DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 33. LOS MATICES DEL ARCOIRIS
DIARIO DE UNA CONFINADA
DÍA 33. LOS MATICES DEL ARCOIRIS
Oye, qué alegría me he llevado este mediodía. Mi padre ha aparecido en el parking que hay junto a mi casa y me ha traído un montón de comida de parte de mi madre: albóndigas, lentejas, lasaña de verduras... ¡TAPERS PARA UNA SEMANA!
Me he puesto a tararear felizmente una canción de misa (vete tú a saber lo que guardo en mi subconsciente) mientras colocaba todo en el frigorífico y Gordo, al notarme tan entusiasmada, ha intentado violarme. El cabrón aprovecha cualquier despiste para colármela, pero aún sé mantener los límites.
Si algún día no sabes qué regalarme, un taper de comida me hará inmensamente feliz. Las madres de mis amigas también disfrutan alimentándome. En esta cuarentena, la madre de Patri ya me está cebando con panecillos de Albacete, berenjenas rellenas, migas... La quiero más que a mi amiga. Yo creo que ven en mí a la hija que ya tienen, pero en versión hippie y desastrosa. Y claro, se apiadan de mí.
Es curioso la capacidad de adaptación del ser humano, ¿verdad? Hace mes y medio me hacía feliz pensar en el viaje que iba a hacer al Norte con la furgo y ahora mi felicidad se mide en paseos con el Gordo y tapers de lentejas. Todo se basa en modificar las prioridades para sentirse libre, aún enjaulado.
El viernes santo, a las doce de la noche, pusieron música en mi calle. Me asomé curiosa y un vecino había puesto lucecitas que se proyectaban en los pisos de frente. Varios murcianicos iluminaban sus balcones con velas, mientras la canción de Halleluya de Shrek llenaba nuestras casas de emoción. Fue tan intenso y bonito que no pude parar de llorar. Los vecinos de enfrente grababan el momento con sus móviles y pensé: “joder, como alguno haga zoom en mi cara, me quedo ya sin la poca dignidad que me he guardado en el bolsillo”.
Terminó la canción y me metí torpemente en mi casa para que los vecinos de los que siempre me despido a las ocho, no notaran que estaba emocionada. Cuando uno llora la gente suele pensar que siempre es de pena. Pero yo creo que hay un montón de tipos de lágrimas. Las hay de felicidad, de éxtasis, de nostalgia, de sueños cumplidos, de fracasos, de rupturas, de comienzos, de cambios... Son de infinidad de colores.
No sé si a ti te pasará pero últimamente, bajo el techo de mi casa, he llovido mucho. Pero lo que menos he sentido ha sido tristeza en estos 33 días. Me siento arropada, querida, afortunada, sana, despierta, creativa, alegre, viva, nostálgica, nerviosa, motivada, ansiosa... Simplemente llevo un océano dentro que, a veces, está tan agitado que se derrama.
Cuando pasen uno o dos años, miraré las fotos que me estoy haciendo con Gordo o leeré un fragmento de este diario y me entrará una nostalgia infinita. Tengo la sensación de que algunos de los mejores recuerdos de este año, están sucediendo en esta cuarentena y no me los quiero perder.