Remys Door

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DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 31. DE LOF OF MAI LAIF

DIARIO DE UNA CONFINADA

DÍA 31. DE LOF OF MAI LAIF

Mi madre dice que le estoy cogiendo demasiado el gusto a esto de ser ermitaña y que cuando acabe la cuarentena, lo voy a tener aún más complicado para encontrar pareja. Yo le he dicho que no se preocupe, que en plena pandemia el destino ha puesto frente a mí, al hombre de mi vida. Bueno, más bien estaba escondido en uno de mis cajones llenos de chismes absurdos. Le he soplado y ahora somos una familia de tres. Gordo parece contento con el nuevo miembro, aunque me da miedo que si se pone a jugar con él, lo mate sin querer.

He aquí nuestra primera foto juntos. Yo le noto enamorado cuando me mira, pero es que al verle en esta imagen, está tan guapo y galán que lo amo un poco más. No sé si a mi diminuto corazón le va a entrar tanta pasión antes de que explote.

Además hoy es el día internacional del beso, ¿no? Ha llegado justo a tiempo.

Bromas y amores a parte, creo que mi madre tiene algo de razón. El miércoles pasado fui al supermercado con las prisas y ni me miré al espejo al salir de casa. Bien podría haber salido en pijama. No sería la primera vez. Estaba buscando algún pescado que no fuese merluza cuando vi pasar cerca de mí a un chico que estaba “hot hot”. Luego giré la cabeza y ¡joder qué susto! Me di de bruces con mi reflejo en la sección de congelados.

Llevaba un moño despeinado pero no uno de esos que se hacen queriendo y queda bonito. No, moño de yonki más concretamente. O de mendiga si lo prefieres. Pero eso no era lo peor, también iba con los labios pintados a cachos con un potente color rojo. Parecía el joker en versión cutre. Claro, a la mañana había estado haciéndome fotos para el maldito diario y se me había pasado por completo quitármelo. Para terminar mi “look especial cuarentena”, en mis pies lucía unas botas de invierno tan vetustas que a veces no estoy segura de si estoy pisando la suela o el suelo directamente. De ellas sobresalían un par de calcetines de distintos colores, la guinda del pastel.

Estoy segura de que si hubiese ido a comprar condones con esas pintas, la cajera me hubiese dicho: “Los quieres para hincharlos y hacer globos, ¿verdad?”

Suspiré y me dije por lo bajo: “Joder Remy, mantén un poco de dignidad”.

Es que claro, 31 días aquí sola, comienzan a pesar. A veces me siento como el hamster que tuve de pequeña, que se pasaba el día dando vueltas y vueltas sobre su rueda. Me daba mucha rabia verle correr sin parar y no avanzar. Semejante tortura sólo se la merecen los adictos al gimnasio que prefieren perder calorías en una máquina que salir a ver mundo. Así que le compré una bola para meterle dentro y que rodara por donde quisiera. Qué invento más bueno, excepto cuando se acercaba a las escaleras y volaba hasta estrellarse. Ahí estuvo a punto de morir varias veces. Si te soy sincera, tampoco me preocupaba en exceso porque no era muy amigable. A las mañanas cuando iba a darle los buenos días me enseñaba los dientes. Creo que no le gustaba que le despertasen. Era un maldito vago. Además, comía tantísimo que se pasaba toda la jornada con los mofletes hinchados. Cuando le vi así la primera vez, me asusté. Pensé que era una reacción alérgica como la que tuvo mi amiga Miren que no pudo ir a la boda de Laurita porque se le habían hinchado los labios tanto que – ahora que ha pasado mucho tiempo podemos bromear – se parecía a Carmen de Mairena. Y claro, aparecer así en las fotos oficiales de la boda no le parecería adecuado. El caso es que me fui al veterinario y le expliqué alarmada la situación y él, risueño y encantador (en aquella época quizás estaba un poco enamorada de él), me informó de que simplemente el animalillo se guardaba instintivamente alimento en sus cachetes para comérselo luego en un lugar seguro. Mira tú, especie diminuta ya nos saca algunos puntos de ventaja ya que, en vez de usar bolsas de plástico al ir al súper, usa sus propios cachetes. Además es tan listo que no se guarda papel higiénico ni harina, va a lo realmente importante. A ver si aprendemos algo de este pequeño roedor, joder.

¡Larga vida al hamster de cuyo nombre no me acuerdo porque no le quería mucho!