa como complemento de la despedida, que con mi caída estaba del revés. Vamos, que si me dejan ahí tirada no me recoge ni el camión de la basura.

Seguro que te estás riendo pero en aquel momento, sólo se escuchaba a mis amigas murmurar: “Madre mía, que se ha matado”. Fue entonces cuando varias se atrevieron a acercarse y me ayudaron a despegar mi cara del suelo mientras gemía: “Ayyyy, qué dañooo, yo creo que no me desmayo del dolor porque el alcohol está haciéndome anestesia...”.

Aquel final de noche, en el bungalow metidas, tengo grabada la imagen de cómo me miraban todas mis amigas. Como si de repente tuviese algo en la cara mucho peor que un moco. Entonces me acercaron un espejo y ahí lo vi: había nacido Bob. Un chichón que no paraba de crecer, rebasaba ya el tamaño del monte Igueldo, ubicado encima de mi ojo. Suspiré y farfullé: “joder, al menos podría haberme roto la nariz y así me la tendría que operar y se me quedaría mejor que el pepino que tengo en medio de mi cara”. Nos reímos hasta que amaneció.

Cuando recordamos la despedida de Lara, seguimos riéndonos tanto que creo que mis cuadraditos de la tripa están patrocinados por Bob. Venga vale, no tengo cuadraditos, pero si algún día salen, todos los créditos van para mi chichón.

Hoy me he acordado de esto porque parece ser que pronto vamos a poder abandonar nuestras celdas y me da miedo de que haya más gremlins como yo sueltos, y nos dé por hacer volteretas de la emoción.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 46. LA CRISIS DE LOS 40

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 46. LA CRISIS DE LOS 40

Cuando mi padre cumplió los 60 quiso comprarse una Harley. Mi madre se negó nada más escuchar la idea. Pensó que le estaba entrando la crisis de los 40 con un poco de retraso, así que le regaló una chupa de cuero. Curiosamente, consiguió su objetivo de quitarle esa idea de la cabeza y ahora él va a todos lados con su chaqueta de Danny Zuko tan contento por el mundo.

Mi hermano Juanma también sufrió algún tipo de crisis temprana, porque hacia los 35 se obsesionó con volverse motero. Se compró hasta una moto de esas grandes que hacen mucho ruido. Lo único que le faltaba para estrenarla era sacarse el carnet. Se presentó siete veces al práctico. Y siete fueron las oportunidades que desperdició. Más vale, porque creo que se hubiese estrellado en la primera curva. Y justamente él, por nacer humano, no contaba con siete vidas.

Las crisis son traicioneras, ¿verdad? Es similar a estar en el ojo de un huracán. Te sientes estable, con las ideas claras pero todo lo de tu alrededor está volando por los aires y a pesar de que no eres consciente, tú eres el único causante. La de malas decisiones que llegamos a tomar pensando que tenemos las cosas claras. Y luego, cuando ha terminado el huracán, ves que has destrozado hasta los cimientos de tu casa y te quedas boquiabierto sin comprender cómo has llegado hasta allí.

A mí eso me ha pasado un par de veces en mis treinta años y me sentí como si me despertase en una escena apocalíptica de Mad Max. Después decimos que los animales son imprevisibles y que el ser humano es el único que goza de consciencia, pero yo ya no estoy tan segura.

A veces me pasa que cuando la gente se pone a debatir sobre si Dios existe, si Alá es el más poderoso, si el Budismo es la única religión o si deberíamos volver a ser Vikingos para tener múltiples Dioses... Me quedo callada pensando en si tiene algún sentido discutir sobre algo de lo que nadie tiene ni puñetera idea.

No es que no me apasionen las conversaciones trascendentales, al contrario. Si me pones frente al mar con una cerveza y un poco de cháchara seré la mujer más feliz del océano. Pero ya no disfruto imponiendo mi opinión porque creo que carezco de argumentos que la validen. Además si alguien gasta su tiempo escuchándome, lo único que se va a llenar va a ser mi ego. Y en estos tiempos, más nos valdría vaciar ese tarro un poco.

En fin, que todo esto venía a que ya llevamos 46 días encerrados y ya no sé si las decisiones que estoy tomando últimamente son consecuencia de la crisis por llevar más de cuarenta jornadas en este piso de poca luz y demasiado gotelé, o porque es la primera vez en mi vida que me siento verdaderamente libre aún encerrada.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 45. LA PRIMAVERA ES MI FAVORITA

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DÍA 45. LA PRIMAVERA ES MI FAVORITA

Gordo está muy nervioso últimamente. Creo que está llegando a creerse que es humano. Esto último es mi culpa. El otro día me sorprendí preguntándole qué nos hacíamos para comer. Como si fuese mi pareja y fuésemos a cocinar juntos mientras nos bebemos una copa de tinto. Sí, el roce hace el cariño. Hasta con los animales.

Cuando lo adopté, él no se imaginaba que iba a llegar un día en el que estuviésemos confinados y yo lo utilizase a todas horas como muso. Me acuerdo exactamente del momento en el que entré a elegir una mascota en la protectora. Había visto muchos perros en la web, pero Gordo no estaba entre ellos. Fui asomándome por las rejas y algunos gruñían, varios lloraban y otros esperaban tristes a que alguien se asomara y les prometiese libertad.

Entre ladridos y jadeos, llegué a una puerta. Gordo se asomó y empezó a lamerme la mano entre las rejas. Os juro que pensé que me estaba sonriendo. No era el más bonito, ni el más tierno, pero tenía toda la pinta de que si me iba con él, nunca jamás me iba a aburrir.

Le pedí a la chica que regentaba el lugar, si podía sacarlo para que nos saludásemos apropiadamente. Abrió la verja y él salió moviendo la cola frenéticamente. Se acercó a mí, me lamió los mofletes, y ya me conquistó.

Gordo tenía dos años y había crecido en ese jaula durante año y medio. Lo intenté imaginar de cachorro y no pude entender cómo nadie lo había rescatado de aquel lugar antes. “Es que te estaba esperando a ti”, me dijo Vanessa, la chiquilla bonita que se encargaba de mantener vivos a todos los perrillos. Yo sonreí, aunque nunca me lo creí del todo. Porque si he de ser sincera, este perro se iría, sin echar la vista atrás, con cualquiera que le prometiese un buen solomillo. Si no a santo de qué se iba a llamar Gordo.

Firmé los papeles de adopción, nos hicimos nuestra primera foto juntos y salimos de ahí, mirándonos de reojo para cerciorarnos de que ambos éramos reales. Lo monté en el coche y mientras lo observaba por el retrovisor, iba pensando: “Remy, ¿qué coño haces con un perro? Si te va a tener que cuidar él a ti de lo desastre que eres. Y además, ni siquiera sabes si es bueno o si te va a morder nada más entrar en casa....” Mientras toda esta negatividad iba atropellándome el cerebro, yo le sonreía para que no se diese cuenta de nada.

Llegamos a casa nerviosos pero con ganas de conocernos. Fuimos a dar nuestro primer paseo y Gordo no se separaba de mí. Aquel día, me lo lleve al monte para que descubriese a qué olía la primavera. Creo que los animales que han sido abandonados, dan un cariño especial a sus nuevos humanos. Además yo ya supe que nuestro amor era infinito cuando le lancé una pelota y me la trajo a los pies para que volviese a tirársela. Siempre había soñado con tener un perro que hiciese eso, como en las pelis americanas. Y creo que él lo supo y fue la manera que tuvo de agradecerme que le sacara de aquella cueva.

Si de algo estoy orgullosa, es de haberlo mantenido con vida durante tanto tiempo.

En un par de semanas, van a ser cuatro primaveras las que hemos vivido juntos. Y espero estrenar aniversario en el monte con él y no aquí entre cuatro paredes, como la primera vez que nos cruzamos.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 44. CUANTO MÁS LEJOS, MEJOR

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DÍA 44. CUANTO MÁS LEJOS, MEJOR

Mi domingo estaba yendo genial hasta que he entrado en Internet.

Primero me ha saltado un anuncio de mascarillas con una ilustración de una cámara de fotos en ellas. Me he sentido insultada, como si fuese tan gilipollas como para querer decorar una maldita mascarilla con un dibujo de mi profesión. En serio, ¿qué necesidad? Está muy bien eso de que de todas las crisis surgen nuevas oportunidades, pero joder, no me seáis tan cutres.

Luego, he intentado echarme la siesta, pero nada. Deben haberse mudado de golpe, un montón de niños al piso de arriba porque sólo les oigo chillar y corretear de un lado a otro. Eso, o que sus padres, en vez de llevárselos de paseo, han decidido que como es domingo, después de caminar un rato, tocaba ir a comer a casa de los abuelos.

Quizás me estoy precipitando y para nada es el caso, pero como ya he visto fotos y vídeos de cómo familias descuidadas están invadiendo parques y plazas, pues me espero lo peor. Es evidente que no hemos aprendido absolutamente nada. Seguimos siendo igual de subnormales después de 44 días encerrados.

Yo he estado calladita, cumpliendo con todo como una señora de bien pero ya me estoy cansando. Quiero salir a patinar con Gordo, ir a ver el amanecer al mar, prepararme un bocata y subirme al monte, leer un libro en la terraza de la casa de mis padres, ganarle al ping pong a mi madre, intentar aprender a jugar al ajedrez con mi padre, pegarle sustos a Nathalie, enseñar a escalar a mis sobridemonios, hacer fotos a alguien que no seamos ni Gordo ni yo, salir sin miedo y sin preocuparme de cuándo voy a volver a entrar. Ser consciente de nuevo del día en el que vivo y no terminar la jornada susurrando: “ya queda un día menos”. Quiero besar y que me besen, abrazar mientras apoyo todos mis suspiros en unos hombros que no sean los míos y cerrar los ojos para sentir que mi hogar no es una casa. Quiero bailar y que algún testigo se ría y me diga que lo hago fatal, quiero tener una excusa para peinarme por las mañanas, quiero hacer deporte sin tener que ver algún vídeo de youtube que me motive. Quiero quemar mi maldita mascarilla y no tener que usar guantes más que para quitar las malas hierbas de la casa de la playa.

No quiero alborotos, ni fiestas grandes.

Quiero a los míos cerca y al resto, lejos. Muy lejos.

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 43. SPIDERWOMAN

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DÍA 43. SPIDERWOMAN

La escalada es un deporte que te convierte en una persona obsesiva. Allá por donde paso, voy colocando las manos en forma de pinza o intentando agarrarme a cualquier regleta, o buscando pequeños huecos entre el cemento donde quepa mi bidedo. Es algo así como que, de la noche a la mañana, te crees Spiderman. O en mi caso, Spiderwoman. Pero que te lo crees de verdad, ¿eh? Luego ya empiezas a ver que sigues siendo un humano normal y corriente. Sólo cambia el tamaño de los juanetes de los pies, el cual aumenta al mismo ritmo que mejora tu técnica. Al contrario que tu vida social, que se reduce a buscar vías de escalada donde haya cerca un parking para dormir con la furgo y así sólo tengas la obligación de hablar con las cabras y con tu compi de escalada. Los únicos problemas existenciales se resumen en: “¿coloco el pie en bicicleta para que mi mano llegue a ese hueco o hago un lance y confío en el trabajo de suspensiones que llevo haciendo todo este año?” Por otro lado, si no tienes pareja, tus posibilidades de encontrarla en este mundo, tan hippie y asocial, son ínfimas. Si a eso le sumamos, que lo que solían ser tus aterciopeladas manos se han convertido en un trapo áspero y desagradable al tacto, ya no te queda esperanza.

Eso sí, aunque el mundo de la escalada esté lleno de furgoneteros amantes de la montaña, no te pienses que han dejado de lado su versión más materialista. Al contrario, ahora se gastan aún más dinero que antes. Pero todo destinado a este deporte. El color del grigri, del arnés, de la cuerda y de las cintas tiene que ir a conjunto. No puedes subir una vía con cintas de colores dispersos porque la afean de tal manera que te puedes distraer y caerte al intentar llegar a la reunión. Y no hablemos de los malditos pies de gato, que cuanto mejores son, más reducen tu pie al tamaño de una judía mal formada. Yo acabo de perder los míos, así que en cuanto acabe la cuarentena iré a una tienda de montaña y le diré al dependiente: “dame los pies de gato que más puedan retorcer mis dedos. Eso sí, que vayan a juego con mis cintas azules, por favor.”

Lo mejor de todo es que el escalador no cuida absolutamente nada en su vida, excepto su material de montaña. Tú te reirás porque yo le hablo a las plantas, pero he visto a escaladores que mientras se colocaban el arnés, sacaban sus cintas de mantas acolchadas y les decían: “hoy mis pequeñas, vamos a conseguir el proyecto por el que llevamos sufriendo tantos fines de semana”. Juzga tú quién está mejor de la cabeza.

Para el escalador, el magnesio es como el oro: nunca llevan encima pero en cuanto encuentran un poco de alguien ajeno, lo saquean. Además, hay distintas calidades: está el magnesio que parece cemento, el que tiene tropezones pero aún puede servir y el que es tan suave que te entran ganas de zambullirte en él entero. Y si no tienes a mano, te sirve de excusa perfecta: “es que no tenía magnesio y me he resbalado”. Yo lo que hago es que antes de empezar a escalar me hecho magnesio hasta en las pestañas, luego comento, al primero con el que me cruzo, que el proyecto en el que estoy inmersa es muy duro pero divertido porque me obliga a buscar movimientos complejos, y ya si eso me hago un quinto facilito de primera y les pido a mis compis que me hagan alguna foto en la que no se note que estoy llorando por culpa del maldito vértigo.

Pero bueno, al margen de esto, no tengo apenas ganas de escalar ¿eh? Tan sólo he examinado cien veces la pared de mi edificio para ver si es factible abrir una vía hasta el cuarto donde vivo.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 42. EL MANITAS DE LA CASA

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 42. EL MANITAS DE LA CASA

Mi padre es un hombre de esos a los que les quitas sus quehaceres habituales y se pone a enredar con lo que pilla. Si hay algo que arreglar en casa, ya está ensuciándose las manos. ¿Para qué llamar a un fontanero o a un albañil para reformas? Él tiene el Leroy Merlin – de donde debería ser accionista sólo por el tiempo que invierte recorriendo sus pasillos y comprando todo tipo de tornillos y maderas – y sus manos. No hace falta nada más.

Mi madre teme cada vez que se pone a “mejorar” algo. Porque a ver, a su favor he de reconocer que siempre arregla todo y es un manitas profesional. Pero en defensa de mi madre diré que estéticamente no es el hombre más cuidadoso del mundo. El año pasado se puso a arreglar unas escaleras de la entrada de la casa porque se estaban rompiendo. Lo resolvió eficazmente: echó unos cuantos litros de cemento y finiquitado. Volvió tan campante adentro y le dijo orgulloso a mi madre: “ya está, arreglado”. Cuando mi madre, que es artista y aprecia la belleza de las obras por encima de todo, vio las montañitas de cemento destrozando la elegancia de los escalones, quiso matarle lentamente. Estoy segura de que buscó en google diferentes maneras de llevar a cabo el asesinato. Supongo que en eso consisten los matrimonios muchas veces: en idear múltiples maneras de matar a tu cónyuge pero sentir que aún te queda algo de amor hacia él como para no llevarlo a cabo.

El caso es que a mi padre, que no puede parar quieto ni un segundo, tiene demasiado tiempo libre en esta cuarentena. Así que cada dos días me llama por teléfono para informarme de que está arrancando mi furgoneta para que no se le gaste la batería. En lo que llevamos de confinamiento yo creo que ya le ha cambiado el aceite tres veces, me ha limpiado los filtros de no sé qué y en uno de esos días debió encender las luces de la furgo y se olvidó de apagarlas. Pero lo mejor fueron sus palabras textuales de cómo había ocurrido todo: “Oye, debe ser que ayer cuando puse a Nathalie en el volante de tu furgo para que jugara un rato, le dio a las luces sin querer y claro, por su culpa se le ha gastado la batería”.

Empiezo a temer que la próxima llamada que me haga sea para decirme: “Oye, Nathalie se ha puesto a conducir hoy tu furgoneta y como es un tanto torpe, la ha encendido, ha quitado el freno de mano y la ha estrellado contra la valla. Y claro, ahora tenemos que gastarnos un dineral en arreglar el umbral por su despiste”. Como dato importante he de recalcar que mi hermana Nathalie tiene cinco años.

Ayer mismo me dijo que iba a llevar la furgo a echarle gasolina porque claro, de tanto encenderla pues se estaba gastando. Yo ya le he intentado comentar en varias ocasiones con un tono de voz calmado aunque por dentro quiero arrancarle la cabeza, que la Blackie está sin seguro porque tenía que renovarlo en plena cuarentena y lo vi tontería ya que no voy a poder usarla hasta vete tú a saber cuando. Él no atiende a razones y dice que, por un paseo a la gasolinera no pasa nada. Claro papá, la única vez que has cogido mi furgo fue para ir al Leroy Merlin a por unas maderas y al devolverme las llaves me dijiste: “He pasado por una calle un tanto estrecha y los pivotes que había se han movido de su sitio y le han hecho un leve roce a tu furgo.” Lo de leve roce fueron dos bollos en dos lugares distintos. Vete tú a saber dónde metió a mi pobre Blackie.

Pero es que aquí no acaba el asunto. Os retranscribo uno de nuestros últimos diálogos:

Padre: Oye, ¿por qué tienes una colonia de spray en la furgo?

Yo: ¿Una colonia de spray? Yo no tengo nada de eso papá.

Padre: Sí, Pulgui. Además huele bien y cuando monto a Nathalie de copiloto le suelo echar en la cabeza.

Yo: Padre, no sé de qué estás hablando. ¿Cómo es el bote?

Padre: Pues es como muy ancho y azul.

Yo: Vale, ya caigo. ¡ES UN AMBIENTADOR PAPÁ! Deja de echarle eso a Nathalie por Dios, a ver si se le va a caer el pelo a cachos o algo.

Padre: Ah vale, ¿es que cómo querías que lo supiera si huele tan bien?

Tengo miedo de que antes de que levanten el estado de alarma abran el Leroy Merlin y a mi padre le dé por recamperizar a la Blackie. Llegar allí y encontrarme que ha convertido mi mini casa en su sala de juegos particular.

Yo debo de querer mucho a este progenitor porque si no, ¿cómo te explicas que no me haya saltado el confinamiento para ir a asesinarle?

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 41. ¿DÓNDE ESTÁN LOS TROLLS?

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 41. ¿DÓNDE ESTÁN LOS TROLLS?

A las personas que quiero les regalo fotos o libros. Es una regla que me marqué hace tiempo, cuando era aún más pobre que ahora. Si fuese rica, supongo que les regalaría un avión o una isla. Pero dentro siempre les metería alguno de mis libros favoritos o un retrato donde se les escapase una chispa de su alma.

Si lo piensas detenidamente, los regalos que son puramente materiales terminan quedándose en el olvido. Tiene que haber una historia detrás que los acompañe porque si no, carecen de valor. Supongo que por eso me gusta tanto arrimar palabras y hacerlas bailar alrededor de una historia. Me pasaría la vida escuchando a desconocidos contándome sus aventuras.

A la gente le suele extrañar mucho que, en ocasiones, disfrute viajando sola. Lo que no saben es que siempre llevo conmigo un montón de personajes. ¿No te ha pasado alguna vez que te sorprendes a ti misma preguntándote cómo estará el protagonista de un libro que te leíste hace un tiempo? Si eres psiquiatra no tengo duda en que ya me estás escribiendo una prescripción médica; pero si amas los libros seguro que estás sonriendo de modo cómplice.

Cuando no te queda nada, cuando la soledad se convierte en un gigante al que no puedes aplastar y crees que la única salida está en seguir cavando un poco más profundo el foso, se enciende un recuerdo y una voz te dice desde dentro: ¿te acuerdas de...? Y de golpe, el gigante es minúsculo, el corazón galopa y sientes que por tus venas corre de nuevo la vida intensamente.

¿Te acuerdas de los trolls de pelos fosforitos que teníamos todos los críos? Pues si tienes uno por ahí y no le haces caso, me lo puedes regalar que me haría un montón de ilusión volver a tener uno. Mi hermano David me dice que está feo que vaya pidiendo cosas por ahí, pero yo le digo que más feo está querer algo y no hacer nada para conseguirlo. Bueno, a lo que iba. En aquella época, mis hermanos mayores me contaban que los trolls tenían vida propia pero que sólo se movían cuando nadie les miraba. Así que se pasaban el día divirtiéndose jugando a moverlos de un sitio a otro sin que yo me enterara. Aún recuerdo lo emocionante que me parecía aquello y lo mucho que flipaba al rebuscar por toda la casa a ver dónde se habían metido. Cuando los encontraba les solía hablar en susurros pidiéndoles que me chivaran su secreto. Pero nada, no funcionó.

Luego crecí y esa magia se fue disipando poco a poco. Pero siempre lucho por volver, al menos un ratito al día, a ese lugar repleto de historias, imaginación e inocencia. Es mi manera de colorear las nubes grises que, de vez en cuando, se atascan en mi cabeza.

Al fin y al cabo, el único arma que tenemos para vencer al maldito tiempo son las historias.

Feliz día del libro.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 40. QUIERO UN CIELO LLENO DE ESTRELLAS FUGACES

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 40. QUIERO UN CIELO LLENO DE ESTRELLAS FUGACES

Un amigo me ha dicho que esta noche ha soñado que yo me tiraba en paracaídas en algún lugar de Islandia. Joder, ya me gustaría a mí. A ver, lo del paracaídas no sé. Aún si fuera en tándem y tuviese que confiarle mi vida a un profesional, creo que dudaría. Sin embargo, hasta hace unos años en una situación así, le hubiera confiado mi vida a alguien ajeno sin mucho miramiento.

Así de primeras he sido un tanto ingenua a lo largo de mi existencia. Si alguien dice que sabe mucho de algo, me lo creo. De cría me leía todas las revistas de “Más Allá” y terminaba pensando que en unos meses los extraterrestres nos iban a invadir o que en el 2000 llegaba el apocalipsis.

Supongo que así la vida resulta más sencilla porque, si el plan sale mal, siempre tienes a alguien a quien culpar. Pero con el tiempo he descubierto que quien se proclama experto en algo, más papeletas de ignorante lleva guardadas en el bolsillo.

Cuando recién comenzaba a trabajar de fotógrafa de bodas, la hermana de mi amiga Laurita se casaba y me dijo que quería que yo le hiciese las fotos. A mí me hizo mucha ilusión la idea y acepté. La boda era muy coqueta en el jardín de la casa de sus padres. Vamos, una boda preciosa con música en directo y unos novios muy molones. Yo me sentía un tanto insegura porque aún no tenía la experiencia suficiente. Aunque, pensándolo bien, a día de hoy aún me siguen comiendo los nervios cuando voy a hacer sesiones. El caso es que mientras preparaba mi humilde equipo para comenzar a fotografiar, apareció un familiar del novio y sacó de una mochila una réflex mucho más profesional que la mía y unos objetivos gigantes. Al ser fotógrafa novata creía que cuanto más grande era un objetivo, mejor era. Pero de nuevo la vida me aleccionó: el tamaño no importa. En fotografía, claro. (Qué chistaco me acabo de marcar ¿eh?)

Al verle al hombre con semejante equipo y yo con tan poco, me acerqué a Irene, la novia, y le dije agobiada: “Oye, pero ¿por qué me has contratado a mí si él tiene un equipo mucho mejor que el mío?” Ella, que estaba preciosa por cierto, colocó sus manos en mis hombros y mirándome con ternura me dijo: “Remy, yo no te he contratado por tu equipo, si no por tu mirada.”

¡BOOOOOM! ¡ESTRELLAS FUGACES ALL OVER THE SKY!

Aquellas palabras siempre resuenan en mi cabeza cuando vuelvo a sentirme insegura, y no te imaginas cuánto me han ayudado a continuar en este duro camino que supone estar continuamente emprendiendo.

Ahora ya no creo en lo que las personas dicen, si no en lo que hacen y sobre todo, en cómo lo llevan a cabo. Todo esto viene a cuento de que tengo un amigo que se llama Jaime y siempre le digo que, cuando llegue su cumple en agosto, le voy a regalar un bastón porque es lo único que le falta para ser un auténtico abuelo gruñón. Él se ríe y refunfuña por lo bajo.

Llevábamos unos días sin hablar y no era consciente de que leía este diario porque, como buen anciano de alma, no tiene redes sociales. Pero de repente, esta mañana me ha llegado un mensaje suyo:

“En navidad mi madre compró a mis sobrinos una caja de bombones camuflada en una postal navideña tamaño A4.

En ella, los bombones estaban escondidos detrás de cuadraditos recortables, marcados con los días del mes de Diciembre hasta nochebuena. Supongo que para controlar la ingesta de chocolate de los pequeños, y orientarles en su transcendental duda de carácter temporal: “¿cuánto queda para que venga papá noel?”

Sucede que mi madre les compró la postal en día 12, por lo que tuvieron que entrar en juego los conocimienos matemáticos de mi padre y explicar a los niños que, en esa situación, podían comer 2 bombones al día, y de ese modo, cuando los devoraran todos, ese sería el día en que papá noel llegaría, muy probablemente cargado de regalos para todos.

Pues bien, eso me está pasando con tu diario. Guardo días y ahorro lecturas porque son mis bombones de cuarentena. Lo malo es que no se a razón de cuántos puedo leer hoy, porque no se cuándo llegará papá noel con cajitas de libertad.”

Después de leerlo y de limpiarme la lluvia de los párpados, no sabía qué contestarle. Fíjate, me paso el día bailando con las palabras y llega él y me las roba todas.

Sólo sé que en él sí creo, y que si me tuviese que tirar en paracaídas, confiaría plenamente en que él me lo abriese antes de tocar tierra.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 39. UNA NOCHE FUI UNA ESTRELLA DE ROCK

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 39. UNA NOCHE FUI UNA ESTRELLA DE ROCK

Quiero una guitarra para mi cumpleaños. En mi casa, tres de mis hermanos la tocan. Yo lo intenté en mis tiempos mozos pero me desesperaba tanto que lo dejé. Mis dedos morcilla se enganchaban a las cuerdas de tal manera que cuando aporreaba la guitarra, ésta parecía ahogarse.

Cuando tuve a Blackie pensé que un ukelele quedaría monísimo y sería muy guay hacer hogueras y tocarlo en ellas. Ya conocéis mi obsesión por las pelis americanas. Pero para ser sincera, creo que el ukelele suena mucho peor que una guitarra. Así que no le hice mucho caso, cogió polvo y desapareció en alguna de mis mudanzas.

Con los años he aprendido que nada sale bien a la primera, ni siquiera a la décima. Así que estoy dispuesta a darle otro intento. Sólo me hace falta una guitarra y ganar agilidad con mis manos. Lo primero es más fácil de conseguir que lo segundo. Aunque también sé que hay cosas en las que uno nunca va a mejorar y hay que ser humilde y aceptarlo.

Cuando estaba en mis veinte (joder, me siento muy mayor después de esta frase), vivía convencida de que iba a ser una estrella de rock o de folk country. Tenía alma para ello. Lo único que me fallaba era la voz. Aquello me tenía un poco frustrada porque me grababa cintas cantando para ver si mejoraba y eso era lo más dantesco que he escuchado en mi vida. No me pasa como con mis propios pedos, que a veces, como son míos, pues me huelen hasta bien. Mi voz es estruendosa y sin ritmo ni sentido alguno.

El caso es que llegaron las fiestas de mi pueblo en Navarra, mundialmente conocido como Zizur. La primera noche teníamos la jarana montada en el baile de madrugada. Yo envidiaba mucho al cantante de la orquesta. Estaba interpretando el papel para el que yo había nacido. La vida me pareció muy injusta en aquel momento. Pero tres cubatas más tarde, el cantante hizo al público una oferta inigualable: “¡¿Quién quiere subir al escenario a hacer un irrintzi?!”

Yo escuché subir al escenario y directamente ya estaba arriba. Subieron conmigo otras tres personas y cuando miré hacia el público y vi la plaza llena le comenté al de al lado: “Oye, ¿pero ahora qué hay que hacer?” “Tú tienes que gritar irrintzi cuando te pasen el micrófono,” me dijo.

“Irri... ¿Qué?”

Así me quedé, intentando descubrir en el escenario qué era esa palabra extraña.

Más tarde descubrí que Irrintzi es un grito agudo, estridente y largo que antiguamente se utilizaba en el País Vasco entre los pastores y gente de campo pero que, a día de hoy se usa como una manifestación de alegría en fiestas y jolgorios. Vamos, como el olé de Andalucía pero en versión Euskalduna y con una complejidad de cuerdas vocales que ni Pavarotti.

El caso es que cuando el micrófono llegó a mis manos me sentí tan poderosa que me puse en medio y grité el primer irrintzi de mi vida. Evidentemente no tuve ningún arte, fue más bien patético. Pero la ginebra que llevaba en el cuerpo suavizó mucho la vergüenza y decidí que, ya que nunca iba a poder ser cantante por mi voz, iba a aprovechar mi única oportunidad de fama de la mejor manera posible. Así que mientras mis compañeros de irrintzis bajaban del escenario, yo agarré bien fuerte el micrófono y empecé a decir: “Remy, Remy, Remy...” En un momento toda la plaza coreaba mi nombre. Es importante saber que estábamos en mi pueblo y no entrarían más de doscientas personas ahí, pero yo sentí que estaba en la super bowl, que sonaba el himno de mi vida y todo el mundo lloraba y se emocionaba al verme ahí en medio cantando mi propio nombre. El cantante empezó a flipar y como vio peligrar su puesto, vino a quitarme el micrófono y yo me fui medio corriendo-bailando hacia el otro lado del escenario. Estuvimos jugando al gato y al ratón mientras en todo el pueblo se escuchaba mi nombre y mi ego crecía más que las acciones de Amazon durante la cuarentena.

Llegó un momento que me dije: “Remy, el arte de toda estrella es terminar el show en lo más arriba del umbral de emociones, así que no me decepciones”. Me paré en seco, miré a mi público y les dije: “Me tiro ¿eh? ¡Cogedme malditos!” Le devolví el micrófono al cantante al tiempo que me disculpaba y le decía: “Perdona, son gajes del oficio.”

Conté hasta tres y me tiré. Volé como una auténtica rock star. Afortunadamente los de abajo tenían más cabeza que yo y no me dejaron romperme la cara en el cemento. Aún recuerdo aquel salto en mi memoria como uno de los momentos más espectaculares de mi vida.

Fui una estrella de rock por una noche. Sí, ya sé que no fue en un concierto de Coachella si no en mi pueblo de Zizur, pero ya quisiera Bono tener unos fans como los que tuve yo aquella madrugada.

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Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 38. MAR O MONTAÑA

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 38. MAR O MONTAÑA

“¿Eres de mar o de montaña?” Cuando me han hecho esa pregunta, nunca he sabido contestarla. Pero últimamente sueño con el mar. Dormida y despierta. Cierro los ojos y me imagino conduciendo hacia él. Aparece un cartel que anuncia que quedan diez kilómetros para comenzar a ver pescadores en el horizonte y automáticamente bajo la ventanilla de la Blackie. Respiro. Huele a libertad. A mar.

Gordo tiene ojos de humano y a veces se me queda mirando fijamente y estoy segura de que me quiere transmitir un mensaje por cómo mueve las cejas: “Humana, me aburro. ¿Cuando me llevas a que busque cabras por el monte y las persiga?” u opción dos: “Humana, tu quieres que tú y yo ñiki ñiki ñaka ñaka?” Te reirás pero llegados a este punto, hasta me siento halagada.

En fin, creo que es obvio que esta situación nos está afectando mentalmente a ambos. Pero aún aguantamos. Somos perseverantes y casi siameses. La foto lo confirma.

Esta es la segunda vez en la vida en la que he sentido que podía morir en cualquier momento. La primera fue en México.

Volvamos atrás en el tiempo.

Justo me voy de viaje a la costa a surfear, reír y comer tacos. De la noche a la mañana, anuncian que un huracán, que iba en otra dirección, ha cambiado de parecer y viene directamente al pueblecito chingón donde me hospedo. Todo ocurre muy rápido. Desalojan el hostel y se llevan a los turistas a un lugar más a salvo. Yo no me entero de nada porque estoy por la playa buscando tortugas gigantes (es justo la época en la que dejan los huevos en las playas). Así que soy una de las pocas turistas que se quedan allí a ver si el huracán nos mata a todos o si sobrevivimos dichosos. Mi madre me llama desde España con el corazón atragantándosele en la boca: “es que he visto en las noticias que va, hacia donde estás, un huracán”, yo la calmo comentándole que el Gobierno ya ha tomado las medidas necesarias para proteger a la población y que todo está muy tranquilo. Ella se lo cree porque aún no ha llegado el Coronavirus y esa frase, por aquel entonces, sonaba muy tranquilizadora. Cuelgo el teléfono y un minuto después, una palmera se cae frente a mí. El viento comienza a soplar violentamente. No para de llover angustiosamente. Sólo tengo chancletas. Unas horas antes estaba en la playa bebiéndome una chela y ahora no se ve la luz del sol. El mar parece tener tanta hambre que se va a comer todo el pueblo y yo empiezo a gritarles a los paisanos con los que me encuentro: ¡¡¡PERO, ¿ES QUE VAMOS A MORIR HOY?!!! Ellos, si se mueren de algo, es de risa al ver a la españolita histérica. Me dicen que hace veinte años que no pasa ninguna catástrofe natural en San Pancho. Ese argumento me parece tan fútil como cuando alguien dice que no va a haber una tercera guerra mundial porque ya hubo una segunda y de esa aprendimos mucho. Sí, claro. Tiene su sentido.

Al final, decido que la mejor opción que me queda es beberme todas las cervezas que dormitan en el frigo de mis amigos argentinos y caer dormida. Si me muero que sea durmiendo, por Dios.

Al día siguiente me despierto y todo está en calma. El huracán se acercó pero no entró en San Pancho. Hizo el amago de entrar y al final no. Nunca me había alegrado tanto de que alguien (o algo en este caso) me hiciera una cobra.

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Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 37. UNA DOCENA DE CHURROS, POR FAVOR

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 37. UNA DOCENA DE CHURROS, POR FAVOR

Creo que lo más terapéutico que he hecho en estos 37 días de aislamiento ha sido escribir cada jornada este diario. Es lo que me ha mantenido siempre activa. Cuando lo empecé, pensaba que esto duraría a lo mucho una semana y que sería gracioso documentarlo. Ahora, después de un mes, llevo cincuenta hojas escritas y un montón de autoretratos que han hecho que esta cuarentena sea divertida y creativa.

Esto parece una despedida... ¡Pero no! El diario va a continuar hasta que el señor Presidente levante el estado de alarma y pueda celebrarlo con una cerveza. Lo que pasa es que hoy estoy muy feliz porque han anunciado que a partir del 27 de abril los niños van a poder pisar las calles y volver a jugar. Son las mejores noticias que he he escuchado en todo este tiempo. Sobre todo porque abajo tengo unos vecinos de unos cinco años que son salvajes y a veces fantaseo con poner hueveras por las paredes de su casa para insonorizarlos, y con otras cosas más violentas que prefiero no contar para que no creas que tengo algún que otro rasgo de psicopatía.

¿Sabes que hoy es domingo? Yo he caído en la cuenta cuando estaba paseando al Gordo a las ocho de la mañana y no había ni un alma en la calle. Se me ha hecho extrañísimo porque a esa hora ya hay coches yendo a trabajar y estaba todo desierto. Y claro, entonces he caído: soy la única pringada que sigue madrugando en domingo. Luego he pensado que ojalá las churrerías abriesen porque me harían extremadamente feliz.

Hace unos años odiaba cualquier tipo de rutina. Supongo que las asociaba al aburrimiento, a la no aventura. Sin embargo, a medida que he ido madurando creo que paso por ciclos en los que necesito muchas emociones e intensidad y otros, en los que sólo busco estar en paz y tranquila. Es en esta última etapa cuando he hallado mucha dicha en madrugar para pasear con patines por el río con Gordo cuando todo el mundo duerme, y la ciudad entera escucha el eco de nuestros pasos. En beberme una infusión mientras leo el último capítulo de algún libro que me tiene enganchada. En comprar churros los domingos para desayunar al sol de mi terraza. En pasarme el día en el monte escalando y respirando primavera. En ir a comer cocido a casa de mis padres y aprender a hacer acuarelas con mi madre mientras Nathalie nos roba pinceles para pintarse la cara. En beberme un café mientras me preparo para trabajar, viendo el último capítulo de la Resistencia. Esa es la mejor rutina de todas: empezar el día muerta de risa.

Cuando acabe esto me voy a alegrar, por supuesto. Pero tengo una punzada de nostalgia esperando a clavárseme, porque ya no va a haber hueco para este diario, ni horas desiertas para rellenarlas de autoretratos con Gordo, ni tapers de la madre de Patri, ni abrazos virtuales, ni videollamadas intempestivas que alegran hasta a las cucarachas. Y joder, he sido feliz aquí encerrada y el cambio va a ser mejor. Pero aun cuando la serpiente muda de piel, siempre echa de menos la que una vez tuvo.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 36. NO ME CABEN MÁS PREGUNTAS

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 36. NO ME CABEN MÁS PREGUNTAS

Hay una actividad que se me está haciendo complicada de llevar a cabo en esta cuarentena. Bueno, en realidad, nunca he sido capaz de hacerla. Pero ahora, aún menos.

Meditar parece de lo más sencillo, ¿verdad? Se basa en estar en silencio y respirar. Os juro que cuando lo he intentado, o bien me he desesperado y se me ha ido la cabeza a mil lugares más entretenidos en un segundo, o entro en un sopor profundo y termino durmiéndome. No hay otra.

La meditación es para mí, como ese colega que tienes en tu círculo de amigos que te cae bien pero que no terminas de calarle. Ambos os sonreís, bromeáis pero mantenéis las distancias prudentemente porque os incomoda quedaros solos y no tener nada de qué hablar.

Siempre he envidiado sanamente a esas personas que parece que, en vez de caminar, van flotando en una nube y sonríen en cualquier situación como si volviesen de echar un polvo y estuviesen muy relajados. Me dan ganas de sacudirles violentamente para ver si así me chivan el secreto para conseguir ese estado de quietud y sosiego.

A mí, en cambio, me invade el ansia, la impaciencia y el nerviosismo. Voy por la vida pensando que el resto de personas saben algo que yo no logro descifrar. Y a veces, resulta muy frustrante. Por ejemplo, la gente que cree fervientemente en algún Dios o quien se va a la India, se convierte al Budismo y ya es feliz. Hablo de personas que se entregan a una causa en cuerpo y alma, que tienen una fe tan inmensa que nunca dudan.

O como los que se casan y dicen orgullosos: “no tengo ninguna duda, sé que es el hombre/mujer de mi vida”. Estos últimos son los que más rabia me provocan. ¡¿CÓMO PUEDES SABER TAL COSA?! Igual mañana te enteras de que es un psicópata y cambias totalmente de opinión.

Ni siquiera yo sé quién soy, ¿cómo voy a saber quién es el hombre de mi vida? ¿Cómo puedo afirmar algo de lo que siempre voy a dudar? Y sobre todo, ¿por qué dudar está visto como una expresión de debilidad en vez de como una de realismo?

Por favor, no me malinterpretes. No estoy en contra del matrimonio, ni de la religión, ni del amor...

Simplemente no me gusta que alguien venga y me afirme con pasión: “este es el único camino para lograr la paz”, “ésta es la única persona que te va a hacer feliz y te va a acompañar en el viaje”, “ésta es la religión que debes predicar porque es la única que contiene la verdad”.

Todo son afirmaciones para concretar algo que no se puede limitar. ¿No te suena un tanto incoherente? Esta obsesión humana de mantener el control sobre todo aquello que se escapa de nuestra lógica, nos va a terminar volviendo locos.

¿Ves qué mal me sienta meditar? En vez de encontrar respuestas, me doy de bruces con más preguntas.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 35. ¿CÓMO SE APAGAN LOS RECUERDOS?

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 35. ¿CÓMO SE APAGAN LOS RECUERDOS?

Esta noche mis ovarios han estado en algún after con música techno de los noventa, porque menuda fiesta se han pegado. Así estoy ahora, que voy desmayándome por las esquinas y siento que, tener la regla y llevar sufriéndola tantos años, es una buena excusa para abrir el armario de las chuches prohibidas y sabotearlo entero.

El siguiente paso va a ser cocinar un brownie de chocolate. Esta vez me va a salir delicioso porque voy a estar mirándolo todo el rato, como si fuese una acosadora de postres, para evitar que se queme. Y no me vengas ahora a mencionar con voz irritable, que esa comida lleva muchas calorías – miniminimimmimimimi – porque he hecho deporte a primera hora de la mañana para poder permitirme todos los lujos gastronómicos que se me antojen durante el resto del día. A callar y a comer.

Además, en mi familia tenemos buenos genes. Nunca hemos sido gordos, excepto uno de ellos (del cual no quiero revelar el nombre para evitar posibles denuncias) que, si come mucho y no hace deporte se hincha como una peonza. ¡Buah! ¿Te acuerdas de las peonzas? Ojalá tuviese una aquí, para enseñarte cómo soy capaz de colocarla rodando sobre la cuerda. Aquel fue uno de mis primeros dones. Pensé que me haría famosa rodando peonzas por el mundo, enseñando a niños africanos a jugar con ella, concediendo exclusivas a revistas deportivas... Terminaría escribiendo un libro sobre cómo me gané la vida haciendo lo que más amaba y cómo inspiré al mundo entero con mi pasión. Estoy siendo irónica que conste. Si tenéis algún libro con un título similar rollo “el viaje que cambiará tu vida” o “cómo transformar el mundo con tu pasión” en vuestro estante: quemadlo. Haréis un favor a lo que queda de humanidad en este mundo.

A ver, que me he ido totalmente del tema. Te estaba contando que en mi familia siempre hemos comido bastante de todo, osea mi madre nos preparaba legumbres, pescado, vegetales... Todo muy sano. Pero había un armario que estaba repleto de comida basura: conguitos de chocolate, patatas, chuches, donuts, barritas de cereales, nocilla, huevos kinder... Cuando abrías esa puerta, os juro que sonaba la misma música que debe retumbar en los oídos de los muertos cuando van a entrar al paraíso. Ahora que lo pienso, creo que por eso siempre venían amigos a casa. No era porque fuéramos populares, si no porque en la cocina tenían bufé libre de calorías. Malditos interesados. Luego dicen que los niños son ángeles. Perdona, los niños sólo piensan en comer bocatas de nocilla o palmeras de chocolate. Luego ya con la tripa llena, te sonríen y parecen buenos. Pero nada más lejos de la realidad.

De ahí que mi madre nos premiara si nos comíamos todo el plato sano, con una bolsa de conquitos o un huevo kinder. Recuerdo aquellas tardes después del cole, recién comidos, que nos sentábamos a ver “Friends” con una bolsa de conguitos para cada uno, como uno de los momentos más dichosos de mi vida.

Maldita nostalgia. Es como un viejo amor que aparece de repente, te sonríe y comienza a susurrarte lo que justamente estás deseando escuchar. Y cuando ya te ha encandilado de nuevo, pese a oponer resistencia, te tira en medio de la carretera con el motor encendido y te dice sin un sólo remordimiento: “hasta la próxima, guapa”.

Qué hija de la gran puta. No me ha tirado ni una bolsa de conguitos para llenar el vacío existencial que acaba de dejarme.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 34. PARÁBOLAS DE CUARENTENA

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 34. PARÁBOLAS DE CUARENTENA

Si alguna vez te doy algún consejo culinario, tú asiente como si me estuvieras escuchando. Pero nunca jamás me hagas caso. Hace poco sentí lo que Cristóbal Colón debió experimentar al descubrir América, porque me enteré de que los huevos se pueden freír en el microondas. A ver, igual he exagerado un poco con la comparación pero para alguien como yo, que desayuno huevos fritos casi todas las mañanas, es un gran hallazgo.

El fin de la época de lavar la sartén todas las mañanas y dejar la vitro sin una gota de aceite, ha llegado. Vivimos una etapa de cambios inauditos. Debería haberlo supuesto la primera vez que saqué el huevo frito del microondas con una yema perfectamente deliciosa.

Pero no. Todo ha sido un oasis. Un sueño que me ha estallado en la cara. Un huevo, más bien. Esta mañana, aún somnolienta, lo he sacado del micro a los treinta segundos y al agarrar el bol: ¡Boooooom! Ha saltado sobre mí como si tuviese vida propia y llevase mucho tiempo odiándome. Menos mal que he sido increíblemente rápida y lo he esquivado. Como contrapunto a mi fascinante velocidad, he roto un bol y tengo la cocina decorada de aceite y huevo por doquier. Mientras limpiaba el desastre, Gordo me miraba desde su sofá trono con unos ojos condescendientes que le delataban y parecía susurrar: “A esta humana mía, ¿le dan alguna ayuda social? Y en caso afirmativo: ¿dónde está mi parte por aguantarla?”

Me ha quedado claro que el camino rápido nunca lleva a buen destino. Si te fijas, casi todas las experiencias de la vida son parábolas.

Por ejemplo, la primera vez que aprendí a andar en bici, mi hermano mayor, Juanma, fue mi mentor. Me llevó a una cuesta gigante, me quitó los ruedines pequeños y me dijo: tú tírate que yo voy a ir sujetándote por detrás todo el rato. Yo confié y él me soltó. Acabé estrellándome contra un árbol gigante y rajándome la pierna. Aún tengo la cicatriz que me recuerda que nunca hay que confiar en nadie. Sobre todo si esa persona te dice: tú tírate primero que yo voy detrás de apoyo.

Un verano cuando éramos muy chiquitillos fuimos a la playa en familia. El caos era tal que, a la vuelta, mis padres estarían tan saturados de escucharnos y de cargar con sombrillas, cubos para la arena, gafas de bucear... Que se olvidaron de mi hermano Pepe, que por aquel entonces acabaría de estrenar los siete años. Cuando llegamos a casa, a mi madre no le salían los cálculos del número de hijos que había parido y mi padre volvió escopeteado a la playa en busca del hijo perdido. Él estaba allí, mirando al horizonte y pensando que quizás tendría que empezar a aprender a pescar para sobrevivir. ¿Ves? Otra parábola: aprende a contar (literalmente) a aquellos a quien amas antes de que sea tarde y ya no estén.

Para esta situación de cuarentena tengo otra parábola. Bueno, en realidad no. Quería hablar de lo típico de que, si quieres ver el bosque tienes que alejarte de los árboles, pero todos estamos encerrados entre cuatro paredes así que, o quemamos nuestros casas y nos vamos a vivir a un camping a ver el bosque o nada tiene mucho sentido.

En fin, que hoy casi que me quedo tuerta por culpa de un huevo, así que no puedes esperar mucho más de mí en esta jornada.

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Remys Door

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 33. LOS MATICES DEL ARCOIRIS

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 33. LOS MATICES DEL ARCOIRIS

Oye, qué alegría me he llevado este mediodía. Mi padre ha aparecido en el parking que hay junto a mi casa y me ha traído un montón de comida de parte de mi madre: albóndigas, lentejas, lasaña de verduras... ¡TAPERS PARA UNA SEMANA!

Me he puesto a tararear felizmente una canción de misa (vete tú a saber lo que guardo en mi subconsciente) mientras colocaba todo en el frigorífico y Gordo, al notarme tan entusiasmada, ha intentado violarme. El cabrón aprovecha cualquier despiste para colármela, pero aún sé mantener los límites.

Si algún día no sabes qué regalarme, un taper de comida me hará inmensamente feliz. Las madres de mis amigas también disfrutan alimentándome. En esta cuarentena, la madre de Patri ya me está cebando con panecillos de Albacete, berenjenas rellenas, migas... La quiero más que a mi amiga. Yo creo que ven en mí a la hija que ya tienen, pero en versión hippie y desastrosa. Y claro, se apiadan de mí.

Es curioso la capacidad de adaptación del ser humano, ¿verdad? Hace mes y medio me hacía feliz pensar en el viaje que iba a hacer al Norte con la furgo y ahora mi felicidad se mide en paseos con el Gordo y tapers de lentejas. Todo se basa en modificar las prioridades para sentirse libre, aún enjaulado.

El viernes santo, a las doce de la noche, pusieron música en mi calle. Me asomé curiosa y un vecino había puesto lucecitas que se proyectaban en los pisos de frente. Varios murcianicos iluminaban sus balcones con velas, mientras la canción de Halleluya de Shrek llenaba nuestras casas de emoción. Fue tan intenso y bonito que no pude parar de llorar. Los vecinos de enfrente grababan el momento con sus móviles y pensé: “joder, como alguno haga zoom en mi cara, me quedo ya sin la poca dignidad que me he guardado en el bolsillo”.

Terminó la canción y me metí torpemente en mi casa para que los vecinos de los que siempre me despido a las ocho, no notaran que estaba emocionada. Cuando uno llora la gente suele pensar que siempre es de pena. Pero yo creo que hay un montón de tipos de lágrimas. Las hay de felicidad, de éxtasis, de nostalgia, de sueños cumplidos, de fracasos, de rupturas, de comienzos, de cambios... Son de infinidad de colores.

No sé si a ti te pasará pero últimamente, bajo el techo de mi casa, he llovido mucho. Pero lo que menos he sentido ha sido tristeza en estos 33 días. Me siento arropada, querida, afortunada, sana, despierta, creativa, alegre, viva, nostálgica, nerviosa, motivada, ansiosa... Simplemente llevo un océano dentro que, a veces, está tan agitado que se derrama.

Cuando pasen uno o dos años, miraré las fotos que me estoy haciendo con Gordo o leeré un fragmento de este diario y me entrará una nostalgia infinita. Tengo la sensación de que algunos de los mejores recuerdos de este año, están sucediendo en esta cuarentena y no me los quiero perder.

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Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

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DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 32. AÚN NOS QUEDAN SUEÑOS POR CUMPLIR

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 32. AÚN NOS QUEDAN SUEÑOS POR CUMPLIR

No sé si sabes que me flipan los tatuajes pero, como cambio de opinión cada vez que hay luna llena, me da muchísimo miedo llenarme el cuerpo de dibujos y a las dos semanas estar aburrida de verlos. Ya ves, el compromiso me da tantísimo terror, que no me caso ni con mis propias ideas.

De hecho, tengo varios tatuajes ya pensados y no hay manera de que me lance a inyectarme tinta en la piel. Creo que un tatuaje simboliza muchas cosas. Es como una fotografía que, cada vez que la ves, te transporta al momento exacto en que te retrataron. Por eso considero tan importante saber cómo, cuándo, por qué y con quién hacértelo. De ahí que no sea casualidad que los tres tatuajes que llevo en el cuerpo sean pequeños y además estén situados en partes del cuerpo que mis ojos no intuyen a simple vista: la nuca, la parte de atrás del tobillo y la clavícula.

Cuando me los hice, no les di demasiada importancia. Todos atravesamos una época en la juventud en la que nos creemos salvajes y que nuestros hechos jamás van a tener consecuencias. Y de repente, llegas a los treinta con unas letras chinas rodeándote el brazo y... ¡Zas! Te das cuenta de lo gilipollas que eras y por consecuencia, sigues siendo. En mi caso, fui afortunada y las letras chinas estaban a punto de pasar de moda cuando cumplí la mayoría de edad. Así que puedo contaros la historia de cada uno de mis tatuajes con cierto alivio.

El primero me lo hice a los 19 años aproximadamente. Me leí un libro de Nelson Mandela, me vi la película de Invictus y me flipé con la vida tanto, que quise memorizarlo todo en mi piel. En la nuca llevo el fragmento de un poema de William Ernest Hemley que aparece en la película Invictus: “Soy el dueño de mi alma, soy el amo de mi destino”. Y además, me lo puse al revés para que sólo pudiese leerlo al verlo en el espejo. “Jugada maestra, Remy, así nadie va a leerlo”, me dije orgullosa. Pero claro, empecé a trabajar de camarera y se me acercaban clientes borrachos y me decían: “oye, ¿qué pone en tu tatuaje de la espalda? Que no sé si es porque voy muy ciego y no distingo bien las letras o está en otro idioma”, o el típico de “oye pero tu tatuaje es un poco machista ¿no? Debería poner Soy la dueña de mi destino y soy la capitana de mi alma”, o el más lúcido de todos: “¿Sabes que el tatuaje que llevas escrito en árabe igual no significa lo que tu crees y te han timado?”

En fin, un tatuaje que para mí era profundamente bonito se fue deteriorando en la boca de los ignorantes que hablaban sobre él. Aún así, me sigue encantando y no me lo quitaría jamás, sobre todo porque no me lo veo nunca.

El segundo tatuaje es una palabra que últimamente se ha hecho muy famosa pero que la vi hace años en un documental y me enamoró: “Mamihlapinatapai”. Es la palabra más concisa del mundo y por tanto, no hay ninguna en ningún otro idioma que posea el mismo significado. Y significa – redoble de tambores – la mirada entre dos personas cuando las dos se quieren decir lo mismo pero ninguna de las dos se atreve.

Ese momento en el que te gusta alguien y notas que tú también a él/ella. O cuando quieres disculparte con alguien a quien quieres pero no sabes cómo, y la otra persona está igual... Aquí tienes la palabra que lo define. ¿No te parece pura magia?

El último es un match tattoo que le obligué a hacerse a Edurne cuando fui a visitarla de sorpresa a un pueblo perdido en la costa de Gales. Hasta entonces no sabía que ese lugar estaba tan lejos. Si has estado leyendo mi diario, imagino que te habrás hecho una ligera idea de lo mucho que me gusta fantasear con que mi vida es una película. Por eso, no pude desperdiciar la ocasión de incitar a mi mejor amiga, a que nos hiciéramos un tattoo juntas en algún estudio cutre con un tatuador obeso y peludo del old school. Y así fue.

Nune accedió con la condición de que ella elegía qué nos tatuábamos. Entramos a un estudio de mala muerte y mi mejor amiga, que en aquel momento estaba dejando de serlo de golpe, le obligó a dibujar corazoncitos, diminutos y coquetos, al tatuador vikingo con semblante de pocos amigos. Yo sudaba, no por el miedo a que me inyectara tinta, si no porque pensaba que iba a terminar tatuándonos un pene, de lo que le estaba sacando de quicio Edurne. Tres horas y más de cinco folios llenos de corazones más tarde, mi amiga sentenció: “¡Este me encanta!”. El tatuador y yo nos miramos y pensamos al mismo tiempo: “Pero si son todos iguales”. Mira, no había caído en que ahí mismo tuvimos un íntimo encuentro de mamilahpinatapai.

Al final salimos de ahí sintiéndonos jóvenes, rebeldes y salvajes estrenando nuestro diminuto corazón en la clavícula.

Sí, la historia dista bastante de lo que me había montado en la cabeza sobre entrar borrachas y tatuarnos un gremlin o algo que fuese horrible y no acordarnos al día siguiente de lo que había pasado. Pero aún no pierdo la esperanza de que pase. Cuando salga de aquí, aún me quedan muchos sueños por cumplir.

Eso sí que sería salvaje y no llevar aquí 32 días obligando a Gordo a posar para mí.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 31. DE LOF OF MAI LAIF

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 31. DE LOF OF MAI LAIF

Mi madre dice que le estoy cogiendo demasiado el gusto a esto de ser ermitaña y que cuando acabe la cuarentena, lo voy a tener aún más complicado para encontrar pareja. Yo le he dicho que no se preocupe, que en plena pandemia el destino ha puesto frente a mí, al hombre de mi vida. Bueno, más bien estaba escondido en uno de mis cajones llenos de chismes absurdos. Le he soplado y ahora somos una familia de tres. Gordo parece contento con el nuevo miembro, aunque me da miedo que si se pone a jugar con él, lo mate sin querer.

He aquí nuestra primera foto juntos. Yo le noto enamorado cuando me mira, pero es que al verle en esta imagen, está tan guapo y galán que lo amo un poco más. No sé si a mi diminuto corazón le va a entrar tanta pasión antes de que explote.

Además hoy es el día internacional del beso, ¿no? Ha llegado justo a tiempo.

Bromas y amores a parte, creo que mi madre tiene algo de razón. El miércoles pasado fui al supermercado con las prisas y ni me miré al espejo al salir de casa. Bien podría haber salido en pijama. No sería la primera vez. Estaba buscando algún pescado que no fuese merluza cuando vi pasar cerca de mí a un chico que estaba “hot hot”. Luego giré la cabeza y ¡joder qué susto! Me di de bruces con mi reflejo en la sección de congelados.

Llevaba un moño despeinado pero no uno de esos que se hacen queriendo y queda bonito. No, moño de yonki más concretamente. O de mendiga si lo prefieres. Pero eso no era lo peor, también iba con los labios pintados a cachos con un potente color rojo. Parecía el joker en versión cutre. Claro, a la mañana había estado haciéndome fotos para el maldito diario y se me había pasado por completo quitármelo. Para terminar mi “look especial cuarentena”, en mis pies lucía unas botas de invierno tan vetustas que a veces no estoy segura de si estoy pisando la suela o el suelo directamente. De ellas sobresalían un par de calcetines de distintos colores, la guinda del pastel.

Estoy segura de que si hubiese ido a comprar condones con esas pintas, la cajera me hubiese dicho: “Los quieres para hincharlos y hacer globos, ¿verdad?”

Suspiré y me dije por lo bajo: “Joder Remy, mantén un poco de dignidad”.

Es que claro, 31 días aquí sola, comienzan a pesar. A veces me siento como el hamster que tuve de pequeña, que se pasaba el día dando vueltas y vueltas sobre su rueda. Me daba mucha rabia verle correr sin parar y no avanzar. Semejante tortura sólo se la merecen los adictos al gimnasio que prefieren perder calorías en una máquina que salir a ver mundo. Así que le compré una bola para meterle dentro y que rodara por donde quisiera. Qué invento más bueno, excepto cuando se acercaba a las escaleras y volaba hasta estrellarse. Ahí estuvo a punto de morir varias veces. Si te soy sincera, tampoco me preocupaba en exceso porque no era muy amigable. A las mañanas cuando iba a darle los buenos días me enseñaba los dientes. Creo que no le gustaba que le despertasen. Era un maldito vago. Además, comía tantísimo que se pasaba toda la jornada con los mofletes hinchados. Cuando le vi así la primera vez, me asusté. Pensé que era una reacción alérgica como la que tuvo mi amiga Miren que no pudo ir a la boda de Laurita porque se le habían hinchado los labios tanto que – ahora que ha pasado mucho tiempo podemos bromear – se parecía a Carmen de Mairena. Y claro, aparecer así en las fotos oficiales de la boda no le parecería adecuado. El caso es que me fui al veterinario y le expliqué alarmada la situación y él, risueño y encantador (en aquella época quizás estaba un poco enamorada de él), me informó de que simplemente el animalillo se guardaba instintivamente alimento en sus cachetes para comérselo luego en un lugar seguro. Mira tú, especie diminuta ya nos saca algunos puntos de ventaja ya que, en vez de usar bolsas de plástico al ir al súper, usa sus propios cachetes. Además es tan listo que no se guarda papel higiénico ni harina, va a lo realmente importante. A ver si aprendemos algo de este pequeño roedor, joder.

¡Larga vida al hamster de cuyo nombre no me acuerdo porque no le quería mucho!

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 30. ES CASI MI CUMPLE

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 30. ES CASI MI CUMPLE

He desayunado pollo con patatas. Es el lujo de que sea domingo y no tenga que cumplir con ningún horario. Si no estuviese encerrada, imagino que estaría escalando por el monte, pero desayunar asado tampoco es mal plan, ¿eh?

Tuve un ex-novio al que le molestaba mucho que siempre viese el lado positivo de todo. No soy psicóloga, pero que imagino que su rabieta era consecuencia de que él era incapaz de dejar su pesimismo a un lado. Aunque nunca se lo dije, ya lo que nos faltaba. Evidentemente, no tardamos en pasar de llamarnos cariño a nombrarnos, mutua y nostálgicamente, como “ex”. Qué palabra más fea, ¿verdad?

Ahora con el tiempo, creo que tenía un mini punto de razón porque, aunque sigo siendo una optimista incansable, he aprendido a no dejarme llevar por las palabras y comprometerme más con los hechos. Algo bueno tenía que traer estar a punto de cumplir los 33. Menuda cifra más fea, pero qué gustazo seguir cumpliendo.

Siempre que se acerca mi cumpleaños pienso mucho sobre hacia dónde me dirijo y creo que es la primera vez en los últimos años en las que estoy bastante orgullosa de mí misma. Sé lo que quiero y lo que no. Lo que necesito ya lo tengo más que cubierto, soy de esta parte de la población que ha nacido en un país en el que nadie se muere de hambre y tiene dónde dormir. Eso es algo que se nos suele olvidar con frecuencia mientras nos quejamos.

Hace unos años cuando estuve en Senegal, conocí a un montón de africanos. Casi todos ellos me pedían matrimonio y no precisamente porque estuviera buenísima – que también. Perdóname pero es que sufro de pibonexia – sino porque era blanca y para ellos eso es sinónimo de abundancia económica. Una tarde, mientras tomábamos el té a 40 grados tuve una conversación esclarecedora con uno de ellos:

  • Te piensas que soy rica, y que si te casas conmigo vas a solucionar tu situación pero si vieses mi cuenta bancaria, te lo pensarías dos veces – le comenté.

  • ¿Tú en España tienes coche?

  • Sí, claro. Lo necesito para moverme.

  • Pues para nosotros, ya eres rica.

¡Booom! Tocada y hundida. A partir de aquel día, cambié totalmente de perspectiva y ahora cada vez que escucho a alguien quejarse de cosas mundanas como que está lloviendo, que el chico que le gusta no le escribe, o que llega justo a fin de mes, pienso para mis adentros: Remy, ellos también tienen coche.

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Remys Door

Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!

DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 29. A LA SOBERBIA HAY QUE MIRARLA POR ENCIMA DEL HOMBRO

DIARIO DE UNA CONFINADA

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DÍA 29. A LA SOBERBIA HAY QUE MIRARLA POR ENCIMA DEL HOMBRO

Cuando entro en la casa de alguien suelo curiosear qué libros tiene, qué fotos ha enmarcado, los colores con los que ha decorado su hogar... Todo cuenta algo de una persona. Hasta la manera en la que alguien se mete la mano en el bolsillo. Es el arte del lenguaje mudo, que cuenta mucho más que una conversación mundana.

Seguro que te ha pasado más de una vez que alguien, a quien consideras feliz, dulce y sereno, se pone a conducir un día y le sale el gremlin que lleva dentro. Comienza a gritar a otros conductores barbaridades, maneja el volante irascible y toca la bocina tanto, que más te vale no estar de resaca en ese trayecto. Evidentemente, a esa persona le pasa algo y nada tiene que ver con el tráfico.

Yo era así en mi época joven. Me creía tristemente invencible y conducía bruscamente. Supongo que una parte de mí se sentía frustrada por llegar tarde a todo, y creería que si al menos reducía las distancias en el coche, de alguna manera aliviaría la rabia interna. Mi gran amiga la impaciencia empujándome, ya sabes.

Una mañana, que cogí el coche para ir a un estudio de fotografía donde trabajaba, hice la misma ruta de siempre y en una curva de la carretera, faltaba un trozo de quitamiedos. Me llamó la atención, y al observar mejor, vi que un camión se lo había comido y se había deslizado por un terraplén hasta caer siniestrado en unas huertas que estarían a unos 15 metros de distancia vertical. Las autoridades ya estaban moviéndolo con grúas para sacarlo de ahí. Bufé y me dije a mí misma: “pero, ¿cómo ha podido caerse por ahí si en esta curva es casi imposible estrellarse? Menudo patán”. Sí, así de soberbia era.

Al día siguiente, llené el depósito de gasolina, me compré unos donuts de chocolate para desayunar e hice el mismo recorrido al trabajo. Iba escuchando alguna canción de The Moldy Peaches que siempre me ponían contenta al madrugar, cuando de pronto el coche comenzó a resbalar y perdí el control. Estaba en la misma curva donde el camión se había estrellado. Vi cómo avanzaba suavemente hacia el espacio donde justamente no había quitamiedos y empecé a decir frenética: “¡no, no, no, no, no, no, no, no, no!”. Pisé el freno como pude, y cuando golpeé con el morro el lugar donde comenzaba de nuevo el quitamiedos, respiré y pensé: “¡Uf, por los pelos!”.

Pensaba que me había librado, pero no. Con el impulso del golpe, mi Nissan se puso de culo y comenzó a caer estrepitosamente pendiente abajo por el hueco maldito que el camión había dejado la mañana anterior. Fue como si algún dios gigante le soplase a mi nissan de hojalata para cambiar mi suerte.

No sé cuantos segundos fueron de caída, pero yo sólo pensaba en que no quería morir de una manera tan absurda, al tiempo que levantaba el freno de mano constantemente para ver si frenaba la caída. Llegué hasta abajo y volqué. Me quedé colgando del cinturón. Fue muy extraño observar todo desde esa perspectiva. Mis donuts estaban por ahí ensuciando la luna rota, mi bolso se había abierto y el motor continuaba encendido. ¡Mierda, el motor! Lo apagué rápidamente porque recordaba que en la serie de MacGyver muchos coches explotaban por no apagarlos. Eso de que cuando estás a punto de morir ves tu vida pasar es mentira. Verás a MacGyver, o a Rambo, o a Rocky. Y las generaciones jóvenes que algún día nos gobernarán, pues verán a Pocoyo o, en el caso de que sean muy malotes, a Bob Esponja.

Después busqué mi móvil y llamé al 112 y les dije: “Hola buenas, me acabo de estrellar con mi coche y estoy bocabajo pero me da miedo moverme porque no sé dónde he caído y sólo veo hierbajos gigantes por las ventanas.”

A lo que la recepcionista me dijo: “Pero, ¿puedes mover las piernas?”. Uff, menuda pregunta, ni me lo había planteado. Un segundo pasó hasta que vi mis piernas balancearse bajo mis órdenes. Fue el segundo más eterno de mi vida. Le contesté aliviada: “Joder, ¡qué susto me has dado! Sí que las puedo mover sin problemas.” Me informó de que los bomberos estaban de camino y que esperase tranquila.

Mientras me auto-animaba por lo bien que estaba gestionando el haber dado una vuelta de campana, haber siniestrado mi coche y continuar aún dentro, abrió la puerta del copiloto un chico que estaba tan blanco como mi amiga Poe cuando va a empezar el verano. Me miró estupefacto y yo le dije: “¡Ay qué alegría que me vas a ayudar a salir!”

Él balbuceaba: “es que te he visto en la carretera y de repente has desaparecido y... Madre mía ¡qué susto!”. Yo le contesté intentando ponerle gracia al asunto: “Ya, es que a veces me da por hacer magia mientras conduzco”. Nadie se rió. Evidentemente.

Salí de ahí arrastrándome y cuando respire el aire del exterior me exalté de felicidad. A los que habían parado sus coches al verme caer y estaban esperando lo peor les grité desde abajo: ¡Estoy bien! ¡No me ha pasado nada! ¡¡SOY INMOOOORTAL!! Bueno, esto último no pero, ¿a que hubiera molado bastante?

Llamé de nuevo al 112 y les dije que ya no necesitaba a los bomberos porque había conseguido salir del coche. Pero que me daba mucha pena no poder conocerles y permitir que me cargaran en brazos para luego llevarles algún día al parque de bomberos, un pastel para agradecerles que me salvaran la vida. Vale, ya paro. Es que me he criado en el cine americano, qué esperas.

Aquel día tan agotador e intenso, aprendí que por más que apriete el freno, si la vida no quiere que funcione, no va a funcionar. Fue la primera vez que la magistral lección de que yo no tengo el control sobre absolutamente nada en mi vida, me golpeó duramente.

La segunda vez que recibí el mismo sermón da para otra historia que quizás, algún día me atreva a contarte.

Y la tercera vez que la vida me alecciona sobre ello, es ésta con el coronavirus.

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Mi nombre oficial es María de los Remedios Puerta, así que tuve reinventarlo para que la gente que sólo conoce mis fotografías no pensase que era una abuelita de un pueblo de La Mancha. Así que ahora, soy Remys Door, encantada de saber que, de alguna manera, ya hemos cruzado un saludo. Nací en el norte de España, vi poco al sol, pasé frío y soñé mucho.

Estudié la carrera de Publicidad y RR.PP. me licencié y, como la crisis estaba en su máximo apogeo, decidí emprender y crear con uno de mis hermanos un cementerio virtual. Gran idea, ¿verdad? Para los muertos digo. Para nosotros, no tanta. Mientras escribía en un blog sobre lápidas, cementerios y cipreses, la fotografía llegó en un saco de los Reyes Magos gritando mi nombre. En aquella época, mi hermano mayor jugaba a cabalgar sobre sus billetes verdes -no el que estaba diseñando tumbas, ése era bastante pobre- y aquellas Navidades se vino arriba y me regaló una réflex. Recuerdo que aquel frío día de enero me eché a la calle nada más amanecer y comencé a hacerle fotos hasta a las hormigas que se amontonaban en frente de mi calle. Evidentemente, todas salieron desenfocadas, quemadas o demasiado oscuras. Pero... ¡Qué sensación aquella!

Aquel regalo marcó un antes y un después. Mi cámara se convirtió en una extensión de mi cuerpo. Incluso cuando no la llevo, sigo disparando. Así fue como a día de hoy, en vez de decirle a la gente que diseño tumbas virtuales, contesto que soy fotógrafa. Y más vale.

En este arduo camino que supone emprender he aprendido mucho y cuanta más experiencia acumulo, más necesidad tengo de compartir lo que sé. A través de mi cámara he descubierto quién soy. Creo que la fotografía tiene un poder terapéutico increíble: todas disparamos hacia fuera, mientras miramos hacia adentro.

Actualmente, además de sesiones de fotos, imparto cursos online relacionados con la fotografía, realizo mentorías creativas online, y escribo posts para distintas marcas. Todos mis servicios quieren cumplir el cometido de ayudarte en la comunicación de tu marca y a que en definitiva, te conozcas más a ti misma. Si te has quedado con ganas de saber más pregúntame lo que quieras. Te informaré encantada de lo que necesites. Y ya que estás aquí, ¡te deseo una feliz vida!