DIARIO DE UNA CONFINADA. DÍA 12: POR FIN, BRAGAS LIMPIAS
DIARIO DE UNA CONFINADA
DÍA 12: POR FIN, BRAGAS LIMPIAS
Casi empiezo el día sin bragas. Limpias al menos. Ahora que economizo todo para tener que salir a la calle lo mínimo, sólo faltaría que hiciese lo mismo con mi ropa interior. Pero no, voy a braga por día. Aún mantengo mi dignidad.
Llevaba sin poner la lavadora desde antes de Covi y justo hoy me quedaba la última limpia. Menos mal que ha salido el sol y he podido tender con éxito mi ejército de bragas. Algún listillo me comentará: “pues no lleves, total si no sales de casa”. Pero resulta que poseo el bien más codiciado en estos tiempos: un perro. Cada cierto tiempo se me queda mirando fijamente y me empieza a dar con su patita en la pierna para que salgamos a pasear.
Cuando la gente me pregunta por qué adopté un perro suelo soltar el típico discurso de mi amor por los animales (excepto por los monos y los delfines) pero en realidad, la razón es mucho más sencilla y vergonzosa: necesitaba algo que me obligase a quitarme el pijama por las mañanas. No estaba depresiva ni nada por el estilo pero si aún no os habéis dado cuenta, soy un tanto desastre. Cuando Gordo no estaba en mi vida, podía comenzar a trabajar en casa a las ocho de la mañana y seguir en pijama hasta las cinco de la tarde. Y a esa hora, me miraba al espejo y me decía: “ya siendo tan tarde, no tiene mucho sentido que me vista, ¿no?”. Lo mismo ocurría con mi cama: ¿para qué hacerla si luego la voy a deshacer de nuevo? En aquella época no le di ninguna importancia, pero con el tiempo comprobé que había entrado en un bucle de dejadez máxima. Fuera de casa, seguía siendo la misma persona, pero cuando entraba en mi hogar me olvidaba de cuidarlo y por tanto, de cuidarme. Me excusaba diciéndome que era una mujer práctica y que no precisaba de decoros para mejorar mi vida. Pero lo que de alguna manera me faltaba era amor.
No puedo decir que Gordo lo cambiase todo pero sí que justo apareció en el momento clave. Supongo que mi inconsciente lo fue buscando por estas razones, sin que yo siquiera me lo planteara.
Cuando llegó sentí que tenía que cuidar de alguien. Siempre había huido de las grandes responsabilidades y de repente tenía 24 horas pegado a mí a un perro inquieto de manchas negras que engullía hasta el aire. Toda mi perspectiva cambió y comencé a ser más responsable y coherente conmigo misma. El pijama se quedaba bajo la almohada de la cama que hacía todas las mañanas, empecé a decorar mi casa con alguna que otra planta, a colgar fotos por las paredes, a vestirme bonita, a cocinarme algo rico porque sí... Cambié la manera de quererme porque un perro me ladraba por las mañanas para que lo paseara.
Es curioso cómo la vida te trae en el instante preciso lo que necesitas cuando ni siquiera sabes que lo necesitas. Como mis bragas limpias: justo a tiempo.