DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 19: NUNCA FUIMOS SUPERHÉROES
DIARIO DE UNA CONFINADA
DÍA 19: NUNCA FUIMOS SUPERHÉROES
Hace un tiempo estuve deambulando por México tres meses. Una de las cosas que más me llamó la atención fue que, además de lo ricas que estaban las tortas con ceviche, nos creemos que somos inmortales. Los europeos al menos. Durante mi estancia, me fue inevitable comparar cómo allí vivían al día tan intensamente y cómo aquí lo hacemos con vista a cinco, a diez años e incluso programando a través de planes de pensiones, cómo va a ser nuestra vejez.
Hasta mi madre me aconsejó hace poco que debería hacerme un seguro de defunción porque -palabras suyas- si te mueres, el funeral vale bastante dinero ¿eh? ¡NI QUE QUISIERA MORIRME BAÑADA EN ORO!
Esto no es una crítica a nuestro sistema, porque por supuesto que valoro todo lo que me ha dado y soy consciente de que siempre deberíamos tener una rueda de repuesto para evitar quedarnos tirados a medio camino. Pero la línea que distingue la frontera entre tener sentido común y creernos que por poseer una casa, un trabajo fijo o un plan de pensiones desde los doce años, vamos a vivir eternamente, es muy fina. Casi imperceptible.
Nos lanzamos a opositar porque eso nos garantiza que vamos a tener trabajo hasta el fin de nuestros días, no porque nos apasione lo que hacemos. Preferimos la ilusión de seguridad a sentirnos vivos de verdad. Creemos que cuanto más cómoda sea nuestra existencia menos vamos a sufrir. ¿Cómo nos hemos creído semejante falacia? Para crecer y apreciar esta existencia tan fugaz, debemos sentir dolor. Es el acuerdo que firmamos con nuestro primer llanto al llegar al mundo.
Nos da tanto miedo la muerte que la evitamos a toda costa, como cuando el profe de matemáticas preguntaba en clase: “¿quién quiere salir a la pizarra a resolver el problema?” Y bajabas la cabeza casi hasta desnucarte con tal de pasar tan desapercibido que no te eligiese a ti.
Ahora, todo ha cambiado. Nos morimos y no hay culpables a los que señalar. Nos morimos por la simple y llana razón de que no somos inmortales. Para crecer como sociedad y como individuos, debemos aceptarlo y mirar al futuro con ganas de comérnoslo mientras tenemos los pies bien pegados al presente. Porque lo único que nos pertenece, es este instante en el que yo te escribo, y tú me lees.
Creo que estos días se estudiarán en los libros de historia como un antes y un después de nuestras sociedades. El mundo entero está cambiando justamente por lo que más tememos: porque estamos sufriendo. Y eso, por más que duela y nos corte la respiración, nos obliga a movernos. A avanzar juntos hacia un nuevo paradigma menos cómodo pero más real.