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DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 10: AQUÍ HUELE A HUMO

DIARIO DE UNA CONFINADA

DÍA 10: AQUÍ HUELE A HUMO

Hoy casi le prendo fuego a mi casa. Bueno a ver, no ha sido tan exagerado. Aunque en realidad sí. A mediodía he puesto la sartén con aceite en el fuego y mientras se calentaba me he entretenido eligiendo qué serie ver. Estaba quejándome para mis adentros de la cantidad de series malas que hay en Netflix cuando he escuchado un sonido un tanto alarmante. Giro la cabeza, y de la sartén salía fuego. He actuado rápidamente y lo he apagado mientras casi sollozando decía: “¡Joder joder joder¡ ¡Voy a ser la única inútil que muera por algo tan estúpido en pleno azote del Coronavirus!”. No he querido mirar, pero seguro que algún vecino ha asomado la cabeza por el patio interior para ver de dónde salía el humo.

El lado bueno -porque todo siempre tiene uno- es que creo que al menos así mi cocina entera se ha desinfectado de bacterias. En algún artículo he leído que el humo era un buen aliado para matarlas. Pero no me hagas mucho caso que igual era otro bulo. A ver si ahora te vas a poner a quemar tu casa y luego sales en los medios diciendo que una idiota a la que creíste porque sí, te dijo que así te ibas a librar de Covi.

La cocina nunca ha sido mi gran aliada. Aunque he de decir a mi favor, que hago una ensalada de pasta riquísima y para nada saludable. Por eso este año me he propuesto ir mejorando en ello y dedicarle más cariño y atención. Lo de hoy ha sido una excepción. Normalmente me quedo mirando fijamente a la sartén y a veces incluso contengo la respiración hasta que empieza a calentarse y puedo poner en ella las pechugas de pollo o lo que ese día me toque. Es un proceso de supervivencia que aplico porque si me distraigo un momento, puedo encontrar hasta interesante el manual de instrucciones de mi lavadora.

Este verano pasado mi cuñada casi me asesina. Y con razón. Estábamos en la terraza de la casa de la playa que justamente da a unas rocas y al mar. Mi sobridemonio Héctor que llevaba poquito tiempo andando, se dedicaba a investigar la zona exhaustivamente. En un momento dado, Ainhoa me dijo: “Pulga (por si aún no lo sabes, así me llama mi familia. Sí, la misma que me quiere.) vigílame a Héctor un momento, que voy al baño”, y yo, pensando que era mi momento estelar para enseñarle lo responsable que podía ser con su hijo, le dije: “Claro, claro, no te preocupes. Vete tranquila.” Me quedé mirando al sobridemonio fijamente, como a la sartén. Pero de repente, apareció un viejo conocido por la playa al que hacía mucho tiempo que no veía y nos pusimos a hablar con alegría de cómo nos había ido la vida en estos años.

El grito de mi cuñada, que es vasca -dato importante-, aún resuena en mi cabeza y me eriza los pelos de la nuca. Claro, me había olvidado completamente de que tenía un sobridemonio llamado Héctor que en ese momento estaba a punto de saltar a las rocas del mar. Volé tan rápido a su rescate que si Usain Bolt me hubiese visto, se hubiese retirado de las olimpiadas.

No hubo daños físicos. Ni de Héctor porque lo salvé a tiempo, ni de mi cuñada hacía mí que tuvo la cortesía de asesinarme únicamente con la mirada.

Aquel día recuerdo que pensé: bueno, otro más que sobrevivo sin incidentes mayores.

Así que hoy, sumo victoriosa otra jornada más.