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DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 53. A DOS METROS DEL VERANO

DIARIO DE UNA CONFINADA

DÍA 53. A DOS METROS DEL VERANO

Mayo es mi mes favorito porque está a un paso de la época de mejillas quemadas, de aperitivos con cerveza y mar, de vivir más fuera que dentro, de las canciones de Estrella Damm, de amores que duran un poco más que el pellizco que te das para ver si son de verdad. De escapadas en furgo a la montaña en busca de fresco y sombra, de noches de guitarra y caricias, de bikinis coloridos y pieles doradas, de grillos afónicos de tanto cantar, de helados que se derriten antes de que los puedas terminar, de chancletas y uñas pintadas, de cenar a medianoche, de engañarnos y sentir que seremos jóvenes eternamente. De cine y palomitas bajo las estrellas, de tiovivos estresados, de voleibol en la arena, de bailar hasta que amanezca, de resacas que se curan zambulléndose en el mar, de planes que nunca salen bien, pero que terminan siendo aún mejor. De karaoke, tinto de verano y pulseras de la amistad, de decir que sí a todo para tener luego de qué arrepentirte, de libros que empiezas y terminas un mismo día, de estar más tumbado que de pie, de abrazar a amigos que hace mucho que no ves, de brindar por todo lo malo que ha terminado y por todo lo bueno que vamos a bebernos. De promesas eternas que no logran llegar al final del verano, de juergas que comienzan en tu cama y terminan en otra cama, de partidas al parchís, de conciertos en directo, de sed que sólo curan los mojitos, de dormir destapada, de soñar despierta, de mariposas enloqueciendo, de “no me toques que me asfixio”, de siestas en hamacas, de perder el reloj a propósito, de guiñarte a ti misma los ojos al observarte en un reflejo. De sonrisas perennes y gazpacho bien fresquito, de comprarte un vestido blanco y ensuciarlo nada más estrenarlo, de aprender a tocar la armónica, de barbacoas en las que lo que menos importa es que no se quemen las chuletas, de churros con chocolate para desayunar, de pescadores pacientes, de viajes improvisados, de escalar antes de que el sol abrase la roca, de “qué guapos estamos todos en verano”, de sombrillas problemáticas que nunca se clavan bien en la arena, de tormentas que traen mejores recuerdos que la colonia de tu ex pareja, de llevar moño para evitar los golpes de calor, de fabricar recuerdos constantemente, de “la dieta ya no tiene ningún sentido”, de bostezos perezosos, de no querer volver nunca a la rutina, de olvidarte de que es domingo y mañana te tocaría trabajar, de gente loca que que se reúne en un altar para afirmar que su amor es para siempre, de bañarse desnudos en el océano, de boquerones frescos y mariscadas de sabores celestiales, de ojalás para siempre, de lucir tatuajes, de sentirnos salvajes, de hormonas traviesas, de sorpresas que provocan lluvias en los párpados, de no querer volver la vista atrás. De buscar conchas en el agua y erigir castillos en la arena, de posar para las fotos, de querer dar envidia postureando, de cafés con hielo, por favor, de “este septiembre me apunto al gimnasio”, de hacer lo que te apetece a cada minuto, sin sentirte irresponsable... De ser libre a fin de cuentas.

No hago más que escuchar que este verano va a ser diferente y yo pienso que si has vivido dos veranos iguales, es que te has perdido muchas cosas. Con dos metros de distancia aún se sigue oliendo el mar, ¿verdad?